La Rutina de Don Guillem en Mas Torrencito

Desde su rincón en la terraza de Mas Torrencito, Manuela, la Golden Retriever, observaba día tras día el mismo ritual: Don Guillem llegaba siempre a la misma hora, con su libro bajo el brazo, su pequeña cafetera y Pipo, su gruñón schnauzer blanco. D. guillem, un espia en Mas Torrencito.

Se sentaba solo, en la misma mesa de madera envejecida, y desde allí contemplaba el paisaje sin inmutarse por el bullicio de las demás mascotas o los huéspedes que venían y se iban.

Todo parecía rutinario, incluso predecible, pero había algo en Don Guillem que Manuela, con su instinto animal, captaba y los humanos no: un aire de tensión latente, de alerta constante, como si siempre estuviera esperando algo. Y no era solo su manía con el café o los martinis, era algo más profundo.

La Relación con Miguel y las Partidas de Dominó. D. Guillem, un espia en Mas Torrencito.

Miguel, su humano, había sido el único capaz de traspasar esa barrera invisible que rodeaba a Don Guillem. Manuela lo notaba en las tardes cuando, como reloj, ambos se reunían para jugar al dominó. Cinco partidas exactas, ni una más, ni una menos. Don Guillem parecía medir cada movimiento de las fichas con una precisión quirúrgica, mientras Miguel, más relajado, seguía el juego con su habitual calma.

Había algo en esas partidas, algo que Manuela intuía pero que no podía comprender del todo. Guillem nunca hablaba demasiado, pero cuando lo hacía, dejaba caer pequeñas pistas, detalles que siempre quedaban flotando en el aire, sin llegar a formar un todo coherente.

Las Sombras del Pasado de Don Guillem

Con el tiempo, Manuela empezó a notar algo más en las conversaciones que Guillem mantenía con Miguel, especialmente cuando estaban en la cocina, después de una de sus merienda-cenas.

Don Guillem hablaba poco, pero cuando lo hacía, a veces mencionaba lugares que sonaban extraños incluso para una perra con tantos años de experiencia en Mas Torrencito: China, Rusia, Cuba, y, más desconcertante aún, Rumania durante la dictadura de Ceaușescu. Lo hacía de una manera casual, como si esos lugares fueran parte de un viaje turístico más. Pero Manuela sabía que no lo eran.

Guillem dejaba caer pequeños detalles de sus estancias en estos países, pero siempre con una sonrisa irónica, como si supiera mucho más de lo que estaba dispuesto a compartir. A veces, Manuela notaba un cambio sutil en el tono de Miguel, que le hacía más preguntas, intentando sacar más información. Sin embargo, Guillem siempre cambiaba de tema justo a tiempo, dejando a Miguel —y a cualquiera que escuchara— con la sensación de que había mucho más por descubrir.

¿Un Espía entre Nosotros?. Mas Torrencito

Con el paso de los días, Manuela empezó a escuchar más comentarios de los otros huéspedes, pequeños rumores que se esparcían por Mas Torrencito. “¿Y si Don Guillem fuera un espía?”, decían algunos entre risas, pero en sus voces había un trasfondo de duda. Nadie sabía exactamente a qué se había dedicado antes de llegar a la casa rural. Guillem hablaba de sus viajes, pero siempre eran a países bajo regímenes comunistas, siempre en épocas políticamente tensas.

Manuela, aunque no comprendía las implicaciones políticas de todo aquello, captaba las miradas y los susurros que seguían a Don Guillem cada vez que mencionaba sus estancias en Moscú, o su “coincidencia” en Cuba durante la crisis de los misiles.

Incluso mencionó, una vez, de forma casual, que había estado en Checoslovaquia antes de la Primavera de Praga, y fue entonces cuando Miguel se quedó en silencio por un momento, procesando lo que había escuchado.

Las Conversaciones en la Cocina

En la intimidad de la cocina, donde Manuela siempre estaba presente, escondida bajo la mesa, Don Guillem a veces se relajaba lo suficiente como para dejar entrever algo más.

Mientras Miguel cortaba el jamón y servía el vino, Guillem hablaba de las “tensiones” en algunos de estos países. Mencionaba nombres que sonaban a operaciones secretas, a reuniones clandestinas, aunque nunca lo decía directamente. Pero Miguel, con su perspicacia, captaba las indirectas.

En Moscú, todo se movía de una manera… controlada”, había dicho Guillem una noche, mientras sorbía su vino. “La gente pensaba que podía moverse con libertad, pero había ojos en todas partes”. Miguel le lanzó una mirada inquisitiva, pero Guillem simplemente sonrió y cambió el tema a algo más trivial.

Manuela, desde su rincón, podía sentir la tensión en el aire cada vez que estos temas surgían. Sabía que había algo más oscuro en el pasado de Don Guillem, algo que ni siquiera Miguel, con toda su capacidad de conectar con la gente, había logrado descubrir por completo.

La Desconfianza en Don Guillem

Lo más curioso para Manuela era que, aunque todos hablaban de Don Guillem con cierto respeto, también había una desconfianza latente en el aire. Los otros huéspedes no se acercaban mucho a él, no más allá de lo necesario.

Y Guillem, por su parte, nunca se quedaba demasiado tiempo en conversaciones. Siempre mantenía esa barrera invisible, una distancia que nadie lograba romper, salvo Miguel en esas partidas de dominó.

Cada vez que Don Guillem hablaba de un nuevo país que había visitado —siempre comunista, siempre en momentos clave de su historia—, la idea de que pudiera haber sido un espía cobraba más fuerza en las mentes de quienes lo rodeaban.

El Secreto que Nunca se Revela

Manuela, por supuesto, no entendía del todo qué significaba ser un espía o lo que realmente ocurría en aquellos países comunistas de los que Guillem hablaba con tanto conocimiento.

Pero con su instinto canino, sabía que había secretos enterrados bajo esa fachada tranquila y calculadora.

Don Guillem era un enigma, uno que incluso su fiel humano, Miguel, con toda su capacidad de conectar con las personas, no había logrado resolver del todo.

Y así, cada día, mientras Don Guillem y Miguel seguían con su ritual de dominó y largas conversaciones en la cocina, Manuela seguía observando desde su rincón, siempre alerta, siempre pendiente de lo que no se decía, de esos silencios cargados de significado que solo ella, con su sabiduría perruna, podía percibir plenamente.

Porque, en Mas Torrencito, aunque todo parecía tranquilo en la superficie, había algo más profundo y oscuro flotando en el aire, algo que todos intuían pero nadie se atrevía a decir en voz alta.

Y ese algo, Manuela lo sabía bien, estaba directamente relacionado con los misteriosos viajes de Don Guillem a los países del otro lado del Telón de Acero.

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