Ayyy, qué tres días para olvidar… 😩 Si pudiera hacer reset en la vida, te juro que lo haría ahora mismo. ¡Madre mía! Porque hay estancias que te marcan, pero esta… esta fue de esas que te dejan deseando que se invente la máquina del tiempo para borrarla de la existencia. Tres días para olvidar… o para contar mil veces
Y la familia, en aquellos tiempos, fue la definición perfecta de «para olvidar». 😅
Las primeras señales de caos: El bendito WhatsApp
¿Sabéis esa sensación cuando alguien apenas llega y lo único que deseas es que se vayan, cuanto antes mejor? 🤦 Pues eso fue lo que nos pasó con esta familia tan, pero TAN peculiar.
Todo empezó con el primer indicio de que la cosa no iba a ir bien: el bendito WhatsApp. 📱 Apenas lo abro y ya noto esa vibración de «esto va a salir mal». Una respuesta escueta, fría, de esas que te hacen pensar “prepárate”. Pero bueno, no soy adivino, aunque os juro que esa conversación era una premonición de lo que se venía.
La llamada puntual y la confusión del código. Tres días para olvidar… o para contar mil veces
La llamada, eso sí, puntual a más no poder. Exactamente a las 11:00. Ni un segundo antes, ni uno después. ⏰
—Estamos aquí y la puerta no se abre —me dicen, como si fuera culpa mía que el universo conspirara contra ellos.
—¿Habéis puesto el código? —les pregunto, aguantando la compostura como un santo.
—¿Qué código? 😒
—El que os envié por WhatsApp…
—No lo he visto.
En ese momento, sentí cómo el alma me abandonaba lentamente… pero allá que voy, como un héroe trágico, a darles el dichoso código en persona. Y ahí están, tan frescos, ni un «gracias», ni un «perdona», nada. Solo un seco «Ya» cuando lo introducen y… entran. 🚪
Un rally por la cuesta y la aparición de “La Señora”
Pero, ¡ojo! Entran como si estuvieran en un rally, bajando la cuesta a toda velocidad. 🚗💨 Y yo pensando: «Solo falta que atropellen a alguien, los niños, los perritos…». Y, de repente, baja ella. La señora. Y cuando digo «señora», no os imaginéis una dulce abuelita. No. Bajó una mujer grande, corpulenta, con cara de pocos amigos. 😠 Se dirige hacia mí sin saludar ni mirar a nadie más y suelta, como quien reclama su reino perdido:
—¿Dónde está el amo? 😐
—Soy yo… buenos días —le respondo, intentando mantener el tipo.
—Tengo una habitación reservada. ¿Cuál es?
Lo normal, hasta ahí. Salvo que los anteriores huéspedes todavía estaban terminando de recoger sus cosas. Así que le explico:
—Aún no está preparada, los huéspedes siguen aquí. Pero si quiere, puedo enseñarle las instalaciones mientras limpiamos la habitación, y cuando esté lista, le aviso.
Y entonces llega la joya de la corona: Tres días para olvidar… o para contar mil veces
—Pues vaya vergüenza —me suelta sin cortarse un pelo.
—Señora, en la reserva y en el WhatsApp se lo explicamos bien claro: pueden venir a las 11:00, pero si la habitación no está lista, pueden disfrutar de la casa mientras esperan. 🏡
—Para disfrutar de una casa, me quedo en la mía. 🤨
¡Zas! Ahí me dejó, como quien lanza un dardo envenenado. 🎯 Me quedé un segundo pensando «¿Qué le digo yo ahora?». Y con toda la paciencia del mundo, le sugiero:
—Bueno, si prefiere, pueden dar una vuelta y cuando esté todo listo, le aviso.
El primer «no gracias» y el segundo «ahora no puedo»
Se fue tal como había llegado: con la misma mala leche y, por supuesto, soltando algún que otro comentario desagradable por el camino. 😤
A eso de las 12:15, fiel a mi palabra, la llamo para decirle que su habitación está lista. Y su respuesta, con todo el «encanto» que ya me esperaba, fue:
—No pensarás que voy a dejar de hacer cosas por la habitación. Ya llegaremos cuando queramos. 🙄
Genial. O sea, que lo de la puntualidad era solo para llegar a estresarnos, pero luego podían venir «cuando les dé la gana». Respiro hondo, cuento hasta diez y sigo con mi vida. Mientras tanto, todo seguía su curso en Mas Torrencito. Los otros clientes vinieron, todo en orden. Nada fuera de lo normal, como siempre… hasta que llegamos a las 21:00. Y la señora aún sin aparecer. 🤷
La llamada nocturna y la gran sorpresa. Tres días para olvidar… o para contar mil veces
Así que la llamo, porque ya me estaba empezando a preocupar (y también porque, francamente, no me apetecía cerrar sin saber si venían).
—Buenas NOCHESSS —le digo, con la mejor sonrisa telefónica que pude poner.
—Diga —responde con el tono de quien no está para bromas.
—Le llamo de Mas Torrencito, tenían una habitación reservada, han estado aquí esta mañana…
—Ya sé que he estado allí. Y ahora estoy aquí. 😒
—Pero… ¿piensan venir?
—Sí, cuando acabemos de cenar. 🍽️
—Es que cerramos a las 22:30, señora, y aquí no queda nadie después de esa hora.
—¿Y qué quieres, que me levante ahora mismo? 🤨
Respiro, porque las ganas de gritar ya estaban a punto de desbordarse.
—Solo le comento los horarios. Si hubiera querido ver la habitación esta mañana, no habría problema, pero es que ni siquiera sabe cuál es.
—Pues que me lo diga el de recepción.
—El de recepción soy yo, señora. Y me voy a la cama a las 23:00 porque mañana me levanto a las 5:00 para preparar los desayunos. 🍳
Después de unos segundos de silencio incómodo, finalmente accede.
—Vale, vamos para allá.
Cinco minutos. Ni uno más, ni uno menos. Cinco minutos y ya estaban en la puerta. 🤔 Estoy casi seguro de que estaban cenando un bocata en el coche esperando que los llamara. 😂
Llegan y, sorpresa, sigue sin aparecer el marido. No sé si lo tenía escondido en el coche, como quien guarda un secreto. Le enseño todo: el bar, el comedor, el chill-out, y finalmente su habitación.
—Bueno, esto es lo que hay, ¿todo bien? —le pregunto, esperando algún signo de humanidad.
—Me esperaba otra cosa… pero bueno, a estas horas ya no puedo cambiar. 😒
¡Toma ya! Me las daba de adivino: ¡sabía que algo así diría! Pero no me detengo ahí.
—El desayuno es de 8:00 a 10:30. Y si quieren un café después, siempre están las cafeteras encendidas. ☕
—Yo quiero desayunar a las 11:00.
—Pues en el bar del pueblo, porque aquí hasta las 10:30… luego recogemos.
El gran cierre: El Checkout que salvó el día. Tres días para olvidar… o para contar mil veces
Me voy directo a la cocina, le cuento a Mireia y a unos amigos que estaban allí la tragicomedia del día, y nos tronchamos de risa. 🤣 Subo a la cama, pero no pasan ni 30 minutos cuando Mireia entra y me dice que la señora quiere hablar conmigo. Yo, ya al borde del colapso, le digo:
—¿No le has dicho que estoy durmiendo? 😑
—Sí, pero insiste.
Así que me levanto, bajo y me encuentro a la señora, con su habitual cara de indignación.
—Esto no es lo que se ve en la web. 🤨
—¿Perdón? ¿Qué web ha visto usted? Nuestra página refleja lo que hay.
—¿Y el spa? 🧐
—¿Qué spa? ¡Nosotros no tenemos spa!
—Pues yo lo he visto. Esto de internet solo sirve para engañarnos.
—No, señora. Internet es para los que saben leer. Si no le gusta, váyase. Si no, nos vemos mañana. Buenas noches. 😴
Y así cerré el día, con esa respuesta magistral que me salió del alma.
El desayuno fue otra odisea. La señora me esperaba como quien va a enfrentar a su enemigo mortal. El marido, el perro… inexistentes. No sé si me los imaginé o qué, pero desde luego no los vi. Después de varios intentos fallidos de hacer que todo fuera normal, llegó el glorioso momento del checkout. 🤲
Ni le pregunté qué tal había ido la estancia. Le hice la cuenta, pagó y… ¡adiós muy buenas! No sé si cobré al marido, al perro, o si eran entes invisibles, pero lo importante es que se fueron. 😅
La paz volvió a Mas Torrencito como una brisa fresca. 🌿 ¿Sabéis esa sensación de relax profundo? Esa. Como cuando te quitas un zapato incómodo después de horas caminando. Y ahí es cuando piensas: hay gente que simplemente no sabe disfrutar de la vida, o peor aún, no se puede disfrutar a sí misma. Pero al menos, ya estaban fuera. ✌️
Feliz Domingo a todos! y que vuestro perro os acompañe!!!😊
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