Capítulo 3: Maletas y Cables. Mas preguntas que respuestas en Mas Torrencito


Me detuve un segundo al escuchar mi nombre. La voz del hombre más grande resonaba con firmeza, casi autoritaria. Mas preguntas que respuestas en Mas Torrencito

—Miguel, ven un momento…

Me giré lentamente, intentando mantener la calma mientras mi corazón se aceleraba. ¿Por qué querían hablar conmigo en ese tono tan serio? Caminé hacia ellos, intentando que no se notara la ligera vacilación en mis pasos. Cuando llegué, me encontré de pie frente a esas dos figuras que, con la penumbra de la noche, parecían aún más imponentes.

El hombre alto señaló las maletas con una sonrisa tensa.

—Tenemos un problema.


El peso oculto

—¿Un problema? —pregunté, tratando de que mi voz no temblara.

El más bajo de los dos suspiró profundamente, como si llevara todo el día esperando este momento.

—Esas maletas —dijo, mirando hacia las enormes bestias negras que habían estado moviendo con tanto esfuerzo—, no caben en la habitación. Las puertas son demasiado estrechas.

Por un momento, sentí una mezcla de alivio y desconcierto. ¿Eso era todo? ¿El problema eran las puertas? Parecía una excusa demasiado simple. Algo no encajaba.

—¿Y qué proponéis? —les pregunté, cruzando los brazos, tratando de leer sus gestos.

El hombre más grande me miró fijamente.

—Tendremos que dejarlas fuera, en la terraza, pero necesitamos tu ayuda para encontrar algo… especial.


Cables en la penumbra. Muchas mas preguntas que respuestas en Mas Torrencito

—¿Especial? —repetí, sin poder disimular la duda en mi tono.

El hombre más bajo miró alrededor como si temiera ser escuchado, aunque no había nadie cerca. Se inclinó hacia mí, bajando la voz hasta convertirla en un susurro.

—Necesitamos algunos cables. Fuertes. Y largos.

Los observé, tratando de encontrar alguna explicación lógica a su petición. ¿Cables? ¿Para qué querían cables? Miré las maletas de nuevo, esas monstruosidades que habían arrastrado por el sendero hasta la habitación. Lo que fuera que estuviera dentro no sólo era pesado, sino también demasiado grande para algo normal. Algo me decía que no solo querían dejar las maletas allí.

—¿Cables? —repetí, intentando ganar tiempo mientras mis pensamientos giraban en círculos—. ¿Para qué?

El hombre más alto se limitó a mirarme, su expresión impasible. El otro se encogió de hombros.

—Es complicado —dijo, como si quisiera cerrar el tema rápidamente—. Solo los necesitamos para… asegurar las maletas.


La intuición de los perros

Los perros, que hasta entonces habían estado en silencio en el despacho, comenzaron a ladrar de nuevo. Maky fue el primero, seguido de Masto y Mastitwo. Sus ladridos resonaban en la oscuridad, y algo en el tono de sus voces me puso los pelos de punta. Era como si no solo olieran a los hombres, sino a lo que había dentro de esas maletas. Y no les gustaba.

Volví a mirar a los hombres. El grande seguía impasible, pero el pequeño empezaba a mostrar signos de incomodidad, miraba hacia los lados como si esperara que alguien nos sorprendiera en cualquier momento. El aire se había vuelto denso, pesado.

—Claro, tengo algunos cables en el almacén —dije finalmente, sin dejar de observarlos—. Puedo traeros algunos.

El hombre grande asintió.

—Eso sería de gran ayuda.


Los preparativos. Muchas mas preguntas que respuestas en Mas Torrencito

Me di la vuelta y empecé a caminar hacia el pequeño almacén que teníamos en el sótano de la masía. El suelo de piedra crujía bajo mis pies, y a cada paso sentía que la presión aumentaba. Mientras buscaba los cables, mis pensamientos no dejaban de dar vueltas. ¿Por qué cables? ¿Qué querían hacer realmente con esas maletas?

Abrí la puerta del almacén y, después de revolver entre herramientas y viejas cajas, encontré algunos cables de varios metros de largo. Los sostuve en mis manos, sintiendo su peso. Eran cables de uso industrial, lo suficientemente fuertes para soportar una gran tensión. ¿Qué podrían estar planeando?

De camino de vuelta, pasé cerca de la cámara de seguridad que fallaba, la del parking. Me detuve un segundo, dudando. Algo en mí quería revisar por qué estaba apagada, pero el reloj de Prosegur aún no había llegado. El hecho de que esa cámara en particular estuviera fuera de servicio no me gustaba nada.


Los ojos vigilantes de Ramón

Al llegar a la terraza, noté que Ramón y Blanca seguían allí, conversando en voz baja. Aunque Ramón era ciego, sus otros sentidos lo compensaban, y siempre parecía saber más de lo que decía.

—¿Todo bien? —preguntó Ramón sin mirarme directamente, como si supiera que algo no estaba bien.

—Sí, solo un problema con las maletas —respondí, intentando sonar despreocupado.

Ramón frunció el ceño.

—No son maletas normales —dijo en un tono grave—. Ten cuidado.

Su advertencia me dejó helado por un momento. No podía saber lo que había visto —o sentido—, pero su intuición nunca fallaba. Sentí una opresión en el pecho.


Cables y secretos

Entregué los cables a los hombres, que los recibieron con una gratitud forzada.

—Perfecto —dijo el más bajo—. Esto es justo lo que necesitábamos.

Me quedé observando cómo los manipulaban. Mientras trabajaban en silencio, atando las maletas con esos cables, pude sentir que había algo más en sus movimientos. No era solo cuestión de asegurar las maletas, parecía que querían ocultar algo. Quizás no se trataba solo de contener el contenido, sino de esconderlo.

El hombre grande levantó la cabeza y me miró fijamente.

—Esto no debe preocupar a nadie —dijo, con una seriedad que atravesó el aire como un cuchillo.

Mi garganta se secó.

—No me preocupa —mentí.

Los perros seguían ladrando en el despacho, sus voces reverberando en la distancia. Algo, algo en esas maletas, estaba alterando a todos en la masía. Y no podía ser bueno.


¿Qué esconden las maletas?

Mientras me retiraba lentamente hacia la puerta, no podía dejar de pensar en las maletas. Algo dentro de ellas estaba moviendo los hilos de esta inquietante situación, y esos hombres sabían mucho más de lo que dejaban entrever.

Mientras me alejaba, la voz de Ramón resonaba en mi cabeza: «Ten cuidado.»

La pregunta seguía latente, cada vez más fuerte: ¿Qué demonios esconden esas maletas?


Capítulo 4: Noche tranquila dentro de la intriga e incertidumbre


El respiro de la cena

Llegó la hora de la cena, y decidí que un poco de tranquilidad no nos vendría mal a ninguno. Después de todo, el día había estado lleno de incertidumbre y preguntas sin respuesta, y mi cabeza necesitaba desconectar. Organicé una cena sencilla, de esas que te reconfortan: pan con tomate, embutidos de la tierra, unas lonchas de jamón ibérico, quesos variados y, por supuesto, vino. Invitamos a Ramón, a Blanca y a Katy para que nos acompañaran en la cocina. Quizás, entre conversaciones y risas, lograríamos dispersar el ambiente enrarecido que flotaba sobre nosotros desde la llegada de los dos hombres y sus maletas.

Claro que, aunque intentara ignorarlo, las preguntas estaban en el aire, y no solo en mi cabeza. Ramón, más avispado que un colibrí, estaba listo para bombardearme a preguntas. Con una pequeña sonrisa en los labios, noté cómo sus sentidos parecían estar más aguzados que nunca. Y luego estaba Katy, cuya voz sonaba siempre como si estuviera gritando, incluso cuando intentaba susurrar. Bueno, lidiaría con ello cuando empezara, pensé mientras abría una botella de vino.


El tema inevitable

Nos sentamos todos en torno a la mesa. Entre copas y bocados, intentaba llevar la conversación a temas ligeros, pero como era de esperar, la curiosidad sobre las maletas flotaba entre nosotros como una sombra. Ramón no tardó en disparar la primera pregunta, directo y sin rodeos.

—Oye, ¿pero qué hay dentro de esas maletas? —preguntó con su típico tono serio, aunque algo divertido. Noté cómo ladeaba la cabeza, su instinto claramente en alerta.

Intenté hacer un gesto despreocupado.

—Pues mira, no lo sé, Ramón. Y prefiero no saberlo —respondí, tratando de cortar el tema—. Ya basta de hablar de maletas. Comamos tranquilos, que si no, esta noche no dormimos ninguno.

Pero mis palabras no parecieron surtir mucho efecto. Katy soltó una risita, mirando a Ramón como si hubiéramos encontrado el tema perfecto de conversación. Ramón, siempre tan perspicaz, captó mi incomodidad y levantó las manos en un gesto de rendición, aunque con una sonrisa juguetona.

—Vale, vale —dijo—, pero esas cosas raras siempre me ponen alerta, ya lo sabes.

Asentí, intentando cambiar de tema, y poco a poco la conversación fue desviándose hacia cosas más tontas y divertidas. El vino empezó a aflojar las tensiones, y las risas, aunque algo nerviosas al principio, se volvieron más genuinas.


Una noche con preguntas sin respuesta

La cena terminó entre risas y alguna que otra broma sobre «los misterios de la masía». Cuando el reloj empezó a marcar las horas avanzadas de la noche, decidimos irnos cada uno a su habitación. Yo, siendo el que más temprano madruga, intenté dejar de lado la sensación de inquietud que seguía anclada en el fondo de mi mente. Quería despejar la cabeza, relajarme, y por fin descansar.

Me despedí de todos y subí a mi habitación. El pasillo estaba en silencio, y cada pequeño sonido de la masía, desde el crujido de la madera hasta el viento que pasaba entre las ventanas, parecía amplificado en la quietud de la noche. Cuando finalmente llegué a mi cuarto, dejé escapar un suspiro, pensando en la tranquilidad que me esperaba.


Una sensación en la oscuridad

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Al meterme en la cama y apagar la luz, sentí una especie de calma. Me recosté, dejando que el cansancio del día se apoderara de mí. Pero cuando mis ojos empezaban a cerrarse, oí un leve crujido, como si algo o alguien se moviera en el exterior de la masía. Abrí los ojos de golpe y agudicé el oído, intentando captar algún sonido más. Me convencí de que debía ser el viento, o algún animal rondando por el jardín. Después de todo, en esta zona era común ver zorros y algún que otro tejón.

Intenté volver a dormirme, pero la inquietud no me dejaba. Una especie de intuición me decía que algo no estaba bien. Recordé la conversación con los hombres y su insistencia en los cables, el peso de las maletas, y la forma en que los perros no dejaban de ladrarles.

No pienses en eso, me dije, pero era inútil. Las imágenes de las maletas, el rostro serio de los hombres y las preguntas de Ramón rondaban mi mente, como un murmullo en la penumbra.


La vigilia inquietante

Pasó un rato en el que solo escuchaba mi respiración, y por fin, me convencí de que todo estaba en mi imaginación. Pero entonces, un leve ruido se filtró desde el jardín, justo bajo mi ventana. No podía ver nada desde mi ángulo, pero el sonido era claro: un golpe suave, algo como un arrastre o un deslizamiento pesado sobre la grava. Sentí que un escalofrío me recorría la espalda.

Por un instante, quise levantarme, ir hasta la ventana y ver qué estaba pasando. Pero algo me detenía. Tal vez el miedo, o esa parte de mí que prefería no saber. En su lugar, decidí que lo mejor era intentar ignorarlo. Al fin y al cabo, el cansancio acabaría ganando, ¿verdad?

Cerré los ojos con fuerza, deseando que el sueño se llevara todas esas dudas y preocupaciones.


Una promesa de incertidumbre

Con el ruido del jardín aún resonando en mis oídos, me dejé llevar finalmente por el sueño, aunque este era un sueño inquieto. Y mientras me sumergía en la oscuridad, no dejaba de repetirme a mí mismo que, al día siguiente, aclararía todas las dudas. Las preguntas que nos envolvían, el secreto de las maletas y los hombres misteriosos no podían permanecer ocultos para siempre.


ONNTINUARÁ… mañana….

Feliz Viernes y buen finde a todos! 😊 y mañana… MÁS

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