Como cada mañana, me desperté antes de que sonara el despertador, pero esta vez fue diferente. El Desenlace de la maleta.

Aquella noche había dormido mal, despertándome varias veces con el pensamiento de las maletas y de esos hombres rondándome en la cabeza. Para colmo, una tormenta había caído durante la madrugada, y Mamas, nuestro perro miedoso, se había subido a la cama como un elefante, aplastándonos a mí y a Mireia mientras intentaba acurrucarse. Finalmente se calmó, y al rato todos conseguimos volver a dormirnos… aunque yo no tanto.

A las cinco, como de costumbre, me levanté. Me preparé el café y, mientras el ordenador encendía, hice mi ronda habitual: verifiqué que los diferenciales no hubieran saltado, que los depósitos de agua estuvieran bien. Todo en orden. Pero al asomarme hacia el parking, un par de luces me llamaron la atención: había un coche encendido bajo la lluvia, y allí, junto al maletero abierto, estaba el hombre grande.


El adiós inesperado. El Desenlace de la maleta.

Salí a la calle, con la lluvia golpeándome en la cara, y me acerqué. Al verme, el hombre grande me saludó con un «buenos días» seco, mientras guardaba algunas cosas en el coche.

—¿Preparas la salida tan temprano? —le dije, tratando de parecer natural.

Asintió, sin mucho interés en conversar.

—Sí, preparen la cuenta. Desayunamos y nos vamos.

Miré dentro del coche, buscando con la mirada las maletas, pero no las vi por ningún lado. Apenas intercambiamos algunas palabras más, y me fui a la cocina a preparar un par de cafés mientras organizaba los desayunos.

Poco después, los hombres entraron al comedor y comieron en silencio, sin mirarse ni decir nada. Cuando terminaron, me pidieron la cuenta. Fui a prepararles el check-out, y esta vez les pedí la documentación. Me entregaron sus papeles y se los devolví junto con el monto de la cuenta. Sin mirarla, el hombre sacó un fajo de billetes, me pagó y hasta dejó el cambio sobre la mesa. Nada de preguntas, nada de despedidas, solo frialdad.

Luego volvieron a su habitación y recogieron las cosas. Me quedé observando, intrigado, mientras arrastraban las maletas hacia el coche. Esta vez solo iba el hombre pequeño, y parecía que las maletas pesaban mucho menos, como si estuvieran… vacías.


La sospecha en el aire. El Desenlace de la maleta.

Cuando se marcharon, el silencio que dejaron detrás se hizo casi palpable. Mi cabeza no paraba de hacer preguntas: ¿Dónde estaba lo que había dentro? ¿Qué pasó durante la noche? ¿Dónde lo habrían dejado?

Esperé con impaciencia a que bajara alguien más. Las horas pasaban lentamente hasta que finalmente apareció Mireia, y sin perder un segundo, le conté todo lo que había ocurrido. Sus ojos se abrieron con sorpresa, y con un gesto rápido, decidimos inspeccionar la habitación.


La habitación vacía. El Desenlace de la maleta.

Subimos al cuarto número 8. La puerta rechinó al abrirla, y lo que encontramos dentro nos dejó perplejos: estaba ordenada, limpia, como si nadie hubiera pasado la noche allí. Solo unas copas de cerveza vacías en la terraza y el cenicero con colillas eran las únicas pruebas de que realmente habían estado ahí.

Mireia me miró, incrédula, y decidimos hacer una búsqueda más exhaustiva. Sin encontrar nada en la habitación, bajamos a la cocina. Justo cuando llegamos, escuchamos la tos característica de Katy resonando desde las escaleras. Esa tos fuerte que parecía capaz de despertar a toda la masía. Sin embargo, todos seguían durmiendo.


La sospecha final

Mientras recogía el desayuno de los dos hombres, mi mente no dejaba de dar vueltas al misterio. ¿Qué podían haber escondido o dejado atrás? La pregunta me quemaba por dentro y, poco a poco, una inquietud empezó a formarse. Siempre había una posibilidad, una sombra en el fondo de mis pensamientos que no me atrevía a considerar. La idea de que ella estuviera involucrada… que ella hubiera sido cómplice.

Mireia y yo habíamos bromeado muchas veces sobre lo conveniente que sería si ella ocultara un secreto, si se deshiciera de cualquier cosa sin dejar rastro alguno. Ella siempre estaba ahí, trabajando incansablemente, triturando, descomponiendo, deshaciendo sin descanso.

La fosa séptica.


La búsqueda final. El Desenlace de la maleta.

Esperé a que bajaran Ramón y Blanca, y cuando se unieron a nosotros en el desayuno, les conté todo lo que había pasado. Ellos escuchaban, atónitos, mientras les explicaba la situación. Ramón, como siempre, sacó su sentido del humor, pero me miraba con una expresión de preocupación.

—Lo que sea, está en la fosa —dijo Ramón con su tono grave.

Entonces bajó Katy, con su pijama de Mickey Mouse y una sonrisa ingenua, mientras se unía a la conversación. Nos miramos unos a otros, y entre todos, decidimos hacer una visita a ella. Tomé una palanca y una linterna, y nos dirigimos a la entrada de la fosa. Alrededor de la tapa de concreto, todos miraban expectantes mientras levantaba la tapa lentamente.


La revelación

Al abrir la primera tapa, un hedor nauseabundo escapó de la fosa, obligándonos a retroceder. Todos cubrimos nuestras narices mientras una nube de vapor fétido se elevaba en el aire. Dejé que el olor se disipara, y con una mezcla de temor y resolución, abrí las otras dos tapas.

Miramos en el interior. Estaba llena… pero solo de desechos. No había nada más que oscuridad y un revoltijo de residuos que se perdía en el fondo. Intenté buscar con un hierro, removiendo el fondo, pero nada. No había nada más que inmundicia.


La incógnita persistente

Tapamos la fosa y volvimos a la casa, en silencio. Lo que había ocurrido se quedaba como un enigma sin resolver. Hicimos una última revisión de la habitación, luego del bungalow, sin rastro alguno de nada sospechoso.

Ramón, con su humor a prueba de misterios, lanzó una última broma que resonó en la masía:

—No lo veo claro —dijo, y aunque todos reímos, la risa tuvo un dejo nervioso.

Yo sonreí, a pesar de todo. Ramón estaría ciego, pero algo en mí sabía que él veía más allá de cualquiera de nosotros. Nos reunimos en el comedor, aún procesando el misterio que esos dos hombres habían dejado tras de sí.

Y así, la masía volvió a su quietud habitual, pero el enigma de las maletas y lo que contenían seguía flotando en el aire, un secreto que la masía parecía haber absorbido entre sus paredes y que quizá nunca llegaríamos a descubrir del todo.


Feliz Sábado… Ojala que llueva mucho… que lo necesitamos….

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