Y aquí estoy, mirándolo todo con una mezcla de tristeza y asombro, como si observara desde fuera un mundo que alguna vez debió ser distinto, un mundo donde quizás valía la pena vivir con esperanza. No es això, companys… No es això.

Pero ahora… ahora no estoy tan seguro. Este mundo que nos rodea, que veo cada día, está impregnado de algo que me hace llorar por dentro: una deshumanización profunda y desconcertante.

Es la indiferencia por la vida del otro, el desprecio disfrazado de orden, la facilidad con la que se humilla, se despoja y se aplasta a otros solo para sentir un efímero poder. Y me pregunto… ¿cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Cómo hemos permitido que esto suceda a nuestro alrededor mientras decimos que buscamos la paz?

Pero, claro, la paz, dicen ellos. “Paz” es solo la palabra, el disfraz, la máscara para ocultar algo más oscuro. Porque cuando pienso en lo que ellos llaman “paz”, veo con claridad que se trata de otra excusa, otra herramienta para robar tierras, para saquear recursos, para adueñarse del carbón, el petróleo, el gas, los minerales… o simplemente para asegurarse una salida al mar. Detrás de la paz, se esconden intereses, codicia, hambre de poder.

Me asusta, sí, me aterra vivir en una sociedad que parece ciega ante los abusos. Nos imponen impuestos abusivos, nos encarecen los alimentos, nos sofocan con precios de combustible desorbitados, nos alejan de la posibilidad de una vivienda digna. Nos esclavizan, sí, en nuestros trabajos también. ¿Dónde se ha visto que un empresario tenga que pagar más por la seguridad social que lo que da a un empleado? Y, sin embargo, aquí estamos… seguimos callados.

Y lo que más me duele es que no salimos a la calle. Hemos perdido el espíritu, o quizás nos lo han robado, como nos roban tantas cosas. Nos han “atontado”, nos han reducido a sombras que observan sin intervenir, que aceptan sin cuestionar. Nos han adormecido el alma, nos han hecho creer que esto es lo normal, que esto es lo único que nos queda.

Y mientras pienso en esto, mientras la desesperanza me cala, en mi mente suena «No és això, companys, no és això» de Lluís Llach, y mi corazón se estremece. Porque no es esto, no puede ser esto lo que deseábamos, lo que imaginábamos cuando soñábamos con una vida en comunidad, con justicia, con respeto.

No, no es esto, y al decirlo, siento la necesidad de levantar la voz. Porque no quiero seguir mirando desde lejos, no quiero seguir aceptando, callando, fingiendo que esto es normal. No es això, companys, no és això…

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