La luz de la mañana apenas empezaba a asomarse por la ventana cuando abrí los ojos, aún medio desorientado. ¡Ufff, qué sueño tengo hoy! murmuré para mí mismo. Anoche ni siquiera me quedé a ver el partido del Barça, aunque el Chillout estuvo hasta la bandera. La llamada inesperada en Mas Torrencito

Ahí estaban todos: Jordi, Yoyo, Isa, Vicent, Ramón, Blanca, Moi, Eugenia, nuestro vecino Marck y su amigo, Mikel, Sandra y su amiga… pero, sobre todo, estaba Mire. Ahí la tenías, con su camiseta del Barça, dejándose el alma en cada grito y celebrando cada gol como si fuera el último.

Yo, como siempre, no pude con tanta tensión y, apenas empezó el partido, decidí escabullirme a mi cocina. Desde ahí podía escuchar los “¡Uuuuuuiiiiiii!” y los “¡Oooooostiaaaaaas!” cada vez que se acercaban a la portería. Y claro, los goles no pasaban desapercibidos, el griterío era tal que parecía que se venía el techo abajo. Finalmente, a mitad de partido, me dejé ver un rato entre la multitud, para no quedar de antisocial, y luego me retiré a mis aposentos con dignidad y algo de cansancio, mientras “Mamás”, mi fiel compañera, me esperaba en la cama. Los otros, Masto, Maky y Mastitwo, dormían ya en el despacho, libres de la algarabía futbolera.

Cerca de las once de la noche, ya estaba profundamente dormido cuando escuché la puerta abrirse. Sentí una mano en mi hombro y, entre sueños, escuché la voz de Mireia susurrando:

—Peque… jo, lo siento mucho… pero es que no hay agua.

En ese momento sentí cómo el corazón me daba un vuelco. ¡Otra vez sin agua! Medio en sueños y luchando por abrir los ojos, me levanté como pude y revisé el sistema de agua. Tras algunos ajustes y con mucho esfuerzo, conseguí que volviera a funcionar. Mireia me miraba con esa mezcla de culpabilidad y ternura que hace que no puedas enojarte por mucho tiempo, y antes de que me diera cuenta, estaba otra vez en la cama, hundiéndome de nuevo en el sueño.

Madrugo y La llamada inesperada en Mas Torrencito

A la mañana siguiente, me desperté a eso de las 4:30, con la sensación de que algo estaba raro, tal vez por el cambio de hora. En fin, la rutina es la rutina, así que fui directo a encender la cafetera para mi primer café del día. Hice un recorrido rápido por los depósitos de agua, asegurándome de que todo funcionara correctamente, y verifiqué las luces del bar, que siempre se apagaban si llovía. Todo estaba en orden, así que me preparé otro café y me puse a hacer mis cosas: responder correos, revisar redes, y atender algún que otro mensaje de clientes.

La mañana pasó tranquila, sin muchos sobresaltos, hasta que a eso de las diez, el teléfono sonó de repente. Lo miré, extrañado, porque no esperaba ninguna llamada a esa hora.

—Mas Torrencito, buenos días… ¿dígame? —respondí, con esa formalidad que uno emplea por costumbre.

—Buenos días, ¿Miguel Chordi? —la voz era femenina, con un tono serio pero amigable.

—Sí, soy yo… —respondí, sin saber qué esperar—. ¿Quién le llama?

—Me llamo María José Armengol, de Planeta, la editorial de libros.

Me quedé en silencio, procesando lo que acababa de escuchar. ¿Planeta? ¿La editorial de libros? ¿Me estaba llamando alguien de Planeta?

—Ahhh… sí, sí —dije, con un tono medio burlón, aún pensando que esto era una broma—. ¿Y qué desea?

Ella rió suavemente, como si estuviera acostumbrada a lidiar con gente incrédula.

—Bueno, te cuento. Resulta que tu cuñada Gisela es amiga de mi mejor amiga, y además trabaja para nosotros en Planeta. Ella nos ha hablado de los textos que publicas en redes a diario, y mi amiga se ha enganchado a leerte.

No podía creer lo que escuchaba. ¡¿Mis textos en redes leían en Planeta?! Me dio por soltar un “Jo, qué guay”, tratando de sonar casual aunque por dentro estaba alucinando.

—El caso es que mi amiga me insistió en que te leyera también, y llevo unos días siguiendo lo que publicas. Incluso he leído algunos de hace tiempo. ¿Cuánto llevas escribiéndolos?

—Ostis… pues desde julio, más o menos —contesté, aún sin saber cómo encajar todo esto.

—Pues me gustaron mucho. Hablé de ello con mis superiores y me dieron carta blanca para llamarte y ver si podemos hacer algo contigo. ¿Te interesaría?

Yo ya no sabía ni qué pensar. ¡¿Una editorial interesada en mí?! Sentí que las palabras apenas me salían.

—Bueno… no sé qué decir. La verdad es que esto me ha tomado por sorpresa. No es algo que tuviera previsto. Lo mío es la casa rural, los clientes… pero no sé… —las palabras se me atragantaban—. ¿Qué tendríamos que hacer, a grandes rasgos?

—Lo primero sería conocernos en persona. Estoy pasando el fin de semana con mi familia en L’Escala, así que puedo acercarme y lo comentamos.

Primer encuentro. La llamada inesperada en Mas Torrencito

Asentí, todavía en shock, y le di mis coordenadas. Cuando colgué, corrí hacia la terraza, donde Mireia estaba con Vicent, Isa, Ramón y Blanca desayunando, y les solté la noticia sin más.

—¡Me acaba de llamar una mujer de Planeta! ¡Quiere hablar conmigo sobre mis textos!

Al principio, todos se quedaron mirándome como si me hubieran crecido dos cabezas. Mireia fue la primera en soltar la carcajada.

—¡Venga ya! ¿Que te ha llamado quién? —dijo, sin poder contener la risa.

—¡Os juro que es cierto! Llama a tu hermana y pregúntale si conoce a una tal María José Armengol.

Con cara de incredulidad, Mireia sacó el teléfono y marcó el número de su hermana. Tras un momento de espera, confirmó mi historia. Resulta que sí, la tal María José trabajaba en Planeta y estaba interesada en mis textos. Mireia me miró boquiabierta.

—¡Pues es verdad! —dijo, entre sorprendida y emocionada—. ¡Qué fuerte!

A las doce y media, el teléfono volvió a sonar. Era María José, que ya estaba cerca. Le expliqué cómo llegar y que bajara directo hasta el Chillout para que no tuviera problemas de aparcamiento. Los perros comenzaron a ladrar, avisando la llegada de alguien, y todos nos asomamos para ver. Cuando el coche de María José aparcó, vi que se quedaba dentro, un poco dudosa.

—¿Pero después de leer mis historias no te imaginabas que habría perros? —le dije, medio en broma, cuando finalmente bajó del coche.

María José rio y mis amigos, siempre dispuestos para las bromas, soltaron risotadas mientras yo murmuraba—: Por eso trabaja en Planeta, no sabe lo que es un perro.

Entre risas, la invité a pasar y la llevé a la terraza, donde Txarango sonaba a todo pulmón. Bajé el volumen y le ofrecí algo de beber.

—¿Quieres una cerveza, un café?

—Una birra estaría bien —me contestó con una sonrisa.

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Cervezas y alucines. La llamada inesperada en Mas Torrencito

Le serví la cerveza y, con el vaso en la mano, empezó a contarme de nuevo sobre la propuesta de Planeta. Me hablaba de lo mucho que les habían gustado mis textos y de la posibilidad de convertir mis publicaciones en un libro. Yo apenas podía concentrarme en sus palabras, mi cabeza daba vueltas. Al final, me miró a los ojos y preguntó:

—Entonces… ¿te interesa?

—Ostis… no sé. Nunca se me había pasado por la cabeza. Lo mío es la casa rural, los clientes, las historias del día a día, pero… —tartamudeé, intentando encontrar las palabras.

Ella me miró con esos ojos azules enormes y serios—. Mira, para que no te preocupes, mis superiores me han dado luz verde para ofrecerte un adelanto.

Me quedé en silencio, tratando de procesar lo que acababa de decir. ¡¿Un adelanto?!

—¿Y de cuánto estaríamos hablando? —pregunté con voz entrecortada.

—Entre 50 y 75 mil euros —me dijo con tranquilidad.

Por un momento, sentí que la cabeza me iba a explotar. Con esa cantidad, podría cubrir mis cuentas, pasar el invierno con tranquilidad, quitarme algunas deudas y, quién sabe, ¡hasta comprarme un coche eléctrico!

El momento era surrealista, y yo seguía ahí, sentado frente a María José, tratando de asimilar todo. Había empezado esta charla sin creer del todo en lo que me estaba proponiendo y ahora… ¡me estaba hablando de contratos y adelantos! Le di un sorbo a mi cerveza, intentando procesar.

—Jo… pues estaría guay, ¿y qué tengo que hacer? Porque no creo que me deis esa pasta por nada —dije, intentando sonar práctico, aunque el corazón me iba a mil por hora.

—Bueno —me contestó ella con una sonrisa segura—, lo primero sería firmar un contrato de publicaciones. Luego uno de obligaciones y, claro, otro de exclusividad.

Asentí, todavía en las nubes pero tratando de mantener los pies en la tierra.

—Eso me parece normal, pero… me preocupa más saber cómo queréis plantearlo. ¿O sea, sería tal cual lo que ya hago? ¿O esperáis algo diferente? —dije, con la voz temblando un poco.

Los contratos. La llamada inesperada en Mas Torrencito

María José me miró directamente, como quien tiene claro lo que quiere.

—Queremos que, de todo lo que ya llevas publicado, nos des permiso para reestructurarlo, darle forma y publicarlo. Queremos conservar tu estilo, eso es lo que nos gusta. ¡Así que, realmente, solo tendrías que darnos el visto bueno y firmar los contratos!

La idea me sonaba como un sueño. Reestructurar, pulir lo que ya había escrito y… ¿solo eso? La miré medio incrédulo.

—¿Sólo eso? ¿No tengo nada más que hacer?

—Nada más —dijo, con una sonrisa triunfal—. Solo eso y firmar.

Empecé a sentir la adrenalina, pero aún así decidí mantener la cabeza fría.

—Bueno, si es eso… me parece bien, pero estas cosas se hablan primero. Necesito leer los contratos con calma y también dejárselo a Mireia para que le eche un vistazo. ¡Vamos, que no pienso firmar a ciegas! —bromeé—. Para eso ya tengo a Ramón —añadí, y Ramón, que había estado siguiendo la conversación, levantó la mano como si fuera un niño en clase y se unió a las risas de todos.

María José asintió con un aire tranquilo, como si hubiera previsto que lo diría—. Me parece correcto. Yo te lo dejo aquí y ya me dices qué piensas.

—¡Guay! —contesté, y el ambiente se volvió a llenar de risas y bromas mientras dejaba los papeles sobre la mesa.

Luego de que firmáramos una tregua tácita con los temas de trabajo, empezamos a hablar de anécdotas. Me sorprendió cómo María José parecía conocer mis historias de memoria. Resulta que llevaba leyéndome desde hacía semanas y tenía sus favoritas. Nos reímos recordando a los perros y a los amigos en las anécdotas más descabelladas. Lo más increíble de todo era sentir que esta persona, que venía de una editorial de las grandes, había disfrutado de lo que escribía como si me conociera de toda la vida.

La llegada de más amigos. La llamada inesperada en Mas Torrencito

En medio de esa charla, el sonido de los pajaros y más perros se dejó oír. Jordi y Yoyo llegaban con Lluna, Quinto y Lia, que se sumaron al revuelo perruno, y la casa comenzó a llenarse de ese caótico bullicio familiar, una mezcla de risas y ladridos. Todo el mundo estaba alucinando con la visita de Planeta, y claro, la conversación giraba una y otra vez sobre el “qué pasará” y sobre cómo esto podría cambiar las cosas.

La llamaca inesperada

Mireia, en una esquina de la terraza, ya había abierto el contrato y, entre birra y birra, le hacía fotos y las mandaba por WhatsApp a su hermana Gisela. La Gigi, al parecer, conocía a alguien de confianza que podía echarle un vistazo a los términos. Nos sentíamos en el centro de una película, entre risas, emoción y mucha curiosidad por saber en qué acabaría todo esto.

Ya se iba haciendo tarde, y como toda buena reunión que se alarga, la charla derivó en “¿y ahora qué comemos?”. Con tantas personas y perros alrededor, la opción más fácil era una buena barbacoa. Así que Vicent, Jordi y yo decidimos bajar a Báscara en busca de carne para alimentar al batallón, mientras Mireia, Blanca e Isa se quedaban cuidando de los perros en el jardín, que habían declarado el césped como su territorio oficial del día.

De vuelta, armamos una buena barbacoa y todos nos sentamos en la terraza, disfrutando de la comida, con un sol que nos daba un respiro justo antes de que comenzara a nublarse. Nos pusimos a imaginar lo que vendría: cómo sería ver mis palabras en papel, quién se encargaría de la portada, y, por supuesto, las bromas no pararon. “Oye, cuando seas famoso, no te olvides de los pobres,” decía Vicent, y entre risas, yo le respondía: “Tendré un capítulo solo para ti, tete”.

La Plancha….

Al caer la tarde, el cielo se oscureció rápido con las nubes grises de la tormenta que se avecinaba, y todos nos metimos en la cocina, donde seguimos charlando y lanzando elucubraciones sobre el libro, los planes, el contrato. Pero había algo que no podía esperar más: mis lavadoras y la plancha, que siempre quedaban pendientes. Así que como ya me conocen… y saben que me gusta estar solo mientras plancho, si esta la Mire sólo.. vale.. pero mas gente… uffff… agobia… y como lo sabían.. se bajaron al Chillout a seguir la fiesta.

Una vez en la tranquilidad de la plancha, me puse a pensar en todo lo que había pasado. Era surrealista. Parecía cosa de un sueño, como si no fuera cierto. Cuando terminé de planchar y me dirigí hacia el Chillout, estaba vacío. No había nadie. Ni rastro de mis amigos, ni de los perros. El silencio era absoluto.

Miré por toda la casa, llamé a todos, pero nada. Ni un sonido, ni una señal de vida. Empecé a preocuparme. ¿Dónde estaban todos? El corazón me palpitaba fuerte, sentía que algo estaba fuera de lugar. Empecé a caminar por cada rincón de la casa, mi voz resonando en el vacío. Nadie respondía.

Y entonces… me desperté. Miré el reloj: eran las 4:45 de la mañana.

Feliz Domingo… Ojala que siga lloviendo mucho… que lo necesitamos…. y que el cambio de hora no te altere mucho.

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