Era invierno, y en la casa solo estábamos unos pocos; la paz era casi total, solo interrumpida por el suave murmullo de los perros y el crepitar de las brasas. Entre los que allí andábamos estaba Margarita, una clienta fiel que venía siempre con sus dos golden retrievers, preciosos y de pelaje blanco. También andaban algunos «guiris» despistados y, claro, Mireia, el Caminante –o Josep Maria, el inventor de la cerveza de aquel invierno– y yo.

El Caminante había decidido que ese año iba a convertirse en maestro cervecero. Llevaba semanas encerrado en el garaje, metido entre calderos, lúpulo, cebada y un par de libros viejos de cervecería. De ese laboratorio improvisado nacieron dos joyas que bautizamos con todo el cariño y el humor del mundo: la fuerte, un trago que casi tumbaba de un solo sorbo, se llamó ESKERP, y la más suave y ligera, MANUELA. En esas andábamos, entre tragos y experimentos, disfrutando del frío y de la calma… hasta que llegó el día siguiente.

El Drama de la Noche. El Perrito Borrachín de Mas Torrencito.

A la mañana siguiente, Margarita se nos acercó, visiblemente alterada. Con la mirada fija y una expresión que mezclaba desvelo y desesperación, me soltó sin más:
—¡Me voy! No he podido dormir nada esta noche.

La miré con sorpresa. Margarita solía ser la persona más tranquila del mundo; nada le afectaba.
—¿Pero qué pasó? —le pregunté, algo desconcertado.

Ella, con un suspiro de hastío, se llevó una mano a la cabeza.
—¡Uf! No sabes… La perra… Toda la noche vomitando. ¡Toda la noche! Y no cualquier cosa… ¡qué peste! ¡Tuve que dormir con la puerta abierta para no asfixiarme!

Intenté contener la risa, pero entre la cara de Margarita y la idea de su perra vomitando como si no hubiera un mañana, aquello era complicado. Le di un par de palmaditas en el hombro y traté de tranquilizarla.
—Venga, Marga, no será nada, ya se le pasará.

La dejamos ir a desayunar mientras nosotros, intrigados, observábamos a la golden. La pobre parecía borracha, tambaleándose de un lado a otro, con una expresión de perplejidad que pocas veces se ven en un perro. Pero, ¿qué podía haber comido para estar así?

La Investigación y el Primer Pista

Me fui directo a la cocina para contarle a Mireia y al Caminante lo de la golden. Nos quedamos pensando… ¿qué demonios había comido la pobre perra para acabar en ese estado? Justo en medio de nuestras cavilaciones, un grito ensordecedor resonó por toda la casa.

—¡Miguel! ¡Miguel, baja!

Salté de la silla y corrí escaleras abajo. Allí estaba Margarita, señalando un nuevo charco de vómito con una mezcla de horror y resignación.
—¡Mira esto! —me dijo, señalando el charco.

Allí estaba, un vómito de primera categoría, con un aroma que inundaba todo el pasillo y que nos hacía lagrimear. No había duda: había algo raro en el estómago de esa perra.

Intentando entender el asunto, saqué mi móvil y le hice una foto para enviársela a Judith, nuestra veterinaria de confianza. Al rato, Judith respondió:
—¡Pero eso son granos, Miguel!
—¿Granos? ¿De qué tipo?
—Pues parecen de cereal… yo juraría que es cebada.

Le transmití el mensaje a Margarita, quien, más calmada, se mostró aliviada de que no fuera nada grave. Sin embargo, seguíamos sin entender de dónde había sacado aquella cebada fermentada.

La Revelación del Misterio. El Perrito Borrachín de Mas Torrencito.

Las horas pasaron, y aunque el ambiente parecía volver a la calma, los perros seguían deambulando por ahí. De repente, noté a la golden blanca meterse en el bar y luego desaparecer en la cocina de verano, justo donde el Caminante tenía el cubo de cebada para las cervezas. Sin perder tiempo, fui detrás de ella y allí la vi, metiendo el hocico en el cubo y dándose un festín de cebada fermentada.

—¡OSTIIIIIIII! —grité, entre risas y sorpresa— ¡Ya sé lo que pasa!

Margarita, que ya había oído mis gritos, bajó corriendo las escaleras.
—¿Qué ha pasado?
—¡Está borracha! ¡Tu perra se ha cogido un pedo con la cebada del Caminante!

Al principio, Margarita no podía creerlo. Pero cuando la escena cobró sentido, rompió en carcajadas entre risas y nervios.
—¿Tengo una perra alcohólica? —preguntó entre risas.
—Pues parece que sí —le respondí—. ¡Le gusta la cerveza! ¡Es una golden con gustos muy particulares!

La Resaca del Perrito Borrachín

Todos los presentes nos partíamos de la risa. ¿Cómo íbamos a imaginar que la pobre golden, con esa carita tan inocente, se iba a zampar un cuarto de cubo de cebada fermentada? Pero, claro, hablamos de un golden: esos peludos no dejan nada comestible sin probar.

Al final, Margarita solo pudo resignarse.
—¿Qué hago ahora? —preguntó, aún con una risa contenida.
—Nada, mujer, que duerma la mona, que le va a durar un buen rato.

Y así fue. La golden durmió como si no hubiera mañana, mientras nosotros guardábamos el cubo de cebada bajo llave. Horas después, cuando la perrita despertó, su tambaleo había desaparecido y todo volvió a la normalidad.

Ese día quedó como una anécdota inolvidable: la historia de la perra borrachina que se dio el fiestón de su vida con la cerveza casera del Caminante. Desde entonces, cada vez que preparo cerveza, no puedo evitar acordarme de esa noche y de la golden borrachina, nuestra querida amiga que, sin quererlo, nos enseñó que incluso los perros pueden tener sus días de resaca. ¡Salud! 🐾🍻

FELIZ Miércoles para tod@s!!!

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