Ayer se nos fue Ramón y Blanca a Barcelona, como suelen hacer. Solo que esta vez, en lugar de tomar el tren regional —ese que tarda sus buenas dos horas largas— decidieron probar suerte con el AVE, que además les salió más barato. Así que, emocionados, se embarcaron en esta pequeña aventura… o al menos eso pensaban. Lo que nadie se imaginaba es que este viaje prometido iba a terminar antes de empezar. Y no por un problema de trenes, sino de pura y simple falta de sentido común.
En la estación del AVE en Vilafant
Ramón y Blanca, nuestros protagonistas, llegan a la estación de Vilafant, acompañados por su sobrino que los deja justo en la puerta. Ambos están listos, billetes en mano, y, por supuesto, acompañados de su inseparable chihuahua, Neón, alias «el Murciélago». Un perro de tres kilos, tan inofensivo como una bolita de lana con patas. Ramón está contento, listo para embarcar. Blanca lleva a Neón en una bolsa. Pero cuando pasan el primer control… zaska.
El día que casi termina el mundo… o cómo el AVE y la empatía no siempre van en el mismo vagón»
Empleado del AVE: (mirando a Neón con cara de pocos amigos)
— Lo siento, pero el perro no puede subir sin un transportín.
Ramón: (extrañado y algo mosqueado)
— ¿Perdona? Pero si lo llevamos en la bolsa, ¡no va a molestar a nadie! Además, somos invidentes, y solo estaremos media hora en el tren.
Empleado del AVE: (con tono robótico, como si le hubieran implantado un chip para repetir frases)
— Las normas son las normas. Los perros deben viajar en un transportín homologado.
Blanca: (tratando de mantener la calma)
— Mire, señor, entiéndanos, solo vamos de Vilafant a Barcelona. Neón no va a salir de su bolsa. De verdad, es un perro chiquito, no va a molestar ni a ladrar…
Empleado del AVE: (inalterable, con la misma cara de piedra)
— Las normas están para cumplirse. O llevan el transportín o no pueden pasar.
Aquí, Ramón empieza a notar cómo la paciencia se le está agotando. Blanca aprieta la correa de Neón, que sigue en su bolsa, ajeno al drama humano a su alrededor.
El regreso frustrado y la indignación
Ramón y Blanca, ya con el cabreo subido, salen de la estación. Allí fuera está su sobrino, que al verlos regresar pone cara de sorpresa.
Sobrino: (con cara de «esto es broma»)
— ¿Pero ya estáis de vuelta? ¿Qué ha pasado?
Ramón: (con un tono de indignación creciente)
— ¡Que no nos han dejado pasar por Neón! Que tiene que ir en un transportín, ¡ni que el perro fuera a comerse el tren entero!
Sobrino: (irónico)
— Ya ves, vaya peligro, un chihuahua de dos kilos suelto en un AVE. ¿Y qué? ¿Les has dicho que eres ciego y que llevas al perro en una bolsa?
Blanca: (con exasperación)
— ¡Por supuesto que se lo hemos dicho! Y nada, que el tío parecía un robot: “las normas, las normas…”
Ramón: (haciendo aspavientos)
— ¡Le he dicho que solo son treinta minutos, treinta! Pero nada, no hubo manera. Era como hablar con una pared. No es que nos haya dicho “entiendo su situación”, no, ni un poquito de humanidad. ¡Nos hemos quedado plantados en la estación por un perro que ni va a molestar ni a salir de la bolsa!
De vuelta a Mas Torrencito, con explicaciones
Ramón y Blanca vuelven a casa, derrotados. Yo estoy en mis cosas, organizando checkouts, lavadoras y secadoras como si no hubiera un mañana. Cuando los veo entrar, su cara de cabreo es tal que no puedo evitar el comentario.
Yo: (medio en broma, medio con curiosidad)
— ¿Pero qué ha pasado, ya estamos en Navidad?
Ramón: (resoplando)
— ¡Qué Navidad ni qué ocho cuartos! ¡El lío que hemos tenido en el AVE!
Yo:
— A ver, cuéntame… ¿qué ha pasado?
Ramón: (gesticulando)
— Pues nada, que íbamos tan contentos con Blanca, con Neón en su bolsa, que es un chihuahua mini, y nos plantamos en la estación. Pasa Blanca, le revisan el billete, todo bien, y cuando paso yo con el perro, el tío va y me dice que Neón no puede pasar si no va en un transportín.
Yo: (con cara de incredulidad)
— ¿¡CÓMO!? Pero si no va a molestar a nadie…
Ramón: (indignado)
— Eso mismo le dije yo. Le dije que somos invidentes, que el perro va en la bolsa, que no va a salir, ¡y nada! Que las normas, que las normas… Pero claro, cuando ves que dejan pasar a una familia con cinco críos dando vueltas, ahí sí, no hay problema, ¿eh?
Las normas… y el sentido común en el olvido
Después de escuchar a Ramón y Blanca, el absurdo de la situación es tan grande que uno no sabe si reír o llorar. Las “normas” parecen diseñadas para aplicarse de forma rígida, sin pensar en el contexto, en las personas. Y este empleado, en particular, parecía estar disfrutando su pequeño momento de poder.
Yo: (intentando contener la risa y la indignación)
— De verdad, parece que no tenía otra cosa que hacer que fastidiar al primero que se le cruzara. Y encima a unos ciegos con un chihuahua en la bolsa… A ver, ¿qué daño puede hacer Neón en el tren?
Ramón:
— Pues nada, eso le dije yo. Pero la tía no bajó ni una ceja. Es como si no entendiera la situación. Solo repetía lo mismo: “Las normas, las normas”. Como si no tuviera capacidad de pensar, de decir: “Vale, entiendo que la situación es distinta, pueden pasar, pero no saquen al perro”. ¡Ya está! No creo que el tren se fuera a desmoronar.
Yo: (suspirando)
— Claro, y ahora, entre el viaje de ida y vuelta a Vilafant, toda la espera, y el cabreo que lleváis, ¿os merecía la pena el AVE? Vamos, que si llego a saberlo, os acerco yo a Barcelona.
Ramón:
— Pues sí, lo mismo te digo. Porque ahora, entre el retraso, los planes que tenía con mi madre para comer, lo que iba a hacer Blanca en Barcelona… ¡todo a la mierda! Todo por una norma estúpida aplicada con más estupidez todavía.
Reflexión final: ¿Hasta cuándo el poder mal utilizado?
Es que en serio, a veces parece que el sentido común se fue de vacaciones y no tiene planes de volver. Porque vale, las normas son importantes, pero cuando tienes delante a una pareja ciega, que solo te pide treinta minutos de trayecto con un perrito mini… ¿no se puede hacer una excepción? Y más en un tren medio vacío, donde el chihuahua no iba a molestar ni a las palomas de la estación.
A este paso, parece que algunos empleados solo encuentran satisfacción aplicando normas sin sentido, como si su poder residiera en fastidiar a quienes menos lo merecen. Porque vamos, en serio… ¿quién es más molesto? ¿El chihuahua de tres kilos o la familia de cinco niños gritando en el vagón? Si al menos los gritos de “las normas son las normas” se aplicaran con justicia para todos…
Epílogo: “Evolucionaremos algún día… ¿o nos seguiremos poniendo piedras en nuestro propio camino?”
Ahí se queda la pregunta, mientras Ramón y Blanca, de vuelta en casa, siguen alucinando con la surrealista experiencia de intentar viajar con el AVE… y estrellarse contra un muro de burocracia y falta de empatía. Un pequeño reset no vendría nada mal, ¿no?
Desde Mas Torrencito os deseamos un FELIZ LUNES!!! y que vuestro perr@ os acompañe!!!!
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