Los turistas inesperados
Mientras intentábamos calmar a Lourdes por la desaparición de Lolo y los susurros entre los clientes comenzaban a intensificarse, sonó el teléfono de recepción. Todos giramos la cabeza hacia el aparato, que parecía sonar con una urgencia poco habitual. En la Mas Torrencito, rara vez recibimos llamadas tan tarde.
—¿Quién será ahora? —murmuré, mientras iba a contestar.
—¡Hola! Eh… ¿cómo se dice? Ah, sí. Good evening! —dijo una voz con un marcado acento inglés y un tono apresurado.
—Eh… ¡Hola! Good evening! —respondí, ajustándome rápidamente al inglés medio oxidado que había aprendido en la escuela.
—Yes, yes… um… We are lost. Very lost. We’re in the middle of… fog… so much fog! And we need a place to stay… we saw your sign on the road but… can’t find you! —la voz sonaba entre divertida y un poco desesperada.
Al escuchar aquello, Mireia y algunos clientes comenzaron a reír en voz baja, aunque Lourdes seguía con el ceño fruncido, claramente preocupada por Lolo.
—¡No se preocupen! —dije, intentando sonar más seguro de lo que me sentía—. Eh… I mean, don’t worry! We’ll guide you!.
Rápidamente les di indicaciones, aunque no estaba seguro de que las siguieran del todo, porque en algún momento de la conversación uno de los turistas exclamó que “la niebla era como un monstruo de película de terror”. Finalmente, después de varios intentos, entendieron el camino, o al menos eso parecía, y me despedí con un animado “¡See you soon!”.
La llegada de los guiris. El Misterio de los Olores y las Apariciones en Mas Torrencito
Pasaron unos veinte minutos, y justo cuando los clientes empezaban a dispersarse para sus habitaciones, escuchamos un par de toques tímidos en la puerta. Al abrir, me encontré frente a frente con dos figuras que parecían sacadas de un festival de música indie: uno de ellos, rubio con una barba espesa y una bufanda tejida que parecía un collar gigante, y la otra, una chica pelirroja con una sonrisa gigante y una cámara colgada del cuello, como si estuviera lista para fotografiar hasta el último rincón de la casa.
—¡Hola! —saludaron ambos, y tras eso empezaron a reírse y a saludar a los perros, que se acercaron enseguida, olisqueando sus maletas.
—Hello! We are… eh… very… eh… sorry! Thank you so much for helping us! —dijo la chica, que luego se presentó como Lucy, mientras el rubio, al que llamaban Oliver, asentía y se agachaba para acariciar a Mastitwo.
Rápidamente, les mostramos una habitación y les ofrecimos algo de café caliente. La pareja se instaló en el salón junto a algunos clientes que aún estaban por allí, y el ambiente comenzó a relajarse. Con una naturalidad encantadora, Lucy y Oliver empezaron a contar anécdotas de su viaje por el norte de España, narrando cómo se habían perdido en medio de la niebla en una historia que involucraba un mapa que, según ellos, parecía dibujado por un niño de cinco años.
Isa y Vicent, que aún estaban en el chill out, se rieron a carcajadas con la historia de los guiris, y no tardaron en entablar conversación con ellos.
—Oh, it’s like a… ¿cómo se dice? ¿Una… masía embrujada? —preguntó Oliver en su español rudimentario, causando que varios clientes lanzaran una carcajada.
—¡Así parece! —respondí, riéndome y, por un momento, olvidando la tensión del gato desaparecido y las sombras misteriosas.
La calma después de la tormenta. El Misterio de los Olores y las Apariciones en Mas Torrencito (2ª parte)
Los nuevos huéspedes eran como un soplo de aire fresco. Lucy resultó ser una amante de los animales, y rápidamente se integró con los perros y los gatos, convirtiéndose en amiga de cuatro patas en cuestión de minutos. Oliver, por su parte, era un experto en contar historias exageradas, y en cuestión de minutos tenía a todos en el salón riéndose mientras describía una supuesta “batalla épica” que había librado contra un gato callejero en un pueblo de Portugal.
Incluso Lourdes, todavía preocupada por Lolo, no pudo evitar reírse cuando Oliver empezó a imitar los maullidos del “gato feroz” que, según él, había intentado “atacarlo” en plena calle. Y así, poco a poco, el ambiente se fue relajando y la tensión en la casa disminuyó. Hasta los perros, que habían estado inquietos hasta hace un momento, se acurrucaron junto a Lucy, como si supieran que estaban en buena compañía.
La pareja se quedó tan a gusto que decidió quedarse en el chill out, donde se instalaron en uno de los sofás con una manta y empezaron a ver «Pasapalabra» con los otros clientes, comentando las palabras como si supieran perfectamente de qué iba el programa. La niebla afuera, que antes había parecido aterradora, ahora se sentía como un acogedor manto que nos aislaba del resto del mundo.
Mireia se acercó a mí y me sonrió.
—Miguel, estos guiris llegaron justo a tiempo. No sé por qué, pero me da la sensación de que su buena energía nos hacía falta esta noche.
Asentí, mirando a los clientes y sus mascotas, todos juntos en una especie de paz extraña pero agradable. Por un momento, pensé que la noche había decidido darnos un respiro.
Un descubrimiento inesperado.
Justo cuando todos parecíamos relajarnos y el ambiente volvía a ser cálido, un sonido peculiar rompió el silencio. Era un ladrido agudo y suave que venía… ¡de detrás del sofá!
Lourdes se levantó de un salto, y antes de que pudiera decir nada, Lolo, su pequeño yorkshire terrier, apareció con una expresión tan tranquila como la de siempre, como si hubiese estado allí todo el tiempo, oculto en un escondite secreto. Con esa actitud característica de los yorkshire, Lolo se acercó a su dueña meneando la cola y lanzándole una mirada que parecía decir: «¿De qué se han preocupado?»
—¡Lolo! —exclamó Lourdes, abrazándolo y acariciándolo mientras lo examinaba para asegurarse de que estuviera bien—. ¡¿Dónde te habías metido, pillín?!
Los clientes y nosotros nos relajamos al ver que el pequeño Lolo había aparecido sano y salvo, y Oliver, sin poder evitarlo, empezó a bromear, sugiriendo que Lolo podría ser “el verdadero guardián de la Mas Torrencito, con un uniforme de espía y todo”. Incluso posó junto a Lolo para una foto, mientras Lucy reía y capturaba el momento con su cámara.
Vuelta a la normalidad?
Y cuando parecía que todo volvía a la normalidad, un detalle me dejó intrigado. Al mirar detrás del sofá para ver el escondite de Lolo, noté algo extraño en el suelo. Parecían… ¿huellas? Sí, unas pequeñas huellas mojadas, claramente de perrito, que iban desde la entrada hasta detrás del sofá. Sin embargo, había algo raro en ellas, como si se superpusieran a otras más grandes.
Intenté ignorarlo, pero el desconcierto era imposible de evitar. ¿Cómo podía un perrito tan pequeño dejar huellas con esa forma y tamaño?
Mireia también las notó, y nos miramos sin saber muy bien qué pensar. Por un momento, casi me atreví a preguntarle a Lourdes si Lolo se había comportado de manera extraña, pero decidí no asustarla. Sin embargo, mientras regresábamos al chill out, una pregunta se instaló en mi mente y no pude evitarlo:
¿Había algo o alguien más en la Mas Torrencito aquella noche?
CONTINUARÁ……..
Desde Mas Torrencito os deseamos un FELIZ MIERCOLES!!! y que vuestr@s perr@s os acompañe!!!!
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