Y es que fue de lo peor que me ha pasado nunca. De verdad, mira que me han pasado cosas en mi vida perruna, pero esta la recuerdo como si fuera ayer. Yo, pequeñita, apenas un año cumplido, con mi energía desbordante, no sabía que aquel día cambiaría mi forma de ver el mundo. El día que me perdí…

Habíamos vuelto del lugar más maravilloso del que tengo memoria: Mas Torrencito. Ahí, mis amos me soltaron la correa nada más llegar, y de inmediato sentí la libertad como un soplo fresco en mi hocico. Corrí, jugué y exploré durante tres días sin límite alguno. Mastitwo, ese mastín con un cabezón gigante y ojos de distinto color, se convirtió en mi mejor compañero. A pesar de lo grande que era, siempre se dejaba ganar en las peleas de broma. Aunque, bueno, no todo fue perfecto: se comió mi comida un par de veces, y eso no me hizo mucha gracia. Pero, ¿cómo enfadarse con alguien tan noble?

Cuando llegó el domingo y volvimos a la ciudad, me quedé dormida todo el viaje. Mis sueños estaban llenos de campos abiertos, riachos y el olor de la hierba mojada. Pero al llegar a casa, la realidad volvió: la camita, los horarios y, por supuesto, la correa.

La rutina interrumpida

El lunes por la mañana, mi amo me despertó con un clásico: «Nena, a pasear y a hacer pipí.» Yo no quería moverme, aún sentía agujetas de tanto correr y saltar el fin de semana. Pero al final, me levanté, me estiré y le seguí, resignada a la rutina de la ciudad. Bajamos las escaleras, dimos nuestra vuelta por la manzana y, como siempre, terminamos en el parque.

Al llegar al pipicán, estaban mis amigos de siempre: Rulo, una pequeña bola de pelo que siempre tiene energía de sobra; Fido, un labrador tranquilo pero competitivo; y Luna, una husky con un espíritu salvaje. Jugábamos, corríamos y competíamos por los mejores palos. Hasta que, de repente, Rulo echó a correr como un loco. Y yo, sin pensarlo dos veces, fui tras él.

Le seguí por las calles, zigzagueando entre gente y farolas. Pero Rulo era rápido, y cuando creía alcanzarle, desapareció en una esquina. Sin darme cuenta, me alejé más y más. El ruido de los coches me asustaba, las luces me cegaban, y al darme cuenta de que no reconocía nada, un escalofrío recorrió mi cuerpo. Y para colmo, empezó a llover.

La lluvia del miedo. El día que me perdí…

La lluvia caía fuerte, empapándome hasta las patas. Intenté seguir mi propio rastro, pero el agua borraba cualquier pista. Las calles parecían gigantes, los coches pasaban rugiendo y la gente no me prestaba atención. Por primera vez, sentí lo que era estar completamente sola.

Me refugié bajo un banco, temblando. En ese momento, el rugido de un trueno hizo que soltara un pequeño ladrido de miedo. Pero entonces, escuché otro ladrido, esta vez grave y autoritario. Levanté las orejas y vi, al otro lado de la calle, a un dálmata de manchas perfectas que me miraba fijamente. Caminó hacia mí, con una calma que contrastaba con la tormenta.

—¿Estás perdida? —preguntó con una voz seria.
—Sí… No sé cómo volver a casa —dije, intentando no llorar.

El dálmata, que luego supe se llamaba Tiza, se sentó junto a mí. Era un perro callejero, pero tenía una dignidad que imponía respeto.

—No te preocupes, pequeña. Encontraremos el camino. Pero primero necesitas secarte un poco. Ven conmigo.

La guarida secreta

Tiza me llevó por callejones hasta un lugar que parecía su refugio. Allí, bajo un viejo tejado, había otros perros. Un galgo flaco y elegante llamado Rayo y una perrita salchicha llena de energía llamada Nina. Ellos también eran callejeros, pero parecían formar una pequeña familia.

—Pobrecilla, está empapada —dijo Nina mientras se acercaba con un viejo trozo de manta que usaban para dormir.
—Yo no quiero molestar… Solo quiero encontrar mi casa —les dije con un hilo de voz.
—Eso haremos —respondió Rayo, con una voz suave pero confiada—. Pero primero necesitas descansar.

Mientras la lluvia seguía cayendo, compartimos historias. Les hablé de Mas Torrencito, de sus campos sin fin y del riachuelo donde podía saltar sin que nadie me regañara. Les hablé de Mastitwo y de cómo, en ese lugar, parecía que los perros y los humanos éramos completamente felices.

—Debe ser un paraíso —dijo Nina, suspirando—. Aquí en la ciudad, hay demasiados coches, demasiados peligros.

La búsqueda del hogar. El día que me perdí…

Cuando la lluvia cesó, Tiza se puso de pie con decisión.
—Vamos. Si recuerdas algo de tu casa, cuéntanos.

Intenté describir mi barrio: un parque grande, una fuente con niños jugando y farolas con forma de globo. Mis nuevos amigos me escoltaron por calles y avenidas, olfateando el aire en busca de cualquier pista. Caminábamos en grupo, y aunque seguía teniendo miedo, sentía que no estaba sola.

Después de horas de búsqueda, un aroma familiar me golpeó: croquetas. Era el olor de mi comida, ese que solo tienen las croquetas que me sirven en casa. Mis patas reaccionaron antes que mi mente, y corrí como una loca hacia el aroma.

Y allí estaban: mis amos, empapados y con caras de preocupación, llamando mi nombre.

—¡Nena! —gritó mi amo al verme—. ¡Estás aquí!

Corrí hacia ellos, saltando a sus brazos, lamiéndoles las manos y la cara. La felicidad en sus ojos hizo que mi cola no dejara de moverse. Mis amigos, Tiza, Nina y Rayo, observaban desde lejos, y cuando les ladré para agradecerles, desaparecieron entre las sombras como héroes silenciosos.

La moraleja

Esa noche, mientras dormía en mi camita, pensé en todo lo que había aprendido. La ciudad es un lugar lleno de peligros, pero también hay corazones nobles como los de mis nuevos amigos. Sin embargo, nada se compara con la libertad y la felicidad que sentí en Mas Torrencito.

Ahí, no hay coches ni correa, solo juegos, aventuras y amor. Es un lugar donde nosotros, los perros, y nuestros amos podemos ser felices, libres de preocupaciones. Al fin entendí por qué mi familia también parecía tan feliz allí. En ese rincón especial, todos olvidamos el ruido y el caos de la ciudad.

Desde entonces, cada vez que veo a mi amo planear un viaje, espero que diga esas dos palabras mágicas: Mas Torrencito. Porque en ese paraíso no solo corro, salto y juego… también aprendo lo que significa la verdadera libertad.


Desde Mas Torrencito os deseamos un buen día y que vuestr@s perr@ os acompañe!!!!

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