Era una mañana fresca en Mas Torrencito, de esas que huelen a tierra mojada y café recién hecho. Margarita, la Cerdita de Mas Torrencito
Manuela, la veterana golden retriever y dueña moral de la masía, estaba haciendo su ronda matutina. Desde la llegada de su «amo de dos patas», Miguel, hacía ya tantos años que ni recordaba cuántos, había asumido el papel de supervisora general del lugar. Esa mañana, sin embargo, algo era diferente.
Un débil gruñido rompió la calma del patio. Manuela levantó las orejas y olfateó el aire.
—¡Miguel! ¡Miguel! —ladró con urgencia—. ¡Ven aquí ahora mismo!
Miguel apareció en la puerta, todavía en zapatillas y con una taza de café en la mano.
—¿Qué pasa, Manuela? ¿Otra ardilla rebelde?
—¡No, esto es serio! —contestó Manuela, aunque Miguel no entendía más que el tono de su ladrido.
Siguiendo el sonido, Manuela y Miguel llegaron hasta un rincón del jardín. Allí, entre unas hojas caídas, se escondía un pequeño cerdito rosado. Era diminuto, con un hocico que parecía haber sido esculpido por un artista distraído, y unos ojitos negros llenos de curiosidad y miedo.
—¿Y esto qué es? —preguntó Miguel, sorprendido.
Manuela inclinó la cabeza y olfateó al cerdito con cuidado.
—Es una bebé. Y está sola. —Manuela giró su cabeza hacia Miguel, con la mirada que él ya conocía bien, esa que decía: «Este es mi proyecto ahora».
—Manuela, no podemos quedárnoslo. Esto no es una granja.
—¿Perdón? ¿Quién es la jefa aquí? —Manuela ladró con firmeza—. ¡Además, mira esa carita! Se llama Margarita. Lo sé porque me lo ha dicho.
Miguel se llevó la mano a la frente, pero no pudo evitar sonreír.
—Vale, vale. Pero tú te encargas. Yo ya tengo bastante con los perros y los humanos que vienen aquí.
Y así, Margarita se quedó en Mas Torrencito.
Manuela y Margarita: Madre e Hija… Margarita, la Cerdita de Mas Torrencito
Desde el primer día, Manuela adoptó a Margarita como si fuera su propia hija. Margarita, por su parte, no tardó en seguir a Manuela a todas partes, tropezando con sus propias patas cortas mientras intentaba imitar la elegancia de la golden retriever.
—Manuela, ¿por qué los perros tienen collares y yo no? —preguntó Margarita un día mientras jugaban en el jardín.
—Porque los collares son para los que necesitan un recordatorio de quién manda. Tú no lo necesitas, pequeña. Ya sabes que aquí mandas tú. —Manuela le dio un lametón en el hocico.
Margarita se infló de orgullo.
Pronto, los huéspedes de Mas Torrencito comenzaron a adorar a Margarita. Los niños jugaban con ella, los adultos le hacían fotos, y los perros la aceptaron como una más de la familia. Incluso Miguel, aunque nunca lo admitiría, le guardaba las sobras más deliciosas.
—¿Y esta manzana, Miguel? —preguntó Manuela una noche, viendo a Miguel ponerla cuidadosamente en un cuenco.
—Es para Margarita. Dice que quiere probar cosas nuevas.
—Claro, ¿y yo qué? ¿Nada de jamón para la vieja Manuela?
Miguel se rió.
—Tú tienes tu cama frente a la chimenea, Manuela. No te quejes.
La Enfermedad de Margarita. La Cerdita de Mas Torrencito
Un día, Margarita dejó de correr por el jardín. Ya no perseguía mariposas ni pedía mimos a los huéspedes. Manuela lo notó enseguida y fue corriendo a buscar a Miguel.
—Miguel, algo le pasa a Margarita. ¡No está bien!
Miguel se arrodilló junto a Margarita, que estaba tumbada en su cama de paja.
—Vamos, pequeña, ¿qué te pasa? —le dijo suavemente.
Margarita levantó el hocico y susurró:
—Me siento cansada, Manuela. Creo que algo en mí no funciona bien.
Miguel llamó al veterinario, que llegó esa misma tarde. La examinó cuidadosamente y, tras unos momentos de silencio, confirmó lo que todos temían.
—Tiene una enfermedad congénita, Miguel. No hay mucho que podamos hacer, pero podemos mantenerla cómoda.
Manuela se tumbó junto a Margarita, con su gran cuerpo dorado envolviendo a la pequeña cerdita.
—No tengas miedo, Margarita. Yo estoy aquí.
—¿Crees que duele mucho irse? —preguntó Margarita con una voz apenas audible.
—No, pequeña. Es como quedarse dormida después de un día muy largo y feliz. Y tú has tenido muchos días felices aquí, ¿verdad?
—Sí, Manuela. Muchos.
La Despedida. Margarita, la Cerdita de Mas Torrencito
Cuando Margarita cerró los ojos por última vez, todo Mas Torrencito quedó en silencio. Miguel cavó una pequeña tumba bajo el árbol favorito de Margarita, el gran roble del jardín. Manuela supervisó todo el proceso, asegurándose de que todo se hiciera con el respeto que su hija cerdita merecía.
—Aquí estarás siempre con nosotros, Margarita —dijo Miguel mientras colocaba una pequeña placa con su nombre.
Esa noche, Manuela se sentó junto a Miguel frente a la chimenea.
—La echo de menos, Miguel.
—Yo también, Manuela. Pero, ¿sabes qué? Creo que Margarita nos enseñó algo muy importante.
—¿Qué cosa?
—Que Mas Torrencito no es solo un lugar para perros, humanos o cerditos. Es un hogar para cualquiera que necesite amor y un lugar donde pertenecer.
Manuela apoyó la cabeza en la pierna de Miguel.
—Sabía que había algo bueno en ti, dos patas.
Miguel sonrió y acarició su suave pelaje dorado.
Un Legado de Amor
Aunque Margarita ya no estaba físicamente en Mas Torrencito, su espíritu seguía vivo. Los huéspedes hablaban de ella con cariño, y Manuela se encargaba de contar la historia de «Margarita, la cerdita que conquistó Mas Torrencito» a cada nuevo perro que llegaba.
Y así, la pequeña cerdita dejó un legado que perduraría para siempre: la certeza de que el amor no entiende de especies ni de tamaños. En Mas Torrencito, todos eran familia.
—Gracias, Margarita, por enseñarnos a amar sin límites —susurró Manuela una noche, mirando las estrellas.
Y, en algún lugar del cielo, una pequeña cerdita sonreía. 🌟
Desde Mas Torrencito os deseamos un buen día y que vuestr@s perr@ os acompañe!!!!
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