Aquel día empezó con una calma engañosa. El sol brillaba, los pájaros cantaban, y el ambiente en la casa rural era tan tranquilo que hasta me permití disfrutar de un café sin interrupciones. El Cliente que Todo lo Sabe… Todo, Todo y Todo

Claro que esa paz estaba destinada a durar poco. Lo supe en el momento en que ÉL apareció en la recepción, acompañado de su mujer, un perro inquieto y una actitud que anunciaba problemas.

—Buenas, soy Alfons, ella es mi mujer, Mariam, y este es Kiko —dijo, con un tono que parecía anunciar la llegada del mismísimo Alfonso X el Sabio.
—Encantado… ohh, Kiko, qué guapo eres —contesté, desplegando mi sonrisa profesional mientras pensaba: “¿En serio, Miguel? Qué falso eres.”

Alfonso no tardó en ir al grano.
—Tenemos una reserva para este finde.
—Perfecto. ¿A nombre de quién?
—Creo que Alfons.

La búsqueda en el ordenador no dio resultados. Ni a su nombre, ni al de Mariam. Entonces comenzó el interrogatorio.
—¿Quién hizo la reserva?
—Mi hija.
—¿Y cómo se llama tu hija?
—Mireia.
—Ahhh, aquí está.

«Qué raro, siempre pone mi nombre», comentó Alfonso, como si estuviera apuntando un fallo en mi sistema. Lo que me faltaba: un cliente que no solo lo sabía todo, sino que también creía tener el control absoluto del universo.

Después del check-in, les mostré la casa, la habitación, las áreas comunes y los horarios. Todo parecía estar bajo control, al menos por el momento. Alfonso inspeccionó todo con el aire crítico de un inspector de hoteles de lujo, mientras Mariam asentía tímidamente. Finalmente, él concluyó:
—De momento, nos gusta.

De momento. Esa frase me hizo sospechar.

Y se rompio la calma…. El Cliente que Todo lo Sabe… Todo, Todo y Todo


La paz duró hasta que Mastitwo, mi perro, apareció en escena y se cruzó con Kiko. Mastitwo gruñó un poco, como diciendo: «Este es mi terreno, cuidado.» Pero Kiko, lejos de achantarse, respondió con un ladrido desafiante, hinchando el pecho como si fuera un león, aunque su tamaño no diera para tanto.

Fue entonces cuando decidí abordar un tema delicado:
—Por casualidad, ¿Kiko está castrado?
—No, ¿por? —preguntó Alfonso, cruzando los brazos como si estuviera dispuesto a iniciar un debate.
—Es una de las normas de la casa. Los machos mayores de dos años deben estar castrados si son poco sociables o dominantes.
—¡Hombre! ¿A ti te gustaría que te cortaran los huevos?

Respiré hondo y lancé mi respuesta estándar, perfeccionada tras años de clientes como este:
—Son sus huevos, no los tuyos.

La conversación derivó en una discusión surrealista sobre el carácter de Kiko. Según Alfonso, era «muy sociable» porque jugaba con otros perros en el pipicán. Pero cuando pregunté cómo se llevaba con perros desconocidos que encontraba por la calle, Alfonso se quedó en silencio. Un silencio incómodo, roto solo por Mariam, que murmuró:
—Yo siempre se lo digo…

Su mirada me lo decía todo: estaba cansada de lidiar con aquel hombre y su perro.

Pero no estaba sólo… El Cliente que Todo lo Sabe… Todo, Todo y Todo


Los demás huéspedes empezaron a llegar, y con ellos, el verdadero espectáculo. El primero en aparecer fue un mastín del Pirineo acompañado de una podenca tímida. Apenas cruzaron la puerta, Kiko estalló en ladridos, jalando la correa con tanta fuerza que Alfonso casi terminó en el suelo.

Cuando llegó una pareja con un rottweiler musculoso, Kiko superó todos los límites. Atado a una mesa en la terraza, empezó a ladrar, gruñir y jalar la correa con tal fuerza que derribó la mesa entera. Bebidas, vasos y platos cayeron al suelo, mientras el rottweiler, impasible, le dedicaba una mirada que parecía decir: «¿De verdad? ¿Este es tu problema?»

Entre disculpas y recogidas, logré calmar la situación. Cuando regresé a la terraza, Alfonso ya estaba bebiendo algo, con el ceño fruncido. Decidí acercarme para intentar mediar.
—¿Todo bien?
—No. Mi perro no está tranquilo, y yo tampoco —respondió, como si la culpa fuera mía.
—Bueno, es normal. Es la primera vez que está fuera de su zona de confort. Necesita tiempo para adaptarse.
—No sé yo… —murmuró Alfonso, cada vez más sombrío.

Justo entonces, mientras me giraba para seguir con mis tareas, sentí un pinchazo en el trasero. Kiko me había mordido. No fue grave, pero el dolor era lo suficientemente intenso como para soltar un grito y una palabrota. Mariam corrió hacia mí, horrorizada.

—¡Te lo he dicho mil veces, Alfonso! Este perro no está bien. ¡Ya te pasó el otro día con el cartero!

Alfonso, en su eterna negación de la realidad, solo se encogió de hombros.
—No ha sido nada. Está defendiendo su territorio.

—¿Su territorio? —repliqué, conteniendo mi enfado—. Alfonso, estamos en una casa rural. Esto no es un campo de batalla.

Él simplemente se levantó y se fue, murmurando algo ininteligible. Mariam, en cambio, se quedó a mi lado, visiblemente avergonzada.
—De verdad, Miguel, lo siento muchísimo. No sé qué más hacer con ellos…


Adios… y vuelta a la tranquilidad. El Cliente que Todo lo Sabe… Todo, Todo y Todo

Unas horas más tarde, Mariam volvió a buscarme. Su expresión lo decía todo antes de que hablara.
—Alfonso dice que nos vamos. No está a gusto. Ya ha cogido las maletas y está en el coche.

La noticia me dejó sin palabras.
—¿Él está enfadado? ¿Después de todo lo que ha pasado? ¡Cago en deu!

Ella asintió, con una sonrisa amarga.
—Así es él. Pero dime cuánto te debo.
—Nada, Mariam. Bastante tienes tú con soportarlos.

Se quedó en silencio, como si procesara mis palabras. Luego, con una determinación inesperada, me miró directamente a los ojos.
—Volveré. Con mis amigas. Sin Kiko. Y sin Alfonso. Este lugar me ha encantado, pero no he podido disfrutarlo por culpa de ellos.

La vi marcharse, con Kiko ladrando desde la ventanilla trasera del coche y Alfonso conduciendo con el ceño fruncido. Fue un alivio verlos desaparecer por el camino.

Dos meses después, recibí un mensaje de Mariam. Me contaba que había convencido a Alfonso de buscar ayuda profesional para Kiko. Lo mejor fue su tono: irónico y ligero. “Un etólogo de verdad, no como él”, escribió con un guiño.

Poco después, cumplió su promesa. Llegó con un grupo de amigas, cargadas de risas, buen humor y sin rastro de Kiko ni de Alfonso. Aquella vez, pude verla disfrutar de verdad. Sentada en el chillout con una copa de vino, me dijo:
—Gracias por todo, Miguel. Este lugar es perfecto. Solo necesitaba dejar atrás cierto “equipaje”.

Al final, a veces un mordisco —literal o figurado— es lo que necesitas para empezar a cambiar.

Desde Mas Torrencito os deseamos un buen día y que vuestr@s perr@ os acompañe!!!!

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