En el negocio de puertas abiertas, como en el que llevo yo, uno aprende que el «cliente siempre tiene la razón». Los Clientes Tóxicos de MasTorrencito
Eso es hasta que llega él… ese individuo digno de estudio científico, de una clasificación aparte en la fauna humana: el Cliente Tóxico. Sí, con mayúsculas. Porque no es uno cualquiera; es el rey del despropósito, el titán del absurdo, el Messi del fastidio.
Todo comenzó un tranquilo sábado de otoño. Los pájaros trinaban, el sol brillaba sobre las placas solares, y el día prometía ser plácido… ¡Ja! ¿A quién quería engañar? Apenas entró por la puerta, el Cliente Tóxico desplegó sus habilidades especiales.
Primero, lo tocó todo. No dejó ni un botón, ni una máquina, ni una estufa sin manosear. Como si estuviera en un parque de atracciones tecnológico y hubiera pagado entrada VIP. La escena empezó así:
—¡Oh, qué calor hace aquí! —dijo mientras encendía la estufa de pellets del chillout.
Segundos después:
—¡Uy, qué frío! —y encendió la bomba de calor.
Acto seguido, abrió la puerta de par en par para que sus dos perros entraran y salieran libremente. Ahí entendí que había activado el modo invierno-verano en la misma habitación.
No contento con su obra maestra, se dirigió al comedor. Allí, por alguna razón desconocida, las cafeteras del bar no le parecían suficientes. «Estas son más chulas,» dijo, mientras encendía las del comedor y las dejaba funcionando como si estuvieran en una maratón de espresso. Me dije a mí mismo: «No pasa nada, tranquilo, respira…» porque, claro, si se lo mencionas, te ganas una crítica en Google de esas que empiezan con: «El trato fue pésimo, no lo recomiendo.»
El momento cumbre llegó con la salamandra. Se hizo su pizza y dejó aquello a 200 grados toda la noche. Ah, pero no saltó la luz de milagro, que las baterías solares aguantaron estoicamente. La mañana siguiente, al descubrir la escena, sentí que el Universo me enviaba un reto personal para no perder mi humanidad:
—«No lo mates, no lo mates, todavía no ha pagado.»
Y hablando de pagos, llegó la traca final: el coche eléctrico. ¿Pedir permiso? ¿Quién necesita eso? Lo enchufó directamente y luego vino, muy digno, a quejarse:
—»¡Esto debería ser gratis!»
No, amigo mío. Ni la energía, ni mi paciencia son gratuitas.
Cuando al fin llegó la hora de pagar, desplegó su otra habilidad: el regateo descarado. Que si «pero esto no vale tanto», que si «a mí no me dijeron que esto se paga». ¡Ay, el descaro! Y por si fuera poco, mientras recogíamos la habitación, descubrimos su botín: gel, champú y hasta el papel higiénico. ¡Todo un coleccionista!
La Reflexión. Los Clientes Tóxicos de MasTorrencito
Dicen que hay personas que vienen a tu vida para enseñarte algo. El Cliente Tóxico, en su infinita capacidad de desesperarnos, me enseñó dos cosas:
- La paciencia es un superpoder. Si uno logra sobrevivir a un espécimen así sin perder la compostura, merece un título honorífico en Zen.
- No todo el mundo se da cuenta del valor de lo que otros ofrecemos. Ni del coste real de encender 14 máquinas a la vez o cargar un coche eléctrico con energía solar.
Pero al final, lo que me consuela es que este tipo de clientes son como tormentas de verano: breves, intensas, y después dejan el aire más limpio. Porque cuando se van —y por fin se van—, uno aprende a valorar aún más a los clientes buenos, esos que pagan con una sonrisa y se despiden con un «¡Gracias, todo estuvo perfecto!».
A esos, ¡que vuelvan siempre! Al Cliente Tóxico… bueno, que se lleve otro champú si quiere, pero que no regrese en un buen tiempo.
Desde MasTorrencito le deseamos un buen día y que tus perr@s te acompañe!!!!
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