La noche anterior había sido una de esas que ponen a prueba la paciencia y la resistencia de cualquiera.

La lluvia caía con una intensidad que solo puede describirse como el diluvio universal versión 2.0. Las gotas golpeaban con furia las tejas de MasTorrencito, filtrándose aquí y allá, formando pequeñas cascadas improvisadas en la casa.

Por supuesto, la Mamas, con su radar perruno para detectar caos meteorológico, decidió que era el momento perfecto para una crisis existencial. No paró de llorar, de gemir, de dar vueltas sobre sí misma como si el fin del mundo estuviera a la vuelta de la esquina. Entre los truenos y sus quejas, dormir fue una utopía.

Cuando por fin amaneció, con los ojos como dos pasas arrugadas por la falta de sueño, bajé a la cocina con la esperanza de un café reparador… pero me encontré con la sorpresa del día: GOTERAS. Cubos por aquí, trapos por allá, mocho en mano, y un concierto improvisado de «gotas sobre superficies metálicas» en do menor. Para que no pareciera que había instalado una orquesta de percusión en el salón, tuve que colocar toallas sobre los cubos para amortiguar el sonido. Porque sí, cuando todo está en silencio, el «ploc-ploc» de las gotas es capaz de volverte loco.

D.Markos... el D.Juan de MasTorrencito

Y justo en medio de este panorama de guerra acuática, llegaron ellos.

Una pareja de alemanes, de esos viajeros que con solo mirarlos sabes que han recorrido medio mundo y aún siguen buscando algo que no saben qué es. Ella, de ojos claros y sonrisa fácil, él, alto, con un aire tranquilo pero una expresión que decía que analizaba cada detalle a su alrededor.

Entraron, miraron la casa, pero en lugar de asombrarse por la belleza de la masía, se quedaron clavados en el sitio. No pestañeaban, no hablaban. Solo miraban fijamente…

A D. Markos.

«Oh my God… oh my God…» repetía la mujer con la voz temblorosa.

Se miraban entre ellos, luego volvían a mirar a D. Markos, se llevaban las manos a la boca como si acabaran de ver un milagro o un fantasma.

Yo, que con mis años en Mas Torrencito ya había visto de todo, observaba la escena con interés. Algo estaba pasando aquí, algo que iba más allá de lo normal.

El hombre sacó el móvil con manos temblorosas, buscó entre sus fotos, y cuando encontró lo que quería, nos mostró la pantalla.

Ahí estaba la razón de su asombro.

Un perro idéntico a D. Markos. Pero idéntico.

Mismo color, misma postura, mismo porte elegante, y lo más increíble… la misma cojera.

En la foto, aquel perro alemán tenía exactamente la misma pequeña inclinación en su pata que D. Markos. Como si fueran clones. Como si fueran la misma alma en dos cuerpos diferentes.

La mujer no pudo más. Se llevó las manos a la cara y rompió a llorar.

“Es imposible…” susurró.

Pero lo imposible a veces encuentra su lugar en Mas Torrencito.

Respiraron hondo, trataron de calmarse, pero seguían sin creérselo. Subieron a la habitación que les habíamos asignado, y entonces ocurrió algo aún más extraño.

D. Markos, que era un perro con una personalidad de «hago lo que quiero y cuando quiero», los siguió.

D.Markos... el D.Juan de MasTorrencito
D.Markos… el D.Juan de MasTorrencito

No de esa manera casual, como cuando un perro tiene curiosidad por un huésped. No. Subió con ellos, entró en la habitación y se tumbó a sus pies como si fuera suya.

Y ahí se quedó.

No se movió ni un centímetro. Ni cuando trajeron las maletas, ni cuando se acomodaron, ni cuando la mujer, con lágrimas en los ojos, le acariciaba con ternura.

Dos días enteros.

D. Markos no se separó de ellos en ningún momento.

Los acompañaba a desayunar, caminaba junto a ellos en el jardín, se tumbaba bajo su mesa cuando comían, los seguía si salían a dar un paseo… Y por las noches, en lugar de quedarse en su rincón habitual, dormía en su habitación.

Nunca había hecho eso con ningún huésped. Nunca.

La mujer no paraba de mirarlo con una mezcla de amor y tristeza. Lo acariciaba como si no quisiera perderle otra vez.

El día de su partida fue un momento que nadie esperaba.

Ella se agachó, abrazó a D. Markos y le susurró algo al oído. Él, lejos de apartarse como solía hacer con los abrazos largos, se quedó quieto, con los ojos entrecerrados. Como si entendiera cada palabra. Como si él también estuviera despidiéndose de alguien muy importante.

Se marcharon, pero la conexión no terminó ahí.

Cada Navidad, cada Año Nuevo, cada cumpleaños de la masía, nos mandan un WhatsApp para felicitarnos.

Solo pudieron volver una vez más. Y cuando lo hicieron, ocurrió exactamente lo mismo.

D. Markos volvió a ser su sombra. No se separó de ellos. Como si no hubiera pasado el tiempo. Como si en realidad, el tiempo no existiera para los verdaderos vínculos.

Pero el tiempo sí pasa.

Y cuando D. Markos nos dejó, supe que tenía que avisarles.

Les envié un mensaje para decírselo.

La respuesta de ella llegó al instante:

«Es una noticia muy dura. Es como si tuviéramos que enterrar a nuestro perro por segunda vez.»

A veces, MasTorrencito no es solo una casa rural. A veces, es un lugar donde el destino decide cerrar historias que quedaron abiertas.

Y D. Markos… donde quiera que esté, seguro que aún sigue caminando a su lado. 💛🐶✨

Reflexión:

La vida nos regala encuentros que parecen casuales, pero que en realidad esconden algo mucho más profundo. ¿Qué probabilidades había de que aquella pareja encontrara en Mas Torrencito el reflejo exacto de su perro perdido? ¿Qué misteriosa conexión hizo que D. Markos se sintiera tan ligado a ellos? Hay historias que desafían la lógica, que nos obligan a aceptar que el amor, incluso el que compartimos con nuestros perros, trasciende el tiempo y el espacio. Tal vez, en algún rincón del universo, los lazos que creamos nunca se rompen del todo, solo encuentran nuevas formas de manifestarse. Mas Torrencito no es solo un refugio para viajeros, es un punto de encuentro para almas que, de una forma u otra, estaban destinadas a cruzarse. Porque el amor verdadero, incluso el perruno, no entiende de despedidas definitivas.

Desde MasTorrencito te deseamos un buen día y que tus perros te acompañen!!!!

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