Aquel fin de semana llegó con un cosquilleo en el estómago. Era viernes y, como siempre, había enviado los mensajes a los clientes que venían. Pero esta vez, algo me inquietó: en la casa se reunirían cuatro PPP, esos perros potencialmente peligrosos de los que tanto hablan.
Sabía que todo podía salir bien… pero también que, si algo iba mal, podía ser complicado. Uno de los dueños tampoco estaba tranquilo. Se le notaba en la forma en que miraba a su perro, en cómo mantenía la correa en la mano, sin soltarla del todo. ¿No confiaba en su perro? ¿O temía lo que pudiera pasar con los demás? Nadie lo sabía.
Pero tras pensarlo bien, tomamos la decisión más lógica: dejarlos jugar y, si algo se torcía, se ataban y san sacabo.
Y entonces empezó la verdadera historia…

El primer contacto
Los perros se miraron. Había tensión en el aire. Manuela, la golden de la casa, movió la cola con entusiasmo y se acercó al grupo de recién llegados.
—¡Hola! Bienvenidos a Mas Torrencito. ¡Aquí todo el mundo juega! —saludó con su dulzura habitual.
Uno de los PPP, un imponente american staffordshire, la miró de arriba abajo, ladeando la cabeza.
—¿Jugar? No sé… Siempre dicen que yo soy peligroso.
Mastín, el gigante de 80 kilos que gobernaba la casa con su sola presencia, se acercó con su andar pausado y su profunda voz retumbó como un trueno tranquilo:
—Aquí no importa lo que digan los humanos. Aquí importa cómo nos comportemos.
Los PPP se miraron entre sí. ¿Era posible? ¿Podían simplemente jugar sin que nadie los juzgara?
Uno de ellos, un rottweiler, se sacudió el polvo y sonrió:
—Pues si jugar es la norma, ¡que empiece la fiesta!
Y así, en cuestión de minutos, los perros que muchos temían correteaban por el jardín, compartiendo carreras, saltos y revolcones como si se conocieran de toda la vida.
El chihuahua entra en acción
Pero claro, faltaba el verdadero protagonista del drama.
Desde la terraza, un chihuahua diminuto, con más ego que tamaño, observaba la escena con cara de indignación.
—¡Esto es inaceptable! —ladró, con su aguda voz atravesando el aire—. ¡Nos invaden! ¡Nos quieren dominar! ¡Nosotros, los pequeños, no podemos permitir esto!
Manuela, que estaba revolcándose en la hierba, levantó la cabeza.
—¿Pero qué dices, chiquitín? Si estamos jugando.
El chihuahua, con el pecho inflado, bajó de un salto de la silla y se plantó delante del grupo de gigantes.
—¡Yo soy el líder aquí! ¡Y exijo respeto!
Los PPP lo miraron. Luego miraron a Mastín. Luego se miraron entre sí.
Mastín, con una paciencia infinita, le dio un leve empujón con el hocico.
—Ve a dormir, pequeñajo.
Pero el chihuahua no se rendía. Corrió alrededor de los grandes, ladrando con todas sus fuerzas.
—¡Os lo advierto, no me hagáis enfadar!
Los PPP, al principio desconcertados, empezaron a encontrarlo gracioso. Uno de ellos se tumbó en el suelo, mirándolo fijamente.
—Vale, vale, no te enfades, gran guerrero. ¿Qué propones?
El chihuahua se quedó en blanco. Nadie solía tomárselo en serio.
—Eh… bueno… ¡Que me obedezcáis! —dijo, intentando que su voz sonara más grave.
Los grandes estallaron en carcajadas perrunas. Manuela movió la cola con dulzura.
—Eres un caso, pequeñín.
Pero claro, cada vez que uno de los PPP se acercaba demasiado, el chihuahua corría como un rayo hasta el regazo de su dueño, temblando.
—¡Protegedme, humanos! ¡Son demasiado grandes!
Y así pasó el día: los grandes jugando con total armonía y el chihuahua ladrando a todo el mundo para luego esconderse cuando le respondían.
La lección final. El finde de los ppp y el chiguagua
Al final del fin de semana, los perros estaban agotados, tumbados al sol, respirando tranquilos después de tantas carreras.
Mastín, con su porte majestuoso, miró a los PPP y asintió con aprobación.
—Habéis demostrado que el peligro no está en la raza, sino en el corazón de cada uno.
Manuela se acomodó junto a él, suspirando con satisfacción.
—Sí, y también que el tamaño no importa… aunque a algunos les cueste aceptarlo.
Todos miraron al chihuahua, que fingía estar dormido, ignorando las miradas.
—Yo siempre supe que todo estaría bajo control —murmuró, escondiéndose aún más en el regazo de su dueño.
Nosotros, los humanos, nos miramos y sonreímos. Nos habíamos preocupado por nada. Al final, los perros sabían lo que hacían. El peligro no estaba en ellos. Estaba en nuestras propias ideas equivocadas.
Y así, entre juegos, ladridos y el inagotable teatro del chihuahua, aprendimos algo importante: la convivencia es posible, siempre que dejemos a un lado los prejuicios y escuchemos lo que los perros nos enseñan cada día.
Desde MasTorrencito te deseamos un buen día y que tus perros te acompañen!!!!
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