No fue un paseo cualquiera.
Era un día nublado, de esos en los que el bosque se pone melancólico y todo parece hablar bajito. Caminábamos sin rumbo fijo, con el alma ligera, cuando un sonido rompió el silencio: un quejido, apenas audible. Como un lamento que no se atrevía a pedir ayuda.
Nos acercamos.
Y allí estaba.
Una bolita de pelo enredado, temblorosa, inmóvil, con la mirada perdida en la corteza del árbol al que estaba atada. ¿Quién deja a un perro atado en mitad de un bosque? ¿Qué tipo de ser humano puede marcharse tras hacer eso y dormir tranquilo por las noches?
Era pequeña, frágil, y parecía haber perdido la fe en todo. Le ofrecimos comida, agua, palabras dulces. Nada. Solo nos miraba con unos ojos tan tristes que dolía mirarlos. No era miedo lo que sentía. Era resignación. Como si hubiera aceptado que ese árbol era su tumba.
La desatamos con cuidado.
La envolvimos en una manta.
La llevamos a casa.
Y la llamamos Tristeza.
No porque quisiéramos marcarla con una herida eterna, sino porque eso fue lo que encontramos en ella. Tristeza en los ojos, en el cuerpo, en su forma de caminar sin rumbo por el jardín. Tristeza por lo que perdió. Por lo que la rompió. Y por lo que ya no esperaba.

¿Y si te hubiera pasado a ti?
A veces hace falta ponerse en sus patas para entender la crueldad de lo que algunos hacen.
Imagina esto:
Te despiertas en el asiento trasero del coche. Te emocionas porque crees que vas a pasear, o al río, o a jugar. Pero el coche para en mitad de un camino de tierra. No hay casas. No hay gente. Solo árboles. Te bajan. Te atan a un árbol. Te acarician por última vez… o ni eso. Y se van.
Te quedas quieto, creyendo que es una broma. Que volverán. Que solo fueron por agua.
Pero no vuelven.
Pasan las horas.
Pasan los días.
La sed quema.
El hambre encoge el estómago.
El miedo se convierte en compañía.
Y la esperanza, la maldita esperanza, no se va. Porque eso es lo que hacen los perros. Esperan. Hasta que se apagan.
Tristeza tuvo suerte. ¿Y los demás?
A Tristeza la encontramos nosotros. Le dimos una cama calentita, comida rica, caricias sinceras, y algo más importante que todo eso: una segunda oportunidad.
Pero hay muchos más como ella.
Muchos que no tienen quien los escuche.
Muchos que mueren atados, en silencio, bajo la lluvia, sin entender por qué.
Porque los perros no razonan el abandono. No hacen listas de errores. No culpan.
Solo aman. Incondicionalmente.
Y por eso, el abandono es una traición que nunca se borra.
Nunca abandones. Nunca.
Adoptar un perro no es una moda ni una bonita postal navideña. Es una promesa. Una de las pocas promesas que deberíamos hacer con el alma entera.
Y si no puedes cumplirla, no la hagas.
Porque abandonar a un animal es destrozarle la confianza, la seguridad, y muchas veces, la vida.
Y aunque lo recojan, aunque encuentre otro hogar, como Tristeza…
ese momento nunca se olvida.
No es solo un perro.
Es un ser vivo que solo pidió una cosa: estar a tu lado.
Desde MasTorrencito te deseamos un buen día y que tus perros te acompañen!!!!
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