Escena 1: La reunión en el jardín.

La tarde era perfecta. El sol brillaba suavemente sobre nuestro pequeño paraíso, y el aire estaba impregnado de tranquilidad. De cuando Manuela me salvo la vida en MasTorrencito

Javier, mi amigo de Salamanca, estaba sentado en una de las sillas del jardín, sosteniendo una copa de vino tinto y observando a los animales que nos acompañaban.

Manuela, como siempre, estaba echada a mis pies, tranquila pero atenta, con esa mirada que siempre parecía decir más de lo que las palabras podrían expresar. Matías, mi otro perro, estaba un poco más allá, olfateando el aire. Y los dos gatos, Martina y Bandido, reposaban a cierta distancia. Martina, delicada y reservada, miraba todo con desdén desde una rama baja de un árbol. Bandido, en cambio, ocupaba una silla entera con sus más de ocho kilos de puro descaro y confianza.

—¿Sabes qué? —dijo Javier, señalando a Bandido—. Ese gato es más grande que algunos perros que he visto.

—¡Y no te creas que se mueve poco! Bandido puede trepar, cazar y, cuando quiere, fastidiar como el mejor —respondí riendo.

Javier se echó hacia atrás, levantando la copa.
—A ver, cuéntame, que ya veo que cada uno de tus animales tiene una historia. Pero quiero saber más de Manuela, la famosa perra lista.

Manuela levantó la cabeza al escuchar su nombre, moviendo ligeramente la cola.

—Manuela es especial, Javier. Lo ha demostrado tantas veces que a veces pienso que no es solo un perro. Es como si supiera más de lo que deja ver.

Escena 2: El niño, la madre y la magia de Manuela

Le conté a Javier la historia de la familia que vino a nuestra casa buscando una solución para el miedo irracional del hijo hacia los perros. El niño, un pequeño de unos ocho años, tenía un temor que parecía paralizarlo cada vez que veía un animal. Pero, como más tarde descubriríamos, el problema no era solo del niño: la madre también tenía un pánico descomunal.

—El primer día fue un desastre, Javier. La madre no hacía más que temblar, y eso solo empeoraba la situación del niño. Manuela lo entendió todo desde el principio.

—¿Qué hizo? —preguntó Javier, intrigado.

—Primero, nada. Solo se sentó a cierta distancia, sin moverse. Pero su postura era relajada, tranquila. Poco a poco, el niño empezó a mirarla. Entonces Manuela dio un pequeño paso, y luego otro, siempre despacio.

Javier miró a Manuela, fascinado.

—¿Y funcionó?

—Y tanto que funcionó. Al cabo de una hora, el niño ya estaba acariciándola. Pero lo más increíble fue la madre. Al ver a su hijo tranquilo, empezó a relajarse también. Al final del fin de semana, los dos paseaban por el jardín como si nunca hubieran tenido miedo.

En ese momento, Martina, desde su árbol, dejó escapar un leve maullido, como si quisiera recordarnos que también estaba allí.

—Claro, Martina, tú también eres importante —dije, riendo—. Pero esta historia es de Manuela.


Escena 3: El día del árbol. De cuando Manuela me salvo la vida en MasTorrencito

—¿Y qué es eso de que te salvó la vida? —preguntó Javier, con una ceja levantada.

—Ah, esa es mi historia favorita. Si no hubiera sido por Manuela, hoy no estaría aquí, o estaría en una silla de ruedas.

Le expliqué cómo, al principio de nuestra aventura en esta casa, el jardín era un caos. No había caminos, todo era barro y maleza, y los árboles secos eran un peligro. Uno de esos árboles, un monstruo de más de cinco metros de alto, estaba demasiado cerca de la casa.

—¿Y tú, con tu poca experiencia, decidiste cortarlo? —dijo Javier, sonriendo.

—Claro, porque soy un valiente… o un idiota. El caso es que lo corté con una motosierra que aprendí a usar gracias a YouTube. El árbol cayó, y comencé a trocearlo. Pero quedaba el tronco principal, un bicho enorme que pesaba más que Bandido después de comer.

—Oye, que te oigo —dije, mirando al gato gordo que ahora lamía perezosamente una de sus patas.

Javier rió.

—Entonces, ¿qué pasó?

—Intenté moverlo con una palanca. En algún momento, mi pie se quedó atrapado y el tronco me tiró al suelo. Pasó por encima de mis piernas y quedó detenido en mi rabadilla.

—¡Madre mía! ¿Estabas solo?

—Sí. mi Ex estaba en Girona, y no había clientes. Solo estaban Manuela, Matías, y los gatos, que, por supuesto, no hicieron nada útil.

—¿Y Manuela?

—Manuela se acercó de inmediato. Apenas podía hablar, pero le dije: «Anda, busca ayuda, por favor». No sé cómo lo entendió, pero salió corriendo.

Diez minutos después, apareció con Pere, mi vecino.

—¿Y cómo supo Manuela dónde buscar ayuda? —preguntó Javier, boquiabierto.

—No tengo ni idea. Pere me dijo que ella llegó a su casa ladrando como loca, entró hasta la cocina y no paró hasta que la siguió.

Escena 4: Los vecinos y Bandido, el vigilante. De cuando Manuela me salvo la vida en MasTorrencito

—¿Y si Manuela hubiera ido a casa de los vecinos antipáticos? —preguntó Javier, divertido.

—Ah, esos. Si hubiera ido allí, le habrían cerrado la puerta. Por suerte, Manuela no es tonta. Sabe perfectamente a quién acudir.

Bandido dejó escapar un ronroneo desde su silla, como si quisiera añadir algo.

—Y luego está Bandido, el que parece un guardaespaldas pero que solo se mueve cuando se trata de comer.

—¡Oye! No critiques al gato, que con esos ocho kilos seguro que espanta a cualquiera que intente entrar a tu casa.

Ambos reímos.

Escena 5: Reflexión bajo las estrellas. De cuando Manuela me salvo la vida en MasTorrencito

La noche ya había caído, y el cielo estaba lleno de estrellas. Javier y yo nos quedamos en silencio por un momento, cada uno sumido en sus pensamientos. Manuela, como siempre, estaba a mis pies, mientras Matías descansaba a poca distancia y los gatos seguían con su rutina de siesta interminable.

—Sabes, Javier, de todos los perros que he tenido, y he tenido unos cuantos, Manuela es única.

—Eso parece. No es solo un animal. Es más como… una persona.

—Exacto. Y no sé cómo explicarlo, pero siento que ha llegado a mi vida con un propósito.

Javier alzó su copa.

—Por Manuela, la perra más lista que he conocido.

—Por Manuela —dije, chocando mi copa con la suya.

Manuela levantó la cabeza, moviendo la cola, como si supiera que todo esto, al final, era su historia.

Desde Mas Torrencito os deseamos un buen día y que vuestr@s perr@ os acompañe!!!!

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