Cada vez es más habitual encontrar lugares que no aceptan perros. También los hay que no permiten niños. Algunos incluso prefieren no ver ni a unos ni a otros. Y no siempre es por capricho: muchas veces es por experiencias anteriores, por situaciones incómodas, por esa sensación de que lo que debería ser bonito o entrañable acaba siendo un problema.

Y ahí vuelve la típica frase:
“Yo prefiero a los perros antes que a los niños”.

¿La has oído? Seguro que sí. ¿Y sabéis qué? Depende.

Porque no se trata de perros o de niños. Se trata de educación. De cómo se crían, cómo se les guía, cómo se les enseña a estar en el mundo. Lo que marca la diferencia no es si el que entra por la puerta tiene dos patas o cuatro. Lo que importa es cómo se comporta. Y, sobre todo, qué tipo de adulto hay detrás.

hay que educar bien a perros y a niños by MasTorrencito

Cuando suena el “timbre”: tensión en Mastorrencito

Aquí, en Mastorrencito, cada llegada de un nuevo perro se vive con una mezcla de ilusión… y tensión.
Nos lo seguimos preguntando siempre:

  • ¿Se llevará bien con los nuestros?
  • ¿Será juguetón o dominante?
  • ¿Qué raza es?
  • ¿Qué tamaño tiene?
  • ¿Estás castrado?
  • ¿Has socializado antes?
  • ¿Y los dueños? ¿Serán responsables? ¿Estarán pendientes? ¿O se limitarán a soltarlo y desaparecer?

Porque, seamos claros, el problema casi nunca es el perro.
Lo que realmente marca la diferencia es cómo lo han criado, cómo lo cuidan, cómo lo entienden sus dueños.

Y claro, cuando ya has vivido unas cuantas situaciones complicadas, el cuerpo se te pone en alerta. Porque cuando un perro se adapta bien, juega, respeta a los demás y sigue a su humano, todo va sobre ruedas. Pero cuando no… el estrés es real. Y no porque el perro “sea malo”, sino porque nadie le ha enseñado cómo comportarse en un entorno compartido.

Y con los niños pasa exactamente lo mismo. Nos encantan los peques, pero los que vienen bien educados, que saben estar, que entienden que están en una casa que no es la suya. Porque cuando llegan niños que gritan, lo tocan todo, lo rompen o lo desordenan… y los padres ni se inmutan… la convivencia se vuelve muy cuesta arriba.


Los buenos ejemplos que nos dan esperanza

Por suerte, también tenemos historias que nos devuelven la fe en el mundo.

Hay una familia que viene cada año a pasar un fin de semana. No tienen perro, pero sí tres hijos. Les encanta venir porque pueden jugar con nuestros perretes, bañarse con ellos, pasar tiempo juntos. Una vez incluso dejaron que uno de los niños durmiera con uno de los perros. Si vierais sus caras… pura felicidad.

Pero lo más bonito es lo educados que son.
Piden permiso para todo:
“¿Puedo coger el parchís?
Y al acabar, lo recogen todo. No hay que decirles nada. En la mesa, se sientan, comen con sus padres, no se levantan, no arman jaleo, no ensucian.

Y esto no es casualidad. Es el resultado de padres que han hecho su trabajo. Que están presentes. Que han enseñado desde pequeños.

También tenemos familias que vienen con niños y perros. Y el resultado es igual de positivo: niños respetuosos, atentos, perros tranquilos, educados, que se adaptan sin problema. Porque la educación se nota, se transmite, se respira.


Y también hay de lo otro…

Claro que sí. También hay quienes llegan y, en cuestión de minutos, la casa parece un caos.

Niños que gritan, corren, lo tocan todo, tiran cosas. Y los padres, tan tranquilos. Como si no fuera con ellos. Como si educar fuera opcional.
Y muchas veces, el perro que traen es un cielo. Buenísimo. Calmado. Y da la impresión de que lo ha educado alguien que sí se implicó.

Y ahí está el contraste. Porque no es que los niños o los perros sean un problema por sí solos. El problema aparece cuando los adultos no asumen su responsabilidad.


¿Qué queremos decir con todo esto?

Que educar bien es querer bien. Y que es igual de necesario con los niños que con los perros.

Porque ambos dependen de nosotros. Aprenden de lo que ven. Necesitan guía, estructura, atención, rutinas, normas. No basta con quererlos mucho. Hay que dedicarles tiempo. Hay que estar ahí. Hay que enseñarles a respetar, a convivir, a estar en el mundo.

No sirve eso de:
– “Es solo un niño.”
“Es solo un perro.”

No.
Un niño sin límites puede hacer que cualquier espacio se vuelva inaguantable.
Un perro sin normas puede estresar a todos los que le rodean.
Pero también ocurre lo contrario:
Un niño bien educado alegra cualquier lugar.
Un perro equilibrado y respetuoso hace que todo fluya.


En resumen…

No se trata de elegir entre niños o perros. Se trata de educar.

Y cuando hay buena educación, da igual con quién vengas. Aquí, en Mastorrencito, siempre serás bienvenido.

Así que la próxima vez que alguien diga “yo prefiero a los perros” o “no aguanto a los niños”, pensad en esto:
No es cuestión de especie. Es cuestión de valores. De responsabilidad. De cómo cuidamos y guiamos a quienes dependen de nosotros.

Porque al final, educar es amar. Y amar bien, también es educar bien .

Reflexión:

Perro bien educado. Hijo bien educado. 100% asegurado.

Porque no hay truco ni secreto: lo que se ve en un perro tranquilo, respetuoso y feliz… suele venir de un humano que se ha implicado.
Y lo mismo pasa con los niños.

Educar bien no es sólo corregir. Es estar, guiar, marcar límites con cariño, enseñar a convivir.
Cuando ves a un niño que respeta, que cuida, que pregunta antes de tocar, sabes que hay una familia detrás que ha sembrado bien.
Y cuando ves a un perro que se adapta, que no invade, que sabe estar… lo mismo.

No se trata de suerte.
Se trata de compromiso.

Al final, tanto los hijos como los perros son reflejo de quien los guía.
Y cuando la educación es buena, todo fluye. Siempre.


¡¡¡¡Desde MasTorrencito te deseamos un buen día y que tus perros te acompañen!!!!


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