Si las paredes de Mas Torrencito, nuestra querida casa rural pet-friendly, pudieran hablar, ¡cuántas historias contarían! El Desafío Perruno en Mas Torrencito.

Pero para eso estoy yo, Manuela, la golden retriever que vivió 16 años en este lugar, presenciando de todo. Y de entre todas las historias que tengo, hay una que jamás olvidaré. La del día que llegaron tres auténticos perrazos, y sí, lo que parecía una visita tranquila se convirtió en toda una aventura canina inolvidable.

La llegada: Tres perros que parecían los reyes de Mas Torrencito

Era una de esas mañanas soleadas, con el aroma de la naturaleza flotando en el aire y el sol entrando a raudales por los ventanales de la masía. Los huéspedes habituales paseaban por el jardín, los nuevos se acomodaban, y yo, como siempre, estaba supervisando que todo marchara en orden. Entonces, de repente, la puerta de la masía se abrió de par en par y, ¡voilá! Aparecieron ellos.

Primero entró un Golden Retriever brillante, con ese andar relajado y seguro de sí mismo. Tras él, un Labrador negro que caminaba como si el mundo entero le perteneciera. Y cerrando el trío, nada menos que un Dogo Argentino imponente, de esos que, solo con verlo, te preguntas si has dejado bien cerrada la puerta. En cuanto los vi, supe que algo interesante iba a pasar. ¡Estos tres tenían pinta de saber cómo divertirse!

Los dueños, amables y sonrientes, llegaron con ese aire de “nuestros perros son los mejores”. Claro, ¿qué dueño no se siente así? Pero lo que no sabían es que sus adorables canes, tras un par de horas de exploración, empezarían a creerse los reyes del lugar.

La rebelión canina: ¡Los nuevos quieren ser los jefes!

Apenas habían pasado un par de horas desde su llegada cuando ya los tres estaban patrullando Mas Torrencito como si fuera su territorio. Primero fue el Golden, ese que había llegado tan tranquilo, quien decidió plantarse en la puerta de entrada. Cada vez que un nuevo huésped aparecía, allí estaba él, ladrando a modo de bienvenida. No uno de esos ladridos tímidos, no. Este chico se tomaba muy en serio su rol de vigilante, como si fuera un guardia real.

El Labrador, mientras tanto, se encargaba de inspeccionar las maletas. Cada vez que alguien dejaba una bolsa o mochila cerca, él iba corriendo, husmeando con esa curiosidad que solo un labrador puede tener, revisando todo con su hocico como si fuera aduana.

Y luego estaba el Dogo. Con su sola presencia, intimidaba a cualquiera. Se plantó justo a la entrada del salón, con su cabeza en alto y esa mirada que decía “de aquí no pasa nadie sin mi permiso”. ¡Vaya espectáculo! Era como si estos tres perrazos hubieran venido a imponer nuevas reglas en Mas Torrencito. Y aunque todos los perros del lugar parecían encantados con ellos, yo sabía que no podía dejar que la situación se les fuera de las patas.

El momento de la verdad: Manuela, la jefa, entra en acción. El Desafío Perruno en Mas Torrencito.

Después de observar durante un rato sus travesuras, decidí que ya era hora de poner orden. Me acerqué, tranquila pero con ese aire de autoridad que solo los años pueden darte. Sabía que no necesitaba ladrar mucho, solo era cuestión de encontrar el momento exacto.

Primero me dirigí al Golden. Allí estaba él, aún ladrando a todo aquel que llegaba. Me puse justo delante de él, lo miré a los ojos y solté un simple «woof». Nada más. El chico, que hasta ese momento se creía el sheriff del lugar, agachó las orejas y bajó la cabeza. Bien, uno menos.

Luego me dirigí al Labrador, que estaba muy entretenido revisando las bolsas de un nuevo huésped. Con solo acercarme, el chico ya sabía lo que venía. Se tumbó patas arriba, con esa mirada inocente de “no fui yo, te lo juro”. Dos de tres.

Y por último, el Dogo. Ah, este era el más difícil. Con su postura firme y ese aire de superioridad, parecía que nada ni nadie podía intimidarlo. Me acerqué despacio, lo miré directamente a los ojos, y en ese momento, él entendió. No necesité ladrar. Solo con la mirada, ese gran gigante se encogió como un cachorro, se dio la vuelta y se tumbó en el rincón más alejado del salón. ¡Misión cumplida!

Los dueños, que lo habían presenciado todo, estaban fascinados. “¡Qué maravilla! Manuela es la reina de Mas Torrencito”, decían. Y sí, tenían toda la razón. Pero lo mejor de la historia aún estaba por llegar.

El robo del bolso: La gran travesura de los tres mosqueteros

Todo parecía estar bajo control cuando, de repente, me di cuenta de que los tres bribones habían desaparecido. No tardé en descubrirlos. Se habían colado en una habitación que uno de los huéspedes había dejado abierta y, ¡zas! Habían encontrado un bolso. Sin pensarlo dos veces, lo tomaron y salieron corriendo hacia el jardín. ¡Un bolso entero!

Los seguí de cerca, sabiendo que si no intervenía pronto, aquello acabaría mal. Al llegar al jardín, allí estaban, jugando con el bolso como si fuera un juguete. Pero antes de que pudieran hacer más destrozos, me lancé sobre ellos. Les quité el bolso de entre los dientes y, con una mirada firme, les dejé claro que la fiesta había terminado. Los tres se quedaron quietos, esperando su destino.

Cuando los dueños descubrieron la travesura, decidieron “castigarlos”. ¿Y cuál fue el castigo? ¡Una galleta y una siesta! Vamos, que si ese es el castigo, ¡por favor, que me castiguen a mí todos los días! Pero bueno, cada dueño tiene su forma de educar a sus perros, ¿no?

El desayuno buffet: La operación «robar comida»

Al día siguiente, durante el desayuno buffet, la cosa no mejoró. Los tres perros, ya recuperados de su «castigo», decidieron que era hora de una nueva aventura. Mientras los demás huéspedes se servían sus desayunos tranquilos, el Golden y el Labrador intentaban meter el hocico en cada bandeja que podían. Pero el Dogo… ah, ese fue más lejos. Se llevó un fuet entero entre los dientes, y sus dos compinches lo siguieron corriendo como si estuvieran en una película de acción.

Cuando los vi volver, decididos a repetir la hazaña, me planté frente a ellos. Solté un ladrido fuerte y claro, y con una mirada que solo yo sé dar, les dejé claro que en Mas Torrencito hay reglas que no se rompen. De repente, los tres, que hasta hacía un minuto parecían los dueños del lugar, se encogieron como si fueran pequeños chihuahuas. El Golden dejó de ladrar, el Labrador se tumbó en el suelo sin moverse, y el Dogo, el temible Dogo, se escondió bajo la mesa. Misión cumplida.

Un final feliz en Mas Torrencito

Así fue como los tres perrazos, que al principio pensaron que podían tomar el control de Mas Torrencito, terminaron entendiendo que aquí las cosas se hacen a mi manera. Cristalino. Y como siempre digo, todo en la vida es mejor cuando se hace “a lo Frank Sinatra”, pero en versión golden retriever.

Feliz martes a todos! 😊

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