Imaginar un cielo inmenso, con nubes esponjosas como algodón de azúcar. Yo, Miguel, dueño de MasTorrencito, camino de un lado a otro con los brazos cruzados. Dios, majestuoso pero con una túnica llena de manchas de café, me observa con curiosidad.)
Miguel:
Dios, tenemos un problema serio.
Dios:
¿Otra vez? ¿Qué pasó ahora? ¿Se extinguieron los abrazos? ¿El café dejó de existir?
Miguel:
No, peor… ¡No hay perros!
Dios:
Ah, sí, eso. Nunca los puse en el diseño final. Pensé en ellos, pero luego me distraje con los pingüinos y las jirafas… ¿Por qué los necesitas?
Miguel:
Dios, la humanidad está triste. Falta algo que nos haga sentir acompañados, que nos quiera sin condiciones, que nos reciba con una fiesta incluso cuando solo salimos cinco minutos a la tienda.
Dios:
Ajá, ajá… ¿Y para eso no están los gatos?
Miguel:
¿Gatos? Dios, con todo respeto, los gatos nos toleran, no nos aman. Nos ven como sirvientes de comida. Son divinos, pero no te dan la pata, no te esperan en la puerta con la lengua de fuera, no se tiran panza arriba pidiendo amor incondicionalmente.

Dios:
Mmm… ¿Y los peces?
Miguel:
¡Dios! ¿Cuándo fue la última vez que viste un pez emocionado porque llegaste a casa?
Dios:
Bueno, bueno, tienes un punto. Pero crear una nueva criatura no es cualquier cosa. Tiene que tener un propósito…
Miguel:
¡Dios, escúchame! Un perro haría más por un corazón roto que cien discursos motivacionales. Sería el guardián de los niños, la compañía del solitario, el protector de la casa. Haría que hasta el ser más frío se derritiera con un par de ojitos tiernos.
Dios:
Hmm… interesante. ¿Y qué me dices de las responsabilidades? La gente ya se olvida de regar las plantas…
Miguel:
Ah, sí, algunos sí. Pero quienes amen a los perros, los cuidarán como a su propia vida. Los sacarán a pasear, los alimentarán, se despertarán en la madrugada si es necesario.
Dios:
¿Y qué van a hacer los perros por ellos?
Miguel:
Les van a dar amor hasta el último de sus días. Sin rencores, sin pedir nada a cambio, solo amor. Van a esperar con ansias a sus humanos, incluso si el humano a veces no los merece.
Dios:
Eso suena… hermoso, pero también triste.
Miguel:
Sí, lo es. Porque la vida de un perro será más corta que la de un humano, y cuando se vayan, nos dejarán con el corazón hecho trizas. Pero nos habrán enseñado tanto en el camino… Nos habrán enseñado lo que es amar de verdad.
Dios:
(Se queda pensativo.) Está bien. Los haré. Pero dime, ¿cómo quieres que sean?
Miguel:
Que vengan en todos los tamaños y colores. Que haya unos pequeñitos que quepan en los bolsos y otros enormes que den abrazos de oso. Que algunos sean dormilones y otros hiperactivos. Que sean tan inteligentes que puedan ayudar a los humanos a salvar vidas, pero también tan tontos que persigan su propia cola.
Dios:
Eso suena como mucho trabajo…
Miguel:
Dios, tú creaste el universo en siete días. ¿Qué te cuesta hacer un par de lomitos?
Dios:
(Suspira y sonríe.) Está bien, Miguel. Habrá perros.
Miguel:
¡SÍ! ¡Gracias, Dios! ¡No te vas a arrepentir!
Dios:
Espero que no. Aunque presiento que en unos siglos alguien va a crear una raza llamada «chihuahua» y ahí me van a pedir explicaciones…
Miguel:
Ehh… sí, de eso hablaremos después.
(Dios chasquea los dedos y, de repente, en la Tierra comienzan a aparecer perros por todos lados. Ladridos llenan el aire. En un refugio, un humano y un perrito se encuentran por primera vez… y en ese instante, los dos saben que serán amigos para siempre.)
En un mundo que a menudo se siente caótico, incierto y lleno de desafíos, los perros nos recuerdan que el amor más puro e incondicional todavía existe.
No piden nada más que nuestra compañía, y a cambio, nos ofrecen su lealtad, su alegría y su presencia inquebrantable.

La existencia de los perros es un regalo que muchas veces damos por sentado. Son testigos silenciosos de nuestras alegrías y nuestras penas, guardianes de nuestros secretos y compañeros de nuestras batallas. Un perro nunca nos juzga por nuestros errores, nunca nos abandona en nuestros peores momentos y siempre nos recibe con la misma felicidad desbordante, sin importar cuántas veces nos haya visto partir y volver.
Son sanadores de corazones rotos, terapeutas sin título y amigos sin condiciones. No distinguen entre ricos y pobres, entre jóvenes y ancianos, entre fuertes y frágiles. Para un perro, su humano es su mundo entero, y cada día con él es una fiesta.
Los perros han sido aliados del hombre desde tiempos inmemoriales. Nos han acompañado en la caza, en la guerra, en los campos de cultivo, en los hospitales, en las calles y en nuestros hogares. Han guiado a quienes no pueden ver, han salvado vidas en desastres, han encontrado personas perdidas y han sido el último consuelo de quienes se sienten solos en la vida.
Pero lo más asombroso de ellos es su capacidad para amar. Aun cuando han sido maltratados, abandonados o heridos, muchos de ellos siguen confiando en el ser humano. Nos enseñan sobre el perdón, sobre la lealtad y sobre la felicidad en las pequeñas cosas: un paseo, una caricia, una tarde de sol.
Cuando un perro se va, deja un vacío que nunca puede llenarse del todo. Pero también deja un legado: el recuerdo de su amor incondicional, de su compañía y de todos los momentos felices que compartió con nosotros.
Tal vez los perros sean la prueba más grande de que el amor verdadero no necesita palabras. Son la mejor versión de lo que el ser humano podría ser: leales, compasivos, desinteresados. Quizás por eso su vida es más corta que la nuestra… porque en unos pocos años nos enseñan lo que a nosotros nos cuesta toda una vida aprender.
Si alguna vez dudamos de que aún queda bondad en el mundo, solo basta con mirar a un perro. Ahí está la respuesta. Ahí está el amor en su forma más pura. 🐶❤️
Desde MasTorrencito te deseamos un buen día y que tus perros te acompañen!!!!
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Precioso y cierto