Hace ya muchas lunas, en una de esas noches de invierno en las que el frío cala hasta los huesos, la casa rural Mas Torrencito, una masía del siglo XV en pleno corazón del Empordà, estaba tranquila.

Afuera, la helada cubría los campos y apenas se escuchaba el murmullo del riachuelo cercano. Dentro, en cambio, el fuego de las chimeneas crepitaba y la calefacción trabajaba a todo tren.

Era una noche de las que no apetece salir para nada. Apenas teníamos dos clientes hospedados, algo normal en esa época del año. La mayoría prefería resguardarse en casa antes que aventurarse en esas carreteras heladas.

Yo estaba en la cocina con Mire, mi compañera, mientras Meme se encargaba de servir la cena. Todo transcurría con calma hasta que, de repente, la puerta principal se abrió y aparecieron dos tipos.

Meme me llamó de inmediato, y casi al mismo tiempo, los perros—Mastín, Mamás, Maky y el resto de la manada—bajaron corriendo las escaleras y comenzaron a ladrar como si no hubiera un mañana.

¡Madre mía! —dije en voz baja, mirando a Mire—. Si son clientes, se van a asustar.
Ya te digo… vaya forma de bajar estos cafres.

Bajé al recibidor y me encontré con los dos desconocidos. Los perros los rodeaban, olfateándolos, aunque sin hacerles nada. Aun así, uno de los hombres tenía una expresión de incomodidad evidente.

¿Podría encerrarlos? —preguntó con voz tensa.
No. Están en su casa.
Es que a mi amigo no le gustan mucho…
Bueno, esta es una casa donde los perros son libres. No solo los míos, sino también los de los clientes.

Se miraron entre ellos, como si no les hiciera gracia la respuesta.

Pero no hacen nada, ¿verdad?
Bueno… no suelen. —respondí con una leve sonrisa—. ¿En qué puedo ayudarles?

El que parecía llevar la voz cantante habló:

Se nos ha hecho tarde para volver a casa y necesitamos pasar la noche. ¿Tienen habitaciones?
Sí, claro. ¿Una o dos?
Con una nos apañamos.

Hasta ahí, todo parecía normal, pero lo siguiente me hizo fruncir el ceño.

¿Cuántos clientes hay hoy?

¿Por qué le interesaba eso? La pregunta me sonó rara, y más viniendo de alguien que acababa de llegar.

Hoy tenemos cuatro habitaciones ocupadas, más ustedes si deciden quedarse.
Ah… es que en el parking solo vi tres coches.
Algunos clientes estarán cenando fuera.

No parecía del todo convencido, pero asintió.

¿Me enseñas la habitación?
Por supuesto, síganme.

Mientras subíamos las escaleras, les expliqué el funcionamiento del bar, los horarios del desayuno y algunos detalles de la casa. Pero lo curioso era que todo el trayecto lo hicieron seguidos muy de cerca por Mastín, Mamás y Maky. No les quitaban el ojo de encima. Manuela, en cambio, estaba con otros clientes, ajena a la situación.

Cuando llegamos, les mostré la habitación. Parecieron conformes.

Nos gusta. Cenaremos y desayunaremos aquí.
Perfecto. Antes de bajar a cenar, necesito su documentación.

El hombre que llevaba la voz cantante frunció el ceño.

¿Para qué la quieres?
Bueno… imagino que han ido alguna vez a un hotel. —dije, cruzándome de brazos—. ¿Qué es lo primero que les piden después de darles las buenas tardes o los buenos días?

Hubo un breve silencio. Luego, asintió con una sonrisa forzada.

Ah… vale.

En ese momento, algo me decía que aquella noche no iba a ser tan tranquila como parecía.

Después de que los dos desconocidos me entregaran sus documentos con cierta reticencia, bajaron a cenar. Me quedé unos segundos en el pasillo, observando cómo se alejaban. Algo en ellos no me cuadraba. No podía decir exactamente qué, pero mi instinto me decía que había algo raro.

El día que nos quisieron secuestrar y robar, parte 1 by MasTorrencito

Regresé a la cocina, donde Mire seguía preparando platos y Meme organizaba las comandas.

¿Y bien? —preguntó Meme sin dejar de mover la cuchara en la olla.
Se quedan.
¿Sí? ¿Y te han dado buena espina?

Me encogí de hombros.

No sé… han preguntado demasiado.
¿Demasiado?

Le conté lo del número de clientes, lo del parking… Meme chasqueó la lengua y negó con la cabeza.

Ay, ay, ay… qué mal me huele esto.

La dejé con sus pensamientos y volví al comedor, donde los dos hombres ya estaban sentados. Saludaron a los demás clientes con sonrisas amplias, exageradas, y pronto intentaron entablar conversación.

Buenas noches, caballeros. —dijo uno de ellos, levantando la copa de vino—. Bonito lugar, ¿no?
Es precioso. —respondió una pareja que estaba en la mesa más cercana—. Es la segunda vez que venimos.
Ah, qué bien… ¿de dónde sois?

Los clientes respondieron con educación, pero la conversación tomó un giro incómodo cuando los desconocidos empezaron a hacer demasiadas preguntas.

¿Y a qué os dedicáis?
¿Vivís lejos?
¿Habéis venido solos o con familia?

Según nos contaría luego Meme en la cocina, la situación se tornó cada vez más incómoda. No eran preguntas normales de viajeros, parecían más bien un interrogatorio. Meme, con su intuición afilada como buena gitana, no tardó en notar que algo no cuadraba.

No sé, jefe… pero esa gente no está aquí por el turismo rural, eso te lo aseguro.

Me crucé de brazos, pensativo.

¿Les has notado algo raro más?
Mira, los clientes no hablan de trabajo ni de su vida privada con desconocidos, menos en un sitio como este, donde todo el mundo viene a desconectar.

Tenía razón. Los clientes venían a relajarse, no a ser entrevistados.

Me asomé discretamente al comedor. Los dos hombres seguían charlando, aunque la mayoría de los clientes ya respondían con monosílabos o sonrisas tensas. Nadie se sentía cómodo.

Fue entonces cuando Mastín, Mamás y Maky volvieron a aparecer, echándose a descansar estratégicamente alrededor de la mesa de los desconocidos. No les quitaban ojo.

Y ahí supe que si esos dos venían con malas intenciones, los perros serían los primeros en saberlo.

El ambiente en el comedor seguía raro. Los dos desconocidos no paraban de hacer preguntas, y aunque intentaban parecer amigables, sus sonrisas eran demasiado forzadas, demasiado insistentes.

Fue entonces cuando uno de los clientes, un hombre de mediana edad que estaba con su pareja, se inclinó hacia Meme y le susurró:

Oye, perdona… ¿podrías llevarte a los perros?

Meme lo miró sorprendida.

¿Por qué? ¿Molestan?

No es eso… pero están demasiado cerca de nuestra mesa. —dijo la mujer con una risa nerviosa, como si no quisiera ofender—. Y parece que… no sé, que están vigilando a estos dos.

Meme se giró y observó la escena. Mastín, Mamás y Maky no se habían movido ni un centímetro desde que se acomodaron en el suelo. No estaban molestando, ni ladrando, ni gruñendo… pero tampoco apartaban la vista de los dos extraños.

Los desconocidos, al darse cuenta de la conversación, aprovecharon la oportunidad:

Sí, sí… la verdad es que no estamos muy acostumbrados a los perros tan cerca mientras comemos.

Meme frunció el ceño. A ella no le gustaba ni un pelo la situación, pero asintió con su característica media sonrisa.

Bueno, si tanto les incomodan, los subo a la cocina.

Silbó con suavidad y chasqueó los dedos. Los perros obedecieron al instante, pero antes de moverse, Mastín soltó un bufido bajo, como un gruñido sordo, casi imperceptible. Meme se fijó en la reacción de los dos hombres: uno de ellos tragó saliva y el otro intentó disimular la incomodidad.

Sin decir nada más, Meme los llevó con nosotros a la cocina. Nada más cruzar la puerta, la gitana meneó la cabeza y murmuró:

Estos vienen a lo que vienen…

Me giré hacia ella.

¿Te lo ha confirmado el tarot o lo has leído en los posos del café? —bromeé, intentando aliviar la tensión.

Pero Meme no sonrió. Me miró muy seria.

No me hace falta tarot. Estos tíos no han venido a descansar. Han venido a mirar.

Me quedé en silencio. Algo en su tono me puso la piel de gallina.

Y lo peor es que sabía que tenía razón…. CONTINUARÁ….

Desde MasTorrencito te deseamos un buen día y que tus perros te acompañen!!!!

—–
Si quieres, puede ver nuestros bonos para fines de semana, bonos jubilados , a un precio increíble..entra en www.mastorrencito.com o si quieres podeis leer más historia y anécdotas que nos han pasado en Mas Torrencito… Haz click aquí

COMPARTIR

Un comentario

Deja un comentario