El atardecer teñía MasTorrencito con un resplandor anaranjado, y todo parecía en calma, excepto la entrada principal, donde las obras habían dado un giro completamente inesperado. El Enigma Bajo Mas Torrencito
Dos de los obreros se miraban nerviosos junto al agujero que habían desenterrado, mientras yo me acercaba con Jordi. Sus perros, Lluna y Quinto, permanecían cerca, alertas, mientras los míos—Masto, Maky, Mastitwo y Mamas—se mantenían inquietos, algo inusual para ellos.
—¿Qué ocurre? —pregunté, con un tono más molesto que curioso. Las obras ya estaban retrasadas, y lo último que necesitaba era otro problema.
—Mire esto, señor Miguel —dijo uno de los trabajadores, señalando el suelo.
Lo que había bajo el tablón podrido que habían levantado era un agujero enorme. No un simple socavón, sino la entrada a algo mucho más profundo. Unas escaleras de hierro descendían hacia la oscuridad, oxidadas pero intactas, como si llevaran décadas allí.
—Esto no estaba en los planos. —La voz de Jordi sonaba firme, pero la sorpresa era evidente.
Me incliné hacia el agujero, tratando de iluminarlo con la linterna de mi móvil. Apenas podía distinguir las escaleras descendiendo hacia una negrura absoluta.
—¿Alguien ha bajado? —pregunté.
Los obreros negaron rápidamente con la cabeza. Uno de ellos incluso retrocedió, murmurando algo sobre que «no quería líos».
—No hay cobertura aquí abajo —dijo Jordi, levantando su móvil. —Nada. Ni una barra. Esto no me gusta.
Miré a mis perros. Normalmente eran los primeros en explorar cualquier rincón, pero ahora estaban inquietos. Mamas incluso retrocedió, gruñendo bajo. Lluna y Quinto no estaban mucho mejor; Lluna se quedó al lado de Jordi, con las orejas tensas.
—Esto es más extraño de lo que parece —murmuré, sintiendo una mezcla de curiosidad y desasosiego.
Primeros pasos. El Enigma Bajo Mas Torrencito
Decidimos bajar. Atamos una cuerda a una de las vigas de la entrada, pero las escaleras parecían lo suficientemente firmes. Jordi insistió en que él iría primero, pero mi terquedad habitual lo dejó claro.
—Yo bajo. Tú quédate con los perros. Si algo pasa, sube y pide ayuda.
Jordi soltó una carcajada nerviosa.
—¿Pedir ayuda? ¿A quién? No tenemos cobertura, y dudo que los obreros se ofrezcan voluntarios.
—Por eso mismo, mejor que baje uno solo. —Intenté sonar más seguro de lo que me sentía.
Las escaleras eran frías y resbaladizas al tacto. Bajé con cuidado, peldaño a peldaño, mientras el aire se volvía más pesado y húmedo. Cada sonido que hacía al pisar resonaba, amplificándose en la oscuridad. La linterna de mi móvil apenas alumbraba lo suficiente para ver el final de las escaleras.
—¿Todo bien? —gritó Jordi desde arriba, su voz sonando lejana.
—Sí, pero esto… es profundo. Muy profundo.
Al llegar al suelo, apunté la linterna alrededor. Lo que vi me dejó sin palabras. Un túnel estrecho y alargado se extendía en ambas direcciones, con paredes de tierra compacta y raíces que colgaban como garras retorcidas. El aire estaba cargado de un olor metálico, mezclado con humedad y algo que no podía identificar.
Jordi bajó poco después, su linterna iluminando el túnel con destellos nerviosos.
—Esto no es una simple cueva —dijo, inspeccionando las paredes. —Parece… construido. Como si alguien hubiera tallado esto.
—¿Construido para qué?
Avanzamos con cautela, nuestras linternas iluminando apenas unos metros por delante. Tras caminar unos veinte metros, el túnel se ensanchó, revelando una sala pequeña. Había una mesa de madera desgastada en el centro, rodeada de bancos. En una de las paredes, botellas de cristal estaban empotradas, formando algo que parecía una especie de bodega improvisada.
—Esto es surrealista —murmuró Jordi, acercándose a las botellas. Algunas estaban llenas de un líquido oscuro, mientras que otras estaban vacías o rotas.
—Es como si esto fuera una sala de reuniones… o algo parecido.
Me acerqué a una de las paredes. Había símbolos grabados, marcas que no lograba reconocer. No parecían ser decorativas; había algo más intencional en ellas.
—Esto lleva aquí décadas, si no más. Pero ¿por qué nadie sabía nada de esto? —Jordi alumbró otra parte de la sala, donde se apilaban cajas cubiertas de polvo.
Las cajas. El Enigma Bajo Mas Torrencito
Abrimos la primera. Estaba vacía, pero al abrir la segunda, encontramos algo envuelto en un trapo. Jordi lo desdobló, y ambos nos quedamos mirando en silencio.
—¿Es… una granada? —preguntó, aunque ambos sabíamos la respuesta.
Era una granada antigua, con el metal oxidado pero intacta. Seguimos abriendo cajas: algunas contenían más granadas, pistolas viejas y otras cosas que no pudimos identificar.
—Esto no es una simple bodega. Es un escondite —dije, sintiendo cómo la tensión crecía en mi pecho.
De repente, un golpe seco resonó desde el túnel por donde habíamos llegado. Ambos giramos al mismo tiempo, apuntando las linternas hacia la oscuridad.
—¿Qué fue eso? —preguntó Jordi, dando un paso atrás.
—No lo sé, pero no me gusta.
Entonces lo vimos: una puerta de metal, medio oculta detrás de unos tablones caídos. Parecía vieja, con el óxido cubriendo el marco. Intentamos abrirla, pero estaba cerrada. Jordi encontró una barra de hierro junto a la mesa y, tras varios intentos, logramos forzarla.
Del otro lado, un segundo túnel se extendía hacia abajo. Este era más estrecho y parecía mucho más antiguo. El aire estaba helado, y el olor metálico era aún más intenso.
—Esto lleva hacia el bosque. Estoy seguro —dijo Jordi.
—Y… ¿el otro túnel? —pregunté, señalando hacia una bifurcación que apenas se veía en la penumbra.
Antes de decidir qué hacer, escuchamos algo nuevo: un goteo constante que venía del túnel más oscuro. El sonido se mezclaba con los ladridos de nuestros perros, que ahora resonaban desde arriba, como un coro de advertencia.
—Miguel, salgamos de aquí. Esto no es normal.
—Déjame echar un vistazo rápido al túnel oscuro. Si no encontramos nada, volvemos.
—Eso me suena a pésima idea, pero haz lo que quieras. Yo te espero aquí.
Tomé un paso hacia el túnel más oscuro, pero antes de avanzar más, un ruido profundo, como si algo pesado hubiera caído, nos interrumpió. Venía de la sala de la destilería.
Jordi me miró, y su expresión decía lo que yo no quería admitir: no estábamos solos ahí abajo.
Ecos de lo Desconocido
El golpe resonó en el túnel como si algo inmenso se hubiera desplomado. Ambos apuntamos nuestras linternas hacia el camino de vuelta, pero la oscuridad parecía devorar la luz. El aire se volvió más denso, y la temperatura bajó unos grados de manera palpable.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó Jordi, con un susurro que apenas ocultaba el nerviosismo.
—No lo sé, pero no me gusta nada. Tal vez… algo cayó de las cajas.
Intenté sonar razonable, pero en el fondo sabía que esa explicación no encajaba. No había viento, ni corrientes de aire que movieran nada allí abajo. Lentamente, regresamos a la sala de la destilería, con los oídos atentos a cualquier otro sonido.
Cuando llegamos, nada parecía fuera de lugar. Las cajas seguían donde las habíamos dejado, el alambique oxidado permanecía en su rincón, y las botellas empotradas en la pared seguían cubiertas de polvo. Pero entonces, noté algo diferente: la puerta de metal que habíamos forzado estaba ahora ligeramente cerrada.
—Eso no estaba así antes —murmuró Jordi, retrocediendo un paso.
—Es imposible. No había nadie más aquí abajo.
Me acerqué despacio, con la linterna enfocando el marco oxidado. La puerta no estaba cerrada del todo, pero había cambiado de posición, como si algo—o alguien—la hubiera empujado. La idea me puso la piel de gallina.
—Miguel, salgamos. Esto ya no es una aventura curiosa. Esto es raro de cojones.
—Aguanta un poco más. Quiero saber qué hay más allá.
Jordi me miró como si estuviera loco, pero accedió, más por no dejarme solo que por entusiasmo.
Cruzamos la puerta de metal y seguimos el túnel descendente. El suelo estaba más limpio, como si alguien lo hubiera mantenido. Tras unos metros, llegamos a una bifurcación. Uno de los caminos parecía subir hacia el bosque, donde ya podíamos sentir la brisa lejana y el crujir de hojas secas. El otro, más estrecho y oscuro, bajaba hacia las profundidades.
—Este parece llevar fuera —dijo Jordi, señalando el túnel ascendente.
—Y este… no sé. Pero si alguien usó este lugar, lo importante no estaría cerca de la salida.
—¿Te estás escuchando? Esto no es un juego. Ya encontramos armas, granadas… ¿qué más necesitas para darte cuenta de que esto es peligroso?
A pesar de sus palabras, Jordi no me dejó solo. Bajamos por el túnel más oscuro, donde el aire era cada vez más helado. Tras un giro cerrado, la linterna iluminó algo nuevo: una segunda sala.
Nuevas salas. El Enigma Bajo Mas Torrencito
Esta era más grande que la anterior, y mucho más perturbadora. En el centro había una mesa larga, rodeada de bancos desgastados. Parecía un espacio de reunión, pero estaba cubierto de polvo, como si no se hubiera usado en décadas. Sin embargo, lo más extraño eran las paredes.
A lo largo de toda la sala, botellas estaban empotradas en la tierra, formando filas casi perfectas. Algunas estaban llenas de líquidos oscuros, mientras que otras contenían lo que parecían ser papeles enrollados. Era como si alguien hubiera escondido mensajes o registros en ellas.
—Esto ya no es solo un escondite. Es… algo más. —Jordi se acercó a una de las botellas, pero no se atrevió a tocarla.
Inspeccioné la mesa. Había marcas, arañazos y símbolos tallados en la madera, similares a los que habíamos visto en la primera sala. También había algo que parecía ceniza acumulada en un extremo.
—¿Qué hacían aquí? —pregunté en voz alta, aunque sabía que nadie tenía una respuesta.
Jordi revisó un rincón donde había más cajas apiladas. Al abrir una, encontró algo que hizo que me llamara de inmediato.
—¡Miguel, ven a ver esto!
Dentro de la caja había más armas, pero esta vez en mejor estado. Había cuchillos, varias pistolas y lo que parecía ser una especie de mapa, aunque estaba tan deteriorado que apenas se distinguían las marcas. Entre las armas había también una libreta pequeña, cubierta de cuero y con las páginas amarillentas.
—Esto es lo más raro que he visto en mi vida. —Jordi hojeó la libreta, pero las páginas estaban llenas de garabatos y anotaciones en un idioma que no reconocíamos. Algunas estaban manchadas con lo que parecía ser sangre seca.
De repente, otro golpe resonó, esta vez desde el túnel por el que habíamos llegado. Pero no era un sonido aislado. Parecía que algo se arrastraba lentamente hacia nosotros.
—¿Miguel? —La voz de Jordi era un susurro. Ambos apagamos las linternas, instintivamente.
El túnel quedó en una oscuridad total, y el único sonido era el eco de algo acercándose.
—No estamos solos… —murmuré.
—¿Qué hacemos? —preguntó Jordi.
—Coge la libreta y cualquier cosa útil. Nos vamos por el túnel que sube al bosque.
Izquierda o derecha…? El Enigma Bajo Mas Torrencito
Ambos nos movimos rápidamente. Jordi guardó la libreta y un cuchillo en su mochila, mientras yo tomaba la linterna y alumbraba hacia el túnel que llevaba fuera. La brisa fresca era un alivio, pero también hacía que nuestras sombras bailaran en las paredes.
—¡Corre! —grité, al escuchar cómo el sonido de arrastre se hacía más fuerte.
Corrimos hacia el túnel ascendente, nuestras respiraciones resonando en el estrecho espacio. Los ladridos de nuestros perros se escuchaban lejanos, como si percibieran que algo iba mal.
Cuando finalmente vimos la salida, la luz del exterior parecía un faro de esperanza. Nos apresuramos hacia ella, saliendo a un pequeño claro en el bosque. Los perros, que habían estado ladrando desesperados desde arriba, nos rodearon, aliviados de vernos.
—¿Qué demonios era eso? —preguntó Jordi, jadeando.
—No lo sé. Pero lo vamos a averiguar.
Nos giramos hacia la entrada del túnel, esperando ver algo salir. Pero no pasó nada. Solo la brisa y el susurro de los árboles rompían el silencio.
—Esto no ha terminado, Jordi. Algo está escondido ahí abajo. Y no sé si quiero saber qué es.
Rastros de la Historia
El bosque nos recibió con un silencio inquietante. La luz del día se filtraba entre las copas de los árboles, pero el ambiente seguía cargado de tensión. Los perros rodearon a Jordi y a mí, inquietos pero aliviados de vernos fuera del túnel.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Jordi, con la respiración aún agitada. —Todo esto… No me puedo quitar de la cabeza ese ruido, como si algo nos siguiera.
—Tenemos que volver. Pero esta vez mejor preparados. —Saqué la libreta que Jordi había guardado en su mochila y hojeé las páginas. El texto, en su mayoría ilegible, estaba salpicado de dibujos que parecían planos o esquemas.
Había algo peculiar en uno de los mapas: representaba un trazado subterráneo que coincidía con la finca. Un símbolo marcado en el centro llamó mi atención: una estrella rodeada de flechas. No sabía lo que significaba, pero algo me decía que no habíamos visto todo lo que había ahí abajo.
Al día siguiente, con mejor equipo y una pequeña cámara de mano, regresamos al túnel. Esta vez, los perros no nos acompañaron. Era evidente que sentían algo que nosotros no podíamos percibir. Jordi y yo descendimos por las escaleras de hierro, con linternas más potentes y una mezcla de miedo y determinación.
Avanzamos rápidamente hasta la sala donde habíamos encontrado las armas y las granadas. Al inspeccionar mejor las paredes, notamos que algunas botellas empotradas contenían pequeños cilindros de papel enrollado. Con cuidado, abrimos una. El papel, amarillento y quebradizo, tenía escrito un mensaje en catalán:
«Lluitarem fins al final. Ningú podrà apagar la llum de la llibertat.»
(Lucharemos hasta el final. Nadie podrá apagar la luz de la libertad.)
—Esto no es un escondite cualquiera —murmuró Jordi, mirando alrededor con renovado interés. —Es como si hubieran dejado rastros a propósito.
—Esto es de la Guerra Civil, tal vez incluso de los años de la represión franquista —añadí. Mi voz temblaba, no por miedo, sino por la magnitud de lo que estábamos descubriendo.
Seguimos avanzando hacia el segundo túnel, el que bajaba más profundamente. Esta vez, íbamos más despacio, deteniéndonos a inspeccionar cada detalle. A unos metros, encontramos algo que nos dejó sin palabras: una segunda sala mucho más grande, con una mesa de madera maciza y papeles dispersos sobre ella.
Había carteles enrollados con frases antifranquistas y dibujos que representaban a figuras políticas. Al centro de la mesa, un dossier llevaba un nombre escrito con tinta roja: Lluís Companys.
—Esto… Esto no puede ser cierto. —Jordi tomó el dossier con manos temblorosas. Dentro había una serie de documentos: cartas escritas a mano, firmas de distintos líderes del exilio republicano y anotaciones que mencionaban reuniones secretas.
—Si esto es auténtico, estamos frente a algo histórico. —Mi voz apenas salía, atrapada entre la incredulidad y la emoción.
En una de las cartas, leímos algo que nos heló la sangre:
«Aquest refugi és segur. Aquí, l’esperança roman amagada fins que Catalunya pugui aixecar-se de nou.»
(Este refugio es seguro. Aquí, la esperanza permanece oculta hasta que Cataluña pueda levantarse de nuevo.)
La sala también contenía una pared con compartimentos ocultos. Al abrir uno, encontramos más papeles, esta vez llenos de propaganda antifranquista: panfletos denunciando al régimen y llamando a la resistencia.
Mientras explorábamos, otro sonido resonó desde el túnel: un eco profundo, como un crujido que se acercaba. Apagamos las linternas de inmediato, quedándonos inmóviles en la penumbra.
—Miguel, dime que esto no es lo que creo que es. —Jordi susurraba, con los ojos clavados en la oscuridad.
—No lo sé… Pero no podemos quedarnos aquí.
Con el dossier y algunos de los documentos más relevantes, comenzamos a retroceder hacia la salida. Pero al llegar al cruce donde el túnel ascendía hacia el bosque, notamos algo extraño: la puerta metálica estaba cerrada.
—¿Quién la cerró? —preguntó Jordi, mirando alrededor con pánico.
—No lo sé, pero si alguien está aquí abajo con nosotros, no pienso quedarme a averiguarlo.
Forzamos la puerta con todas nuestras fuerzas hasta que finalmente cedió. Mientras corríamos hacia la salida, un último detalle llamó mi atención: un grabado en una pared cercana. Era un retrato rudimentario, tallado en la piedra, que claramente representaba a Lluís Companys.
Al llegar al bosque, el aire fresco fue como un bálsamo. Los perros corrieron hacia nosotros, como si supieran que algo había estado mal. Jordi y yo nos desplomamos en el suelo, agotados, pero sabíamos que esto era solo el principio.
—Esto no puede quedarse aquí abajo —dije, mirando los documentos en mis manos. —Alguien tiene que saber lo que encontramos.
La Recompensa del Pasado
Esa noche no pudimos dormir. Estuvimos horas revisando los documentos, tratando de dar sentido a todo. Uno de los textos más reveladores mencionaba una reunión secreta en los últimos días de Lluís Companys antes de su captura. Aunque no había pruebas definitivas, parecía sugerir que había usado ese lugar como refugio temporal.
También encontramos un mapa que indicaba un punto exacto dentro del túnel, marcado con el mismo símbolo que habíamos visto antes: una estrella rodeada de flechas.
—Tenemos que volver. —Mi determinación era inamovible.
Al día siguiente, volvimos al túnel, esta vez acompañados de un detector de metales y herramientas para excavar. Siguiendo el mapa, llegamos a un punto donde el suelo parecía más blando. Tras horas de trabajo, descubrimos un compartimento oculto.
Dentro había una caja de metal, sellada pero en buen estado. La abrimos con cuidado, y lo que encontramos dentro nos dejó sin aliento: un diario personal de Lluís Companys. Cada página estaba llena de anotaciones sobre el exilio, sus pensamientos sobre la lucha por la libertad y estrategias para mantener viva la esperanza.
Pero había algo más: una medalla dorada con el escudo de Cataluña y un mensaje grabado:
«La llum no es pot apagar.»
(La luz no se puede apagar.)
Decidimos entregar los hallazgos a un historiador de confianza, quien confirmó la autenticidad de los documentos. Lo que habíamos encontrado no solo era un testimonio invaluable de la resistencia antifranquista, sino también una conexión directa con la figura de Companys.
Meses después, el hallazgo fue reconocido oficialmente, y Mas Torrencito se convirtió en un lugar histórico. La finca, que había albergado secretos durante décadas, ahora era un símbolo de la lucha por la libertad.
Jordi y yo, junto con nuestros perros, solíamos visitar el túnel, aunque nunca pudimos deshacernos de la sensación de que no estábamos solos. Pero esta vez, el miedo era reemplazado por un profundo respeto hacia aquellos que habían arriesgado todo para mantener viva la esperanza.
Y así, Mas Torrencito dejó de ser solo una finca. Se convirtió en un refugio de memoria y resistencia.
____________________________________
Desde Mas Torrencito os deseamos un buen día y que vuestr@s perr@ os acompañe!!!!
—–
Si quieres, podeis ver nuestros bonos para fines de semana, bonos jubilados ,a un precio increíble..entra en www.mastorrencito.com o si quieres podéis leer más historia y anécdotas que nos han pasado en Mas Torrencito… Haz click aqui
Me encantaría caminar por ese tunel,escribes muy bien……me encanta leer tus historias mientras me tomo el primer café del día
Ostras… que imaginacion mas buena que tienes Miguel…. Sigue así.. es un placer leerte cada mñana… GRACIAS