Antesdeayer, Mastitwo decidió que su vida de comodidades ya no le bastaba. Se escapó. No tengo ni idea por dónde salió; revisamos cada centímetro de la valla, cada tabla, cada posible hueco. Nada. Ni una pista. Pero lo más extraño fue cómo volvió: completamente cubierto de lo que parecía pintura roja. Por un instante, me quedé helado. ¿Qué había hecho? ¿Había protagonizado una masacre estilo «La matanza de Texas»? El corazón me daba vuelcos mientras lo observaba caminar tan campante, como si no estuviera manchado de pies a cabeza de algo que gritaba sospechoso. Luego olí bien. ¿Pintura? Más bien era como… salsa. ¿Tomate? ¿Pimientos? En fin, eso quedaba como misterio número uno.
Horas después, el intrépido escapista decidió darnos un nuevo espectáculo. Estábamos en la terraza cuando, sin mirar atrás, caminó directo hacia la parte trasera de la casa. Con una seguridad que casi daba envidia, se metió entre una pared de cañas tan espesa que parecía el escondite perfecto para una película de espías. Y ahí, como por arte de magia… ¡desapareció! Lo llamé un par de veces, y al rato salió, tan fresco como una lechuga, con esa cara de «yo no fui» que lo hace casi entrañable. Lo llevé de vuelta a la terraza mientras le decía a Mireia: «Mañana lo resolvemos. Hay que averiguar cómo demonios se escapa este Houdini peludo». Se hacía de noche, y entre la pintura/tomate/salsa y su nueva escapada, lo mejor era esperar al día siguiente.
A la mañana siguiente, después de desayunar y recoger, me armé para la misión como si fuera a entrar en una selva amazónica. Ropa de faena, casco con malla protectora, y la motosierra en mano. Si Mastitwo tenía un escondite secreto, lo encontraría. Empecé a cortar cañas, despacio, porque aquello era más frondoso de lo que parecía. Entre las ramas y el sol que se colaba a trompicones, sudaba como si estuviera en pleno verano. Sabía que al otro lado de las cañas estaba el riachuelo, así que iba con cuidado. No quería terminar resbalando y haciendo un ridículo empapado.
Avancé poco a poco, abriendo un camino donde antes no lo había. Y entonces, lo vi. La valla junto al riachuelo ya no estaba. Desaparecida. Me quedé parado, intentando asimilar cómo algo tan grande podía desaparecer sin dejar rastro. La pendiente era empinada, y el riachuelo abajo brillaba al sol, tranquilo pero traicionero. Me asomé con cuidado, primero a la izquierda, luego a la derecha.
Y ahí fue cuando lo vi. Algo que no debería estar ahí.
Primero pensé que era mi imaginación, pero no, estaba ahí. Un montón de cajas, aparentemente de plástico, y sobre ellas… restos de algo que parecían verduras aplastadas. ¿Tomates? ¿Pimientos? Mi cerebro conectó las piezas a trompicones, pero antes de llegar a una conclusión, Mastitwo apareció de la nada, como un ninja, con esa misma cara de inocencia. Dio dos pasos hacia las cajas, se giró hacia mí como si dijera: «¿Te hace un paseo, jefe?» Y ahí supe que no era un simple perro con ansias de aventura. Era un conspirador profesional.
Con el corazón latiendo fuerte y la intriga creciendo, dejé la motosierra a un lado y bajé, pero todavía no tenía idea de lo que iba a encontrar al acercarme más a esas cajas. Mastitwo, mientras tanto, movía la cola. ¿Orgulloso? ¿Compinche? Todo quedaba por descubrir…
Con cuidado, bajé por la pendiente empinada, tanteando cada paso para no terminar en el riachuelo. Las cajas estaban apiladas de una manera extraña, casi como si alguien las hubiera dejado ahí a propósito. Cuando estuve lo suficientemente cerca, el olor me golpeó. Era una mezcla entre verdura fermentada, tierra húmeda y algo que no podía identificar. Mastitwo, en cambio, parecía encantado. Movía la cola con entusiasmo y metía el hocico entre las cajas, sacando trozos de lo que, efectivamente, eran tomates aplastados.
«¿Pero qué…?», murmuré mientras me agachaba para inspeccionar mejor. Las cajas tenían logotipos, letras desgastadas que apenas se podían leer. «Cooperativa Agrícola de…» y el resto estaba borrado. Lo raro no era solo que estuvieran ahí, sino que parecían haber sido colocadas recientemente. Las huellas alrededor de las cajas eran frescas, y algunas parecían demasiado grandes para ser de Mastitwo.
Empecé a apartar las cajas, una a una, intentando no desarmar el pequeño caos que había montado. Debajo, descubrí algo que me dejó helado: una especie de túnel improvisado. Estaba parcialmente cubierto con ramas y cañas, pero claramente alguien o algo lo había hecho con intención. ¿Un escape para Mastitwo? ¿O algo más?
En ese momento, Mastitwo se metió en el túnel como si fuera su casa, sin dudarlo ni un segundo. «¡Oye, no! ¡Sal de ahí!» Pero ya era tarde. Lo vi desaparecer en la oscuridad, su cola moviéndose alegremente como si nada de esto fuera extraño.
Me quedé unos segundos en el sitio, evaluando mis opciones. Podría esperar a que volviera, pero conociendo a Mastitwo, quién sabe cuánto tardaría. Así que, suspirando profundamente, agarré una linterna que siempre llevo en el bolsillo de la chaqueta (uno nunca sabe cuándo la va a necesitar), y me metí tras él.
El túnel era estrecho, apenas podía avanzar sin arañarme con las raíces y las cañas. Cada paso me hacía preguntarme qué diablos estaba haciendo allí. ¿Un túnel secreto? ¿Por qué estaba tan bien escondido? Y, lo más importante, ¿por qué mi perro parecía conocerlo mejor que yo? Después de unos minutos avanzando con cuidado, vi un leve destello de luz al fondo. «¿Qué demonios…?»
Cuando llegué al final del túnel, me encontré en una especie de claro improvisado, oculto por completo desde fuera. Había más cajas, algunas abiertas, otras apiladas con cuidado. Y en el centro, algo que no esperaba: una mesa hecha de troncos, sobre la que descansaban herramientas, un par de guantes viejos y… ¿un cuchillo?
Mastitwo estaba allí, sentado como si nada, observándome con esa misma cara de inocencia, pero ahora con un ligero toque de «¿Ves? Sabía que te gustaría».
Y entonces escuché un ruido. Pasos. Claros, inconfundibles. Alguien más estaba allí.
Capítulo 2: El Susurro en el Claro
Me quedé inmóvil. Los pasos eran lentos, deliberados, pero no podía distinguir de dónde venían. Mastitwo, en su infinita tranquilidad, simplemente se sentó junto a las cajas como si todo esto fuera normal. Mi corazón, en cambio, parecía una batería desafinada golpeando mi pecho. La linterna temblaba ligeramente en mi mano.
“¿Quién anda ahí?” Mi voz salió más baja de lo que esperaba, como si el aire del túnel hubiera robado mi valentía.
Los pasos cesaron. Todo quedó en un silencio inquietante, roto solo por el suave murmullo del riachuelo a lo lejos. Dando un paso hacia la mesa, observé más de cerca las herramientas. No eran nuevas, pero tampoco estaban abandonadas. El cuchillo tenía rastros de un líquido seco que no quise identificar todavía. Y al lado, una libreta pequeña, cerrada con una cuerda de cuero.
“Mastitwo… esto no me gusta nada”, susurré, pero él simplemente ladeó la cabeza como si estuviera esperando a que terminara de investigar.
Cuando agarré la libreta, sentí que alguien me observaba. Era una sensación tan fuerte que giré de golpe, apuntando la linterna a los arbustos. Nada. Solo el crujido de las hojas con el viento.
Abrí la libreta con manos temblorosas. Las primeras páginas estaban llenas de garabatos. Nombres. Fechas. Coordenadas. Y luego, dibujos de lo que parecían… diagramas. Había algo marcado con círculos y flechas, como un mapa rudimentario de la zona. Pero antes de que pudiera analizarlo más, Mastitwo se levantó y emitió un suave gruñido, bajo y continuo. Miraba hacia el túnel.
“¿Qué pasa ahora?” pregunté, pero mi respuesta llegó antes de terminar la frase: un fuerte golpe resonó desde la dirección por donde había venido.
Capítulo 3: El Encuentro
Apagué la linterna instintivamente y me agaché detrás de la mesa. Mastitwo, más valiente que yo, se quedó de pie, mirando fijamente al túnel. Mi mente iba a mil por hora. ¿Quién podía estar ahí? ¿Qué querían? ¿Y por qué este claro estaba lleno de cajas y herramientas como si fuera parte de una operación clandestina?
Los golpes se repitieron, esta vez más cerca. Me maldije por no haber traído nada más que la linterna. No tenía ni siquiera mi motosierra, que había dejado junto al riachuelo.
“Mastitwo, ven aquí”, susurré. Sorprendentemente, obedeció, aunque su mirada no se apartaba del túnel.
De repente, alguien salió del túnel. No era un desconocido completo, pero tampoco era alguien que esperaba encontrar en este contexto. Era Manolo, el vecino de más allá del riachuelo, el tipo que siempre decía que las gallinas del pueblo estaban mal cuidadas y que solía pasar las tardes reparando su tractor.
“¡Eh! ¿Quién anda ahí?” gritó él, sosteniendo una linterna en una mano y algo que parecía un palo en la otra.
Por un segundo, el alivio me invadió. “¡Manolo! Soy yo. ¿Qué haces aquí?”
Él se detuvo, entrecerrando los ojos. “¿Yo? ¿Qué haces tú aquí? Este lugar no es para andar curioseando.”
Esa frase me dejó helado. Su tono no era de sorpresa, sino de advertencia. Manolo dio un paso más hacia el claro y vio a Mastitwo, que lo miraba con curiosidad.
“Este perro tuyo… lleva días metiéndose donde no debe. No sé cómo encuentras estas cosas, pero te aconsejo que te vayas ahora mismo.”
No supe qué decir. Miré las cajas, la libreta en mi mano y luego a él. “¿Qué es todo esto, Manolo? ¿Qué haces aquí?”
Manolo frunció el ceño, y por primera vez, parecía incómodo. “Mira, esto no es asunto tuyo. Déjalo estar. Si tienes algo de sentido común, olvida que estuviste aquí.”
Pero antes de que pudiera responder, Mastitwo emitió un ladrido agudo, apuntando hacia los arbustos del lado opuesto. Algo se movió rápido entre las sombras, y ambos giramos al mismo tiempo. “¿Qué demonios…?” murmuró Manolo.
Capítulo 4: El Extraño en las Sombras
El movimiento en los arbustos fue rápido, casi imperceptible. Pero algo o alguien estaba ahí. Manolo levantó el palo que llevaba, como si pudiera protegerse de lo que fuera que acechaba. Mi instinto me gritaba que huyera, pero algo me mantuvo en el lugar. Quizás era la intriga, o quizás el hecho de que Mastitwo seguía mirando con una concentración que nunca había visto en él.
De pronto, una figura emergió lentamente. No era alta, pero sí lo suficiente para que me diera un escalofrío. Llevaba ropa oscura, casi desgastada, y un sombrero que le cubría la cara. En la mano sostenía un objeto que no pude identificar de inmediato. Parecía… ¿una linterna vieja? O quizás algo más.
“¿Qué está pasando aquí?” preguntó la figura con una voz grave y pausada. Ni Manolo ni yo respondimos de inmediato.
Mastitwo, en cambio, se adelantó un paso, olisqueando el aire como si quisiera identificar al recién llegado. El extraño se agachó, dejando al descubierto un rostro curtido y lleno de cicatrices. Me observó con una mezcla de curiosidad y desconfianza.
“¿Eres tú el que anda husmeando por aquí?” me preguntó, ignorando por completo a Manolo.
“Yo… solo estaba siguiendo a mi perro”, tartamudeé.
El hombre soltó una risa seca, como si mi respuesta fuera un mal chiste. “Tu perro tiene más sentido común que tú. Esto no es lugar para paseos casuales.” Y antes de que pudiera decir algo más, añadió: “Si quieres respuestas, tendrás que volver aquí esta noche. Solo. Pero te advierto: a veces, es mejor no saber.”
Se giró y desapareció entre los arbustos tan rápido como había llegado, dejándonos a Manolo y a mí en un silencio sepulcral.
Capítulo 5: La Decisión
Cuando el extraño desapareció entre los arbustos, Manolo se acercó a mí, su cara una mezcla de preocupación y enojo. “Te lo dije: esto no es un lugar para andar jugando. No tienes idea de en qué te estás metiendo.”
“¿Y tú sí?” respondí, señalando las cajas. “¿Qué es todo esto, Manolo? ¿Qué está pasando aquí?”
Manolo respiró hondo, como si estuviera debatiendo si contarme algo o no. Al final, simplemente negó con la cabeza. “No puedo explicártelo. Solo te digo que no vuelvas. Ese hombre… no es alguien con quien quieras cruzarte otra vez.”
Pero su advertencia hizo lo contrario: despertó aún más mi curiosidad. Mastitwo, mientras tanto, seguía olfateando las cajas, como si supiera que todavía quedaba algo importante por descubrir. Ignoré a Manolo, recogí la libreta y me dirigí de vuelta por el túnel, decidido a volver esa noche y enfrentar lo que fuera que me esperaba.
Capítulo 6: La Noche del Encuentro
Esa noche, después de horas de debatir conmigo mismo, me armé con una linterna más potente, un cuchillo de caza y una mezcla de nervios y determinación. Mastitwo parecía emocionado, como si supiera que algo grande estaba por pasar. Caminamos juntos hasta el túnel, la luz de la luna apenas iluminando el camino.
El claro estaba igual que antes, aunque parecía más siniestro bajo la tenue luz nocturna. Las cajas seguían allí, pero la mesa estaba vacía. Me quedé quieto, esperando, con los ojos fijos en los arbustos de donde había salido el extraño.
No tardó mucho. Lo vi emerger de las sombras, su silueta aún más inquietante a la luz de la linterna. Esta vez no estaba solo. Dos figuras más lo acompañaban, ambas vestidas de manera similar, con rostros que apenas se distinguían bajo sus sombreros.
“Volviste. Eres más valiente… o más tonto de lo que pensé”, dijo el hombre, con la misma voz grave.
“Quiero respuestas”, le dije, tratando de mantener mi voz firme. “¿Qué es todo esto? ¿Por qué hay cajas aquí? ¿Por qué mi perro está obsesionado con este lugar?”
El hombre sonrió, una mueca torcida que no inspiraba confianza. “Te las daré, pero no te van a gustar.”
Señaló las cajas y comenzó a hablar. Según él, el claro era parte de un antiguo camino utilizado para el contrabando, una ruta secreta que conectaba con pueblos vecinos a través del riachuelo. Las cajas contenían restos de mercancías que habían sido abandonadas hace tiempo, pero el túnel y el claro todavía eran utilizados por aquellos que querían moverse sin ser vistos.
“Pero hay algo más”, añadió, bajando la voz. “Algo que incluso nosotros tratamos de evitar.”
Antes de que pudiera preguntar a qué se refería, Mastitwo empezó a ladrar con furia, mirando hacia el borde del claro. Giré la linterna justo a tiempo para ver algo moviéndose rápidamente entre los árboles. Era grande, más grande de lo que esperaba. Un ruido sordo resonó, como si algo pesado estuviera golpeando el suelo.
“¡Ya viene!” gritó uno de los hombres que estaba con el extraño.
“¿Qué viene? ¿De qué están hablando?” pregunté, pero nadie respondió.
Capítulo 7: La Revelación
El extraño se giró hacia mí. “Si quieres vivir, debes irte ahora mismo. Llévate a tu perro y no vuelvas.”
Pero algo en su tono, en su mirada, me hizo quedarme. Era miedo, sí, pero también una especie de resignación. Como si estuviera enfrentándose a algo inevitable.
De repente, lo vi. Una figura gigantesca salió de entre los árboles, sus ojos brillando como antorchas en la oscuridad. No era un animal, tampoco una persona. Parecía una mezcla de ambos, un ser deformado, casi sobrenatural. Su piel estaba cubierta de lodo y hojas, y emitía un gruñido bajo que hizo que todo mi cuerpo se tensara.
“Es el Guardián”, susurró el extraño. “Protege este lugar. No permite que nadie se lleve nada que no le pertenece.”
El Guardián avanzó hacia nosotros, sus pasos sacudiendo el suelo. Mastitwo, en un acto de valentía incomprensible, corrió hacia él, ladrando como un loco. “¡No, Mastitwo!” grité, pero era demasiado tarde.
Lo que ocurrió después fue… inesperado. El Guardián se detuvo, inclinándose hacia Mastitwo como si lo estuviera evaluando. Mi perro, lejos de amedrentarse, se sentó y movió la cola, como si estuviera saludando a un viejo amigo. El Guardián emitió un sonido extraño, casi un gruñido, y luego se giró, caminando de vuelta hacia los árboles.
El claro quedó en silencio. Los hombres, incluidos el extraño y Manolo, me miraron con incredulidad. “Nunca había hecho eso antes”, murmuró uno de ellos.
El extraño se acercó. “Parece que tu perro tiene algo que nosotros no. Tal vez te perdone esta vez, pero no vuelvas.”
Capítulo 8: El Regreso
Volvimos a casa en silencio, Mastitwo caminando a mi lado como si nada hubiera pasado. Me senté en la terraza, la libreta en mis manos, y traté de procesar todo lo que había visto. La historia del contrabando, el Guardián, el claro… todo era demasiado surrealista.
Pero había algo que no podía ignorar. En una de las últimas páginas de la libreta había un dibujo: el Guardián, con un perro pequeño sentado frente a él. Debajo, una sola palabra escrita a mano: “Protector”.
Mastitwo me miró desde su rincón, ladeando la cabeza. “¿Quién eres realmente, amigo?” le susurré. Pero, como siempre, solo me respondió con esa cara de “yo no fui” y un suave movimiento de cola.
Fin.
Desde MasTorrencito te deseamos un buen día y que tus perros te acompañen!!!!
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Me has dejado con los pelos de punta.UN saludo,amigo
Que intriga😯..
Cómo todas tus historias 😂😂
Esperamos ansiosos el final de la aventura tomatera.Feliz día