Ayyy, ¿quién lo iba a decir? Otro momento histórico para la memoria… Madre mía. Cuatro papas, una pandemia, una Gloria, una DANA, vivir en dos siglos diferentes… Increíble.
He vivido en una España gris, una España roja, una España moderna, una España digital y una España que siempre cambia. Y por más cosas que pasan, siempre habrá algo que te asombra: la sociedad, el ser humano, capaz de lo mejor y de lo peor. Lo vivimos constantemente en situaciones extremas.
Ayer fue uno de esos días históricos… Para casi todo el mundo, pero no para nosotros. No nos enteramos de nada. Porque aquí, en Mastorrencito, todo funcionó perfectamente: ni apagón eléctrico, ni corte de agua, ni fallo de internet.
Todo lo contrario que en el resto de España. Pero bueno, algún día nos tenía que tocar ser nosotros los que no sufriéramos… jajajaja. Eso sí, perdimos cuatro clientes que no pudieron llegar, y eso se tradujo en pérdida económica. Pero por lo demás, estábamos al 100%: luz, baterías, wifi (gracias a Starlink)…
Yo ya había hablado con los vecinos, por si acaso el apagón duraba un par de días, para preparar alargos y que al menos tuvieran luz y pudieran hacer vida normal. Menos mal que no hizo falta. Pero la intención estaba. Y es que, en estas situaciones, da igual si te llevas bien o mal: hay que estar para lo que se necesite. Al menos, yo lo veo así.
Me imagino el caos en las grandes ciudades: ascensores parados, gente que necesita respiradores, familias sin poder comunicarse… Aunque muchos ni siquiera hablan en semanas, ayer se preocuparon de si estaban bien.
Y la gente atrapada en la ciudad, sin poder volver a sus casas, preocupados por sus mascotas. Pidiendo a amigos y vecinos que las sacaran a pasear… Para ellos eso era lo más importante. Y es respetable, al 100%. ¿O no?
Estas situaciones demuestran lo débiles que podemos ser. Un simple corte de luz puede hacer caer una ciudad, un país… No estamos preparados para algo así. No.
También sale lo peor: vaciar supermercados, como en la pandemia. Si hay agua, la quiero toda. No comparto. Siempre es lo mismo.
Reflexión: Mascotas en Tiempos de Crisis
Cuando todo se apaga —la luz, el agua, la comunicación— queda a la vista lo esencial. No son los objetos, no son los títulos ni las cuentas bancarias. Son los lazos. Y entre ellos, los lazos invisibles que nos unen a quienes no tienen voz: nuestras mascotas.
En medio del caos de un gran apagón, mientras la sociedad entraba en pánico, muchos solo pensaban en ellos. En sus perros, sus gatos, sus compañeros de vida. Sin importar la distancia o la incertidumbre, surgió la necesidad más básica: protegerlos, asegurarse de que no les faltara nada, de que no sintieran miedo ni soledad.
En un mundo que presume de avances tecnológicos y redes infinitas, fue el lazo más simple —el del afecto puro, desinteresado— el que tomó el protagonismo. Mientras otros vaciaban supermercados para acumular egoístamente, había quienes pedían a un vecino que sacara a pasear a su perro atrapado en casa, quienes se organizaban para llevar comida a los animales que dependían de ellos.
Eso dice mucho de nosotros. En situaciones extremas, nuestro verdadero carácter se revela: la compasión, la empatía, el sentido de responsabilidad hacia seres más vulnerables que no entienden el porqué de las luces apagadas o del silencio abrupto.
Las mascotas no entienden las crisis humanas, pero dependen de nuestra humanidad para sobrevivirlas. Y si en medio del desastre alguien piensa primero en el bienestar de un ser que no puede defenderse, entonces aún hay esperanza.
Cuidar de ellos en un momento de caos no es solo un acto de amor: es un acto de dignidad. Es un recordatorio de quiénes somos… o de quiénes deberíamos ser.
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