Paseos felices en Mas Torrencito

Ayyyy, qué recuerdos tan lejanos pero tan vivos en mi corazón… Si cierro los ojitos, puedo volver a sentir la brisa de aquellos paseos y el sonido del río en Mas Torrencito. ¡Qué días aquellos! El heroico rescate de Manuela en el río de Mas Torrencito

Era una rutina que me llenaba de felicidad. Cada mañana, salíamos a caminar entre los maizales, mis amos, mis compañeros perrunos y yo. El cielo estaba siempre tan despejado, y los campos olían a vida. Era nuestro momento, nuestro paraíso.

El río y la corriente inesperada

Pero hubo un día… un día que jamás olvidaré, aunque ya hace tanto tiempo que partí. Aquel verano, como de costumbre, íbamos camino al río. ¡Ay, cómo me gustaba el agua! Era lo mejor de aquellos paseos. Estábamos todos tan felices, jugueteando sin preocupación alguna. Markos, con su paso lento pero seguro, cojeaba un poquito, pero siempre nos alcanzaba con esa energía que le caracterizaba. Max, el vigilante de nuestra pequeña manada, iba siempre atrás, asegurándose de que nadie se quedara rezagado.

Aquel día nos acompañaba un cachorrito, Rodrigo. Era un perrito pequeño, lleno de energía e inocencia, que venía con unos clientes que se estaban hospedando. Nos divertíamos tanto corriendo por los maizales, y cuando llegamos al río, ¡la fiesta continuó! Las lluvias de los últimos días habían dejado el agua más revuelta, pero eso no nos detenía. Corríamos, nadábamos, íbamos de un lado a otro buscando pelotas y palos que nuestros amos nos lanzaban. Rodrigo y yo competíamos, cada uno queriendo ser el primero en alcanzar la pelota que flotaba a lo lejos.

El momento crítico: la corriente nos arrastra. El heroico rescate de Manuela en el río de Mas Torrencito

Todo iba perfecto, hasta que… la corriente nos sorprendió. Una corriente tan fuerte que nos arrastró sin aviso. De repente, el río dejó de ser nuestro amigo. Empezamos a alejarnos de la orilla, sin poder hacer nada, llevados por la fuerza del agua hacia unos rápidos que estaban más adelante. ¡Qué miedo! Sentía como el agua intentaba llevarme hacia abajo, me costaba nadar, me costaba respirar… y cuando miré a Rodrigo, él estaba aún peor. Era tan pequeño, y el pobre no tenía fuerzas para mantenerse a flote. Vi cómo empezaba a hundirse.

El rescate: Manuela al rescate de Rodrigo

Fue en ese momento cuando, sin pensarlo dos veces, me sumergí. El agua era densa, pesada, pero logré alcanzarlo. Con los dientes, agarré su correa y lo jalé hacia la superficie. Estaba tan asustado, sus ojitos reflejaban puro pánico. Seguimos luchando, la corriente seguía llevándonos, pero de repente llegamos a una especie de balsa natural, un remanso de paz en medio del caos. Rodrigo estaba agotado, ya no podía más. Sentía su cuerpecito temblando contra el mío.

El alivio: los amos llegan a nuestro rescate

Y entonces, escuchamos las voces de nuestros amos. ¡Qué alivio! Estaban más cerca, corriendo por la orilla, metiéndose en el agua, intentando alcanzarnos. Finalmente, lo lograron. Nos sacaron de allí, jadeantes, asustados, pero vivos. ¡Qué susto tan grande pasamos! Uno de esos que te dejan temblando, de los que se te quedan grabados para siempre. Pero lo superamos.

Reflexión final: el río y su traición. El heroico rescate de Manuela en el río de Mas Torrencito

Después de eso, Rodrigo ya no quería saber nada del río. Ni de pelotas, ni de palos. Y no lo culpo, el río, al igual que el mar, puede ser traicionero a veces. Hay que tener respeto por esas aguas que parecen tan tranquilas pero que, en un instante, pueden cambiarlo todo.

Yo, en cambio, seguí disfrutando de esos paseos mientras pude, hasta mi último día. Porque aunque a veces el río era impredecible, la vida también lo es, y cada momento que pasamos juntos fue una aventura que vale la pena recordar.

Feliz Jueves a tod@s y que tu perr@ te acompañe!! 😊

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