Un Problema Menos… O Eso Pensé

Después del pequeño incidente con las cajas y el «marcado territorial» de Marcos, parecía que todo había quedado resuelto. Nadie se dio cuenta, nadie comentó nada, y los hombres de negro terminaron su ronda por la finca, llevando las cajas a las habitaciones. Un pequeño problema menos, pensé.

Estaba en la cocina, tranquilo, saboreando el silencio que había dejado la avanzada de seguridad, cuando de repente escuché un ruido extraño.

«CH-CH-CH-CH-CH…»

Era un sonido repetitivo, mecánico, que cada vez se hacía más fuerte. Me asomé a la ventana, pero no vi nada. Sin embargo, el ruido no cesaba. Más bien, parecía acercarse.

«¿Qué demonios es eso?»

Y entonces lo vi: un helicóptero, enorme, volando tan bajo que casi podía tocar el tejado de la masía. Pasó zumbando por encima de mi cabeza y se dirigió al campo contiguo, donde finalmente aterrizó.


El Helicóptero y los Refuerzos

Una visita inesperada en MasTorrenccito

Había visto muchas cosas en mi vida en Más Torrencito, pero nada como aquello. El helicóptero que había aterrizado en el campo vecino seguía ocupando mi mente. Cuatro hombres armados habían descendido con movimientos perfectamente coordinados, formando un pasillo y vigilando cada rincón como si estuvieran en territorio enemigo.

El rugido de motores interrumpió el silencio del campo. Dos Mercedes G avanzaban a toda velocidad por el sembrado. Mi instinto me decía que debía alejarme, pero la curiosidad me mantuvo en mi lugar, observando. Las camionetas flanquearon el helicóptero, y de ellas salieron otros cuatro hombres trajeados con gafas oscuras y armas automáticas.

La situación era surrealista. Un hombre y una mujer descendieron del helicóptero con una elegancia que no correspondía al caos a su alrededor. Los hombres armados les escoltaron hasta la terraza de la masía, mientras yo, desde la cocina, los observaba con el corazón latiéndome en la garganta.


El Encuentro en la Terraza. El Misterioso Encuentro en MasTorrencito:

Uno de los hombres de negro me hizo una señal para que bajara. Tragué saliva, dejando el móvil sobre la mesa.

– Miguel, te presento a Isaac Rabin y su mujer.

Por un momento, las palabras no salían.
– Encantado… – logré murmurar, mientras estrechaba la mano del ex primer ministro israelí.

– Hablo un poco de español. Gracias por acogernos, dijo con una sonrisa que transmitía amabilidad y respeto.

– Gracias a ustedes, respondí, aún sin comprender del todo cómo había llegado a ese momento.

El hombre de negro me pidió que les mostrara la casa. Así que, con Manuela y Marcos a mi lado, acompañé al ilustre visitante y su esposa por los rincones de Más Torrencito. La señora Rabin no pudo resistirse al encanto de Marcos, quien cojeaba levemente, y se agachó para acariciarlo con ternura. Marcos, feliz, movía la cola como si aquel gesto fuera la mayor recompensa del día.


La Sorpresa de Arafat

Cuando terminamos el recorrido, regresamos a la terraza. Rabin se sentó y me llamó desde abajo.
– Miguel, ¿podrías servirme una cerveza bien fría?

Asentí y fui a buscar una cerveza al bar. Al servírsela, me invitó a sentarme.
– ¿No tomas algo?

– Claro, cómo no, respondí, sirviéndome una para acompañarlo.

La conversación fluía con sorprendente naturalidad.
– Qué sitio tan bonito y tranquilo tienes, comentó Rabin.
– Suele serlo, excepto cuando vienen helicópteros, bromeé, provocando su risa.

De repente, uno de los hombres de negro se acercó y le susurró algo al oído. Rabin asintió y se giró hacia mí.
– Ahora viene un amigo con el que tenemos que charlar, ¿ok?

– Por supuesto, ningún problema.

Minutos después, tres furgonetas Vito y tres Mercedes G descendieron por el camino de grava. Bajaron más hombres de negro, repitiendo la misma formación metódica. Esta vez, de uno de los vehículos salió un hombre con un pañuelo en la cabeza y una especie de toga: Yasser Arafat.


El Entendimiento en la Mesa. El Misterioso Encuentro en MasTorrencito:

Rabin se levantó para recibir a Arafat. Los dos hombres se estrecharon la mano con una cordialidad que me dejó perplejo. A pesar de todo lo que había leído y escuchado en las noticias, allí estaban, dos figuras históricas, reunidas en mi casa, compartiendo un momento de aparente paz.

Los cocineros que habían traído comenzaron a preparar la cena. En cuestión de minutos, el aroma de especias, hierbas frescas y asados llenó el aire. Todo el equipo trabajaba en silencio, con una precisión impecable. Cuando la cena estuvo lista, la mesa en la terraza lucía como algo sacado de una revista: impecable, elegante, pero sin pretensiones.

Rabin, Arafat, sus esposas, y parte del equipo de seguridad cenaron bajo el cielo estrellado. Yo observaba desde una distancia prudente, asegurándome de que todo estuviera en orden. Mientras tanto, Manuela y Marcos se movían entre las sillas, ganándose caricias y algún que otro trozo de comida.


La Mañana Tranquila

A la mañana siguiente, la calma había regresado. Los hombres de negro seguían vigilando, pero el ambiente era más relajado. Después del desayuno, Rabin y Arafat salieron a pasear juntos por los jardines. Las dos esposas los acompañaron al principio, pero pronto se quedaron atrás, fascinadas con los perros.

Marcos, con su cojeo característico, y Manuela, siempre curiosa, se convirtieron en el centro de atención. Las señoras les lanzaban palos, les acariciaban, y hablaban entre ellas con una calidez que parecía trascender idiomas y diferencias.

A la hora del almuerzo, los dos líderes regresaron, charlando animadamente. La comida fue otro espectáculo: una mezcla de platos tradicionales que reflejaban las culturas de ambos. Había algo mágico en esa escena, en cómo compartían risas y conversaciones mientras sus equipos se relajaban un poco, disfrutando de la hospitalidad de Más Torrencito.


Reflexión Final

Cuando llegó la tarde y los helicópteros y vehículos se llevaron a todos los visitantes, me quedé en la terraza con Manuela y Marcos. La masía volvió a ser lo que siempre había sido: un refugio de paz en medio de la naturaleza.

Mientras observaba el atardecer, no podía dejar de pensar en lo que acababa de ocurrir. Dos hombres que, en teoría, estaban en lados opuestos, habían encontrado un espacio para el entendimiento. En mi pequeña masía, entre paseos por el bosque y cenas compartidas, habían demostrado que el diálogo era posible.

Quizás, pensé, los conflictos del mundo no eran más que cuestiones de territorio y poder. Como los perros que ladran al principio, pero que al final terminan jugando juntos.

En ese momento, Marcos se acercó, apoyó su cabeza en mi pierna, y Manuela movió la cola alegremente. «Si ellos pueden entenderse,» me dije, «¿por qué no nosotros?»

Y así terminó uno de los días más surrealistas de mi vida, con una paz renovada en Más Torrencito, y la certeza de que, cuando se quiere, todo entendimiento es posible.

FIN

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Desde Mas Torrencito os deseamos un buen día y que vuestr@s perr@ os acompañe!!!!

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