Era uno de esos días donde el sol parecía eterno, con ese calor que pegaba suave y el canto de los grillos como fondo musical. Habíamos terminado de comer hacía poco, toda la pandilla reunida: Mireia, Vicent, Isa, Jordi, Yoyo, Juan, Rosa Mari, Ramón, Esther, Ibán e Ingrid (los de Andorra), el Ciego Ramón y Clara. Una comida en homenaje a la amistad, a esos momentos que saben a verano y risas. El desenlace del registro de los Mossos en MasTorrencito
La comida había sido de las que se recuerdan: platos caseros, vino corriendo como si no hubiera un mañana, y un postre que nadie quería que terminara. Entre bromas, chistes malos y alguna anécdota que arrancó carcajadas, el tiempo voló. Cuando nos levantamos, algunos estaban más perjudicados que otros. Los efectos del vino se veían en los pasos tambaleantes de más de uno, aunque todo con buen humor.
Pasadas las cinco, ya volvíamos a la casa. Éramos un grupo animado, charlando por el caminito polvoriento, sin más prisa que llegar y seguir disfrutando de la tarde. Pero al doblar una curva, de repente, nos topamos con algo que no esperábamos.
Luces azules. El desenlace del registro de los Mossos en MasTorrencito
Luces intensas, parpadeando sin cesar. Coches policiales bloqueaban el acceso a la casa, y una decena de hombres armados con chalecos antibalas y uniformes de los Mossos d’Esquadra estaban apostados como si esperaran a alguien. De inmediato, el bullicio del grupo se apagó.
“Madre mía, esto parece de película”, susurró Mireia, mientras Jordi se agarraba a ella como si las luces lo estuvieran interrogando ya.
Los que venían más chisposos por el vino parecían haberse curado en el acto. Sus caras habían pasado de risueñas a sobrias, casi pálidas. Yo, sin entender nada, avancé un par de pasos, mientras mis amigos cuchicheaban detrás.
—Buenas tardes… ¿qué sucede? —pregunté, mirando al agente más cercano.
Un hombre alto, con un porte imponente y gesto serio, avanzó hacia mí. Sin presentarse, soltó:
—¿Es usted Miguel Chordi?
—Sí, soy yo. ¿Algún problema?
—Enséñeme su documentación.
La pregunta me dejó frío. Había algo raro en su tono, algo que no cuadraba.
—¿Documentación? ¿Para qué? ¿Qué está pasando?
—Haga lo que le digo. —El tono era autoritario, sin dar lugar a discusiones.
Puse las manos en los bolsillos y traté de mantener la calma.
—Pues no llevo documentación encima. Está en la casa.
—Entonces vaya a buscarla.
Ahí empecé a notar que algo no iba bien. Me crucé de brazos y señalé los coches que bloqueaban el camino.
—¿Y cómo quiere que pase? ¿Me apartan los coches?
El agente frunció el ceño.
—¿Es que necesita ir en coche?
—Pues claro. Es mi casa. Quiero aparcar delante, ¿o ahora eso también es un problema?
El jefe giró la cabeza hacia los demás agentes, claramente incómodo con mis preguntas. Al final, con un gesto impaciente, respondió:
—Bueno, lo acompañamos hasta la casa.
—Eso va a ser que no.
El silencio cayó sobre el grupo. Hasta mis amigos, que seguían observando a lo lejos, dejaron de murmurar.
—¿Perdón? —dijo el jefe.
—Que no. ¿Tienen ustedes una orden judicial?
—¿Cómo dice?
—¿Tienen una orden para entrar en mi propiedad?
El agente dudó por un segundo, como si la pregunta lo hubiera descolocado.
—Pues… no.
—Pues entonces no entran. Ni conmigo ni sin mí. Espérense aquí mientras bajo por la documentación. Y de paso, llamo a mi abogado.
Los murmullos entre mis vecinos comenzaron a subir. Algunos, como Rosa Mari, ya se habían adelantado un poco para escuchar mejor.
El jefe, visiblemente molesto, dio un paso adelante.
—Oiga, señor. No puede bajar solo. No puede avisar a nadie, salvo a su abogado.
—¿Cómo? ¿De qué habla? Es mi casa.
—Tenemos motivos para creer que en su propiedad podría haber personas fugadas de la justicia.
La frase me dejó atónito. Miré al agente, buscando algún indicio de que aquello fuera una broma.
—¿Personas fugadas? ¿De dónde saca usted eso?
—Hemos recibido un chivatazo.
—¿Un chivatazo? —repetí, incrédulo—. ¿Qué clase de chivatazo? Porque aquí lo único que hay es gente que vino a comer. ¿O es que los Mossos han empezado a trabajar con rumores?**
El jefe apretó la mandíbula.
—Señor, le repito: no puede entrar en la casa sin acompañamiento.
—Y yo le repito que no entran sin una orden.
Con un gesto brusco, saqué mi móvil y marqué el número de Lluis, mi abogado. Mientras el teléfono sonaba, los agentes se miraban entre ellos, claramente tensos.
—Lluis, estoy aquí con los Mossos. Quieren entrar en mi casa sin orden judicial. ¿Qué hago?
Del otro lado de la línea, la voz tranquila de Lluis respondió:
—No los dejes entrar. Sin orden no tienen derecho. Espérame, voy para allá.
Colgué y miré al jefe directamente a los ojos.
—Mi abogado está en camino. Y hasta que no llegue, ustedes no pasan. Punto.
El ambiente estaba cargado. Mi grupo de amigos, los vecinos y los propios agentes formaban un círculo de tensión que parecía a punto de estallar. La palabra “chivatazo” seguía resonando en mi cabeza. ¿De qué estaban hablando? ¿Qué demonios pensaban que había en mi casa?
En medio de la tensión, otro coche oficial apareció en el camino. Era un vehículo negro, más discreto que los demás, con la sirena apagada, pero no pasaba desapercibido. De él bajó un mosso con aire de superioridad, portando un papel que parecía ser importante. Se acercó directamente al que mandaba, le entregó el documento, y ambos comenzaron a hablar en voz baja, lanzándome miradas de vez en cuando. Yo, mientras tanto, mantenía la compostura, pero la situación comenzaba a ponerse más seria.
Finalmente, el jefe de los Mossos dio media vuelta y caminó hacia mí con paso firme, extendiéndome el papel con cierta teatralidad.
—Aquí tienes la estúpida orden. Ahora abre la puerta.
Lo miré a los ojos, tratando de parecer más calmado de lo que realmente estaba.
—Espera, que la leo. ¿Le parece bien? —dije, tomando el papel como si entendiera perfectamente de qué iba la cosa.
Apreté los labios y empecé a leerlo, o al menos a fingir que lo hacía. La verdad es que no entendía ni la mitad del lenguaje legal que había ahí, pero mi intención era ganar tiempo y parecer seguro. Mis amigos, que estaban detrás, cuchicheaban entre ellos, probablemente apostando sobre cuánto tardaría en ceder.
—Voy a llamar al abogado.
El jefe soltó una carcajada seca, casi burlona.
—¿Qué abogado ni qué hostias? ¡Abre la puta puerta de los cojones ya!
Le sostuve la mirada por un segundo, pero decidí no tensar más la cuerda. Me encogí de hombros y caminé hacia el coche para buscar el mando. Al apretar el botón, la puerta amarilla corredera, con sus huellas de perritos, empezó a abrirse.
El recibimiento de nuestros niños. El registro de los Mossos en MasTorrencito
La puerta se abrió lentamente, con ese sonido metálico que siempre hacía, mientras todos miraban atentos. No sé si era la tensión del momento o la sensación de que algo estaba por pasar, pero parecía que el tiempo se ralentizaba.
Y entonces… aparecieron ellos.
Primero, Mastín, con sus imponentes 80 kilos de puro músculo, salió al frente con su habitual aire de protector, pero con un ladrido grave que resonó como un trueno. Luego, Mamás, mostrando esos dientes que parecían diseñados para intimidar hasta al más valiente. Maky, como siempre, descontrolado, dando vueltas sin parar, y Masto… bueno, Masto traía su piedra favorita en la boca, como si estuviera preparado para entrar en combate.
El ladrido de los perros fue inmediato, fuerte y ensordecedor, como si quisieran dejar claro que ese territorio era suyo. Los Mossos d’Esquadra, que hasta ese momento habían mantenido su postura firme y seria, empezaron a retroceder instintivamente. Sus caras pasaron de autoridad a sorpresa, y luego a algo muy parecido al pánico.
Y por si la escena no fuera ya lo suficientemente surrealista, detrás de todos apareció Doña Manuela. Con su andar elegante, moviendo la cola con una calma que contrastaba con el caos que sus compañeros habían desatado. Parecía decir: “Tranquilos, humanos. Esto lo tengo bajo control.”
Los ladridos continuaban, y yo no podía evitar contener la risa. Si hubieran visto las caras de los Mossos… ¡Era para enmarcarlo! Algunos intentaban mantener la compostura, pero estaba claro que no estaban acostumbrados a enfrentar a semejante equipo canino.
El jefe, que había sido tan mandón hace un momento, levantó las manos como en un intento de calmar la situación.
—¡Tranquilo! ¡Tranquilo! Controle a los perros.
—¿Controlarlos? —dije con una sonrisa ladeada—. Ellos están en su casa. Es usted el que ha insistido en entrar, ¿no?
Mis amigos, que hasta entonces habían estado aguantándose, estallaron en carcajadas. Rosa Mari incluso se apoyó en Isa para no caerse, mientras Jordi murmuraba:
—Esto es mejor que Netflix.
Mamás dio un par de pasos hacia adelante, dejando al jefe petrificado, mientras Mastín soltaba un gruñido tan grave que se sentía en el pecho. Fue entonces cuando decidí intervenir, no sin antes disfrutar un poco más del espectáculo.
—Venga, chicos. Ya está bien. Dejadlos tranquilos.
Al escuchar mi voz, los perros se calmaron un poco, aunque Mastín seguía observando a los agentes como si evaluara cuál sería el primero en intentar algo.
—Bueno, ya ha visto que en mi casa lo único peligroso que hay son los perros. ¿Algo más, señor agente?
El jefe, aún tratando de recuperar la compostura, asintió lentamente, sin quitarle la vista de encima a Doña Manuela, que ahora se había sentado como toda una dama, observando el caos con aire aburrido.
—Haremos una revisión rápida… y nos iremos.
Yo sonreí, satisfecho.
—Claro, lo que usted diga. Pero cuidado con Masto. Si le intentan quitar la piedra, se pone muy territorial.
Y así, mientras los Mossos se adentraban en la propiedad con más miedo que autoridad, los perros seguían observándolos, asegurándose de que supieran quiénes eran los verdaderos dueños del lugar.
Los Mossos d’Esquadra comenzaron a rodear la masía con cautela, mientras el jefe daba órdenes rápidas a su equipo. Los agentes inspeccionaban ventanas, esquinas y rincones, mirando todo como si esperaran encontrar un tesoro oculto. Los perros seguían atentos, ladrando de vez en cuando, recordándoles que no eran bienvenidos. Mastín y Mamás caminaban a mi lado como escoltas personales, mientras Maky y Masto daban vueltas nerviosas, vigilando cada movimiento.
Cuando los agentes empezaron a inspeccionar la zona principal, un hombre salió de una de las habitaciones. Alto, con porte imponente y un rostro que parecía acostumbrado a dar órdenes, se acercó al grupo. Era Jaume, uno de los clientes que se hospedaban en Mas Torrencitto esa semana. Hasta ese momento, lo conocíamos como un huésped amable y reservado, pero cuando lo vi de pie frente al jefe de los Mossos, comprendí que había algo más en él.
—¿Qué está pasando aquí? —preguntó Jaume con un tono firme, cruzándose de brazos.
El jefe de los Mossos lo miró, claramente sorprendido.
—Señor, estamos en una operación oficial. Le pido que se mantenga al margen.
Jaume levantó una ceja, sacó una tarjeta de su bolsillo y la sostuvo frente al agente.
—¿Oficial? Soy Jaume Pons, subdirector general de los Mossos. Explíqueme exactamente qué hacen ustedes aquí, y háganlo rápido.
El silencio fue absoluto. Los agentes, que hasta ese momento parecían tan seguros de sí mismos, intercambiaron miradas nerviosas. Incluso los perros dejaron de ladrar por un segundo, como si también esperaran una respuesta.
—Señor, esto… esto es una intervención por una denuncia… —balbuceó el jefe, claramente incómodo.
—¿Denuncia de qué? —Jaume lo interrumpió, clavándole una mirada que habría hecho temblar a cualquiera.
—Hemos recibido un chivatazo indicando que en esta propiedad podrían estar alojándose personas fugadas de la justicia.
—¿Fugados de la justicia? —repitió Jaume, incrédulo—. ¿Qué clase de operación están llevando a cabo sin informarme? Porque no tengo constancia de esto, y mucho menos de que hayan solicitado una orden judicial de forma adecuada.
El jefe titubeó, claramente acorralado.
—Señor, actuamos basándonos en información…
—¿Información o rumores? —Jaume dio un paso adelante—. ¿Están diciendo que este establecimiento, que he comprobado personalmente, alberga a fugitivos? Me parece que tienen muchas explicaciones que dar.**
Los agentes comenzaron a retroceder ligeramente, sin saber cómo reaccionar. Mastín, como si percibiera la tensión, se adelantó un poco, dejando escapar un gruñido grave. El jefe levantó las manos instintivamente, en un gesto de rendición.
—Esto ha sido un error, señor. —admitió finalmente.
—Un error, sí. Y uno grave. Ahora recojan sus cosas y váyanse. Esto es una propiedad privada y no tienen derecho a continuar aquí sin más explicaciones.
Los Mossos comenzaron a retirarse con las orejas gachas, murmurando entre ellos. Los perros, como guardianes orgullosos, los escoltaron hasta la puerta, ladrando ocasionalmente como para recordarles que no eran bienvenidos.
Cuando finalmente se marcharon, Jaume volvió a la casa, donde yo lo esperaba, todavía procesando lo que acababa de pasar.
—Jaume… ¿Qué ha sido todo esto? ¿Qué querían exactamente? —le pregunté, aún con curiosidad.
Jaume suspiró y se pasó una mano por el cabello, como si estuviera decidiendo por dónde empezar.
—Es una locura. Según me han explicado, alguien denunció que aquí podrían estar alojándose algunos de los exiliados en Bruselas. Todo por un chivatazo.
—¿Exiliados? ¿En Mas Torrencitto? —pregunté, entre risas—. ¿Y quién demonios se ha inventado algo así?
Jaume me miró con una mezcla de compasión y cansancio.
—Supuestamente, un vecino. Y viendo cómo han actuado, está claro que no investigaron nada antes de venir.
De inmediato, supe quién podría estar detrás.
—Seguro que ha sido ella. —murmuré con un tono de resignación.
Jaume me miró, curioso.
—¿Quién?
—Nuestra querida vecina. Siempre está buscando problemas. Si no es porque entran y salen clientes, es porque los perros ladran, o porque le molesta el simple hecho de que existamos.
Jaume asintió, comprendiendo.
—Es posible. Gente así siempre busca formas de desquitarse. Pero no te preocupes, esto no va a quedar así.
Esa noche, mientras compartíamos unas copas de vino, la tensión finalmente se disipó. Entre risas, mis amigos no paraban de imitar las caras de los Mossos al ver a los perros, y Jaume prometió asegurarse de que este tipo de situaciones no volviera a repetirse.
Mas Torrencitto había sido testigo de muchas historias, pero esta se llevaría, sin duda, un lugar especial en su memoria.
Esa noche, después de que los Mossos se marcharon con sus coches oficiales y sus egos heridos, la calma volvió poco a poco a Mas Torrencitto. Los perros, satisfechos con su actuación heroica, se acomodaron como reyes en sus rincones favoritos, mientras los amigos y yo nos reuníamos en la terraza con una copa de vino en la mano.
Jaume, ahora mucho más relajado, comenzó a reír mientras repasábamos lo ocurrido.
—Si hubieras visto las caras del jefe… ¡parecía que Mastín se lo iba a comer entero!
Mireia, con lágrimas de risa, añadió:
—¡Y Masto con la piedra en la boca! Como si estuviera listo para lanzársela al primero que se acercara.
Jordi imitó el gesto del jefe de los Mossos levantando las manos, y Rosa Mari casi se cayó de la silla de tanto reír. Pero mi mente seguía dando vueltas al chivatazo.
—Jaume, ¿qué harás con todo esto? —le pregunté, tratando de retomar algo de seriedad.
Jaume sonrió con un aire pícaro.
—Bueno, haré un informe oficial… pero antes de que se lo pasen a alguien, lo rellenaré con las caras de susto que tenían. Eso debería bastar para que aprendan a no dejarse llevar por rumores.
Nos reímos de nuevo, pero no pude evitar mencionar a nuestra «querida» vecina.
—Seguro que ha sido ella. Esa mujer no para de buscar problemas. No sé si es porque le molesta el ruido, los clientes, los perros… o todo junto.
Mireia se inclinó hacia adelante, emocionada.
—¿Y si le mandamos un regalo? Algo que la haga reflexionar.
—¿Qué propones? —preguntó Isa, intrigada.
Jordi, con una sonrisa traviesa, intervino:
—¡Un cartel que diga: ‘Gracias por tu amable chivatazo, los Mossos se lo pasaron genial’!
La idea era demasiado buena como para ignorarla. Entre risas y brindis, decidimos que esa sería nuestra pequeña venganza: un mensaje claro pero divertido, para que entendiera que no nos iba a amargar el día.
A la mañana siguiente, Mastín, Mamás, Maky, y Masto parecían satisfechos con su actuación de la noche anterior. Doña Manuela, con su usual elegancia, caminaba por la terraza como supervisando todo. Los Mossos no habían vuelto, y la masía recuperaba su ritmo habitual: clientes felices, perros juguetones, y un ambiente donde las risas siempre ganaban.
Jaume, antes de marcharse, me estrechó la mano.
—Miguel, gracias por el vino y la hospitalidad. Y no te preocupes, la próxima vez que venga será para descansar… no para arreglar desastres.
Y con eso, volvió a ser un huésped más, dejando tras de sí una de las historias más memorables que jamás habíamos vivido en Mas Torrencitto.
¿La vecina? Bueno… nunca dejó de buscar problemas. Pero cada vez que pasábamos por su casa, nos asegurábamos de tocar el claxon… y de que Mastín ladrara con ganas.
Desde MasTorrencito os deseamos un buen día y que vuestr@s perr@ os acompañe!!!!
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No se porqué, parece que está historia es como una continuación en el mismo tiempo, aunque con meses de diferencia, ha la de la reunión secreta, quizá me equivoque, pero encaja ha la perfección…
Tuvo que ser buenísimo ese día, sobre todo ver como algunos por llevar uniforme ya sean los reyes del chulerío, como me hubiese gustado ver las caras de acojone cuando apareció la troupe peluda😂😂😂 por como lo explicas, seguro que fue épico..
Gracias por tus historias reales, me acuesto todos los días leyendolas, esperando ha mañana y de camino a casa en el tren, lo primero que hago es ver si ya la has puesto, curioso mientras yo me preparo para dormir de mi jornada laboral, tu ya empiezas la tuya, deleitandonos con tus vivencias… Tengo que ir con mi familia, incluido mi «Kahu».
En hawaiano, no te llamas a ti mismo “dueño” de tu mascota: eres su kahu. Kahu tiene muchos significados, como guardián, protector, acompañante, cuidador… básicamente, alguien a quien se confía la protección de algo precioso, algo amado. Lo que un kahu protege no es su propiedad, sino una parte de su alma.”
Tu tienes muy buenos kahus ha tu alrededor y me encantaría conocernos.
Gracias
Gracias Isabela por tu comentario……. aqui estaremos para cuando gustes…..