Era una mañana como tantas otras en Mas Torrencito, aunque para mí, Manuela, esa jornada tenía un aroma diferente, como si el viento trajera consigo una despedida silenciosa.
No sabía entonces lo que el día guardaba, pero sentía un latido especial en el aire. El último paseo en Mas Torrencito
Por la tarde llegaron ellos: unos clientes habituales que ya eran casi de la familia. Bajaron del coche y, junto a ellos, una Golden Retriever mayorcita, Cloe, que caminaba despacito, con ese paso pausado que yo también conocía tan bien. Nos saludamos con la alegría de siempre, pero algo en los ojos de su humano me hizo detenerme. Había tristeza, sí, pero también una especie de paz, como si hubiese tomado una decisión difícil pero necesaria.
Cloe y yo nos entendimos sin palabras, como hacen los perros. Nos miramos y en ese instante supe lo que estaba ocurriendo. Ella había venido a despedirse. Su humano, con la voz algo quebrada, le explicó a Miguel lo que pasaba:
—Cloe no está bien… El veterinario nos dijo que solo es cuestión de días. No podía dejar que su último paseo fuese en otro lugar. Este es su sitio, donde ha sido más feliz.
Miguel asintió en silencio, con un nudo en la garganta. No se dijeron más palabras, porque no hacían falta.
El día perfecto. El último paseo en Mas Torrencito
A pesar de su cansancio, Cloe parecía tener energías renovadas. Se tumbó en la terraza bajo el sol, disfrutando del calorcito mientras los demás perros se acercaban a saludarla con respeto. Había algo en ella, una dignidad serena, que imponía incluso a los cachorros más traviesos.
Por la tarde, dimos un paseo juntas. Cloe y yo caminamos por los senderos que tanto conocíamos, entre los árboles y los campos que olían a vida. Aunque yo soy ya una abuela, ese día me sentí como una cachorra otra vez, con ganas de hacerle compañía y de que supiera que no estaba sola.
Cloe avanzaba despacio, olisqueando cada hoja y cada flor como si quisiera llevárselas en la memoria. Su humano caminaba detrás, sin apurarla, dejándola disfrutar de cada paso. De vez en cuando, se agachaba para acariciarla y susurrarle algo que sólo ella entendía.
Al volver al Mas, Cloe se tumbó en su rincón favorito junto a la chimenea, mientras nosotros disfrutábamos de una cena deliciosa. Su humano la arropó con una manta suave y, aunque su respiración era pausada, seguía observándonos con esos ojos llenos de amor y gratitud.
La noche tranquila
Cuando llegó la noche, Cloe se acomodó junto a su humano, mientras el resto de los perros nos quedábamos cerca, como si formáramos un círculo protector. No había llantos ni lamentos, solo una calma que parecía envolverlo todo.
Ya tarde, cuando la casa estaba en silencio, sentí que algo había cambiado. Me acerqué a Cloe, le di un pequeño empujón con mi hocico y entendí que se había marchado, tranquila, en paz y rodeada de su mundo.
Su humano despertó poco después y, al darse cuenta, la abrazó con lágrimas en los ojos, pero también con una sonrisa triste. Miguel y yo estábamos allí, acompañándolo en ese momento tan íntimo. Nadie dijo nada; no hacía falta.
La despedida. El último paseo en Mas Torrencito
Al día siguiente, enterramos a Cloe en un rincón especial del Mas, bajo un árbol que daba la sombra más fresca en verano. Su humano quiso dejarle una flor amarilla, igual que las que siempre llevo en mi oreja. Antes de irse, me miró y dijo:
—Gracias, Manuela. Gracias por acompañarla.
Y yo, a mi manera, le respondí con un ladrido suave y una mirada que decía: Aquí siempre será su hogar.
A veces pienso que Cloe tuvo la suerte que todos deseamos: despedirse en el lugar que más amamos, rodeada de quienes nos entienden y nos quieren. Esa noche, mientras yo descansaba, sentí algo extraño, como si un susurro me llamara desde lejos. Y, aunque todavía estoy aquí, sé que cuando llegue mi momento, también querré que sea en Mas Torrencito, junto a Miguel, los perros y este paraíso que siempre será mi casa.
El último adiós.
Cloe ya no está físicamente, pero creo que parte de ella sigue en cada rincón del Mas. Cada vez que el viento mueve las hojas o un rayo de sol ilumina el sendero, siento su presencia, tranquila y feliz. Porque aquí, entre ladridos, risas y amor, las despedidas nunca son realmente un adiós.
Desde Mas Torrencito os deseamos un buen día y que vuestr@s perr@ os acompañe!!!!
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