MANUELA (mestiza de mirada sabia, panza caída y orejas suaves) se sienta en su rincón favorito del porche, donde el sol le calienta justo la cadera vieja sin abrasarla. A su lado, se tumban Coco, un chihuahua nervioso, y Tana, una galga jubilada de carreras. El día cae lento. El viento huele a campo, a pienso húmedo, a cosas tranquilas.

—Os voy a hacer una pregunta —dice Manuela, sin mirarlos—. Y no es una de esas de si preferís salchicha o pollo. Es seria.

Coco levanta la cabeza, alerta, como si hubiera escuchado la palabra «veterinario».

—¿Seria tipo qué?

—Tipo… ¿vosotros dejaríais todo atrás para empezar de cero? —pregunta Manuela, rascándose una oreja con parsimonia—. Me refiero a dejar Mastorrencito, a dejar todo esto… las mantas, los olores, los humanos que ya nos conocen, los paseos que ya tenemos memorizados… e irnos lejos. A otro sitio. Donde nadie nos conozca. Donde no esté nadie de los nuestros.

Tana frunce el hocico.

—¿Y para qué? ¿Quién quiere irse de aquí?

—No sé —dice Manuela—. Vi una peli con MIguel. De esas de humanos que se meten en una cápsula y duermen cien años. Cuando despiertan, están solos, en otro planeta. Todo lo que conocían, ya no existe.

Silencio. Solo se oye a lo lejos a los cachorros ladrando como si el mundo fuera nuevo y estúpido cada cinco minutos.

—Yo no me iría —responde Coco, serio por primera vez—. Aquí tengo mi camita, mis horarios, mis esquinas. ¿Allí qué habría? ¿Alfombras que no huelen a mí?

Tana asiente.

—Nosotras, las galgas, ya empezamos de cero una vez. Nos sacaron del infierno y vinimos aquí. Y sí, al principio fue raro. No olía a hogar. Pero poco a poco lo hicimos nuestro. No sé si tendría fuerzas para otro «cero».

Manuela los escucha, tranquila.

—Yo tampoco creo que me iría. Pero a veces lo pienso. Porque si lo que tenemos nos duele… ¿no sería mejor borrarlo todo? Irse, dormir cien años, y despertar sin recuerdos.

—Pero, Manu —dice Tana, con ternura—, los recuerdos no se borran así. Ni dormida. Se quedan pegados al pelo. Al alma. Vayas donde vayas, ladran contigo.

Manuela suspira. Apoya el hocico sobre sus patas delanteras. Cierra los ojos, pero no duerme. El viento le trae el olor de Miguel, de Mireia, de la cena que ya casi está lista.

—Aunque también os digo una cosa… —dice de repente, abriendo un ojo— si en cien años hay otro Mastorrencito… otro campo abierto, otro porche donde echarse, y están Miguel y Mireia esperándome con la misma sonrisa y el mismo saco de pienso… entonces sí. Me montaría en esa nave. Me dormiría tranquila. Porque Mastorrencito no es solo este lugar. Es donde estén ellos. Es libertad. Es la alegría de existir sin pedir permiso. Es amor sin condiciones.

Coco la mira, algo emocionado. Tana mueve la cola, lenta, como entendiendo de verdad.

—Así que si hay que dormir cien años y despertar en otro Mastorrencito… que venga la nave. Me da igual el planeta. Mientras esté con la gente que quiero y me quiere… todo lo demás me sobra.

Y así, con el sol bajando y el mundo oliendo a calma, los tres siguen allí. Sin naves. Sin prisas. Solo sabiendo que el hogar no es un sitio. Es un sentimiento que te sigue, aunque pasen cien años.


Reflexión

A veces creemos que empezar de cero es dejarlo todo: las personas, los lugares, los recuerdos. Pero los perros nos enseñan otra cosa. Ellos no cargan con el pasado como una maleta, sino como un olor suave que les acompaña sin pesar. No necesitan entender el mundo para saber si son amados. Lo sienten. Lo huelen. Lo viven.

Manuela, Coco y Tana no sueñan con planetas lejanos. Su universo cabe en una manta, un rayo de sol y una mirada conocida. Pero si la vida les llevara lejos, si un día despertaran en otro tiempo, en otro lugar… no tendrían miedo, siempre que allí estuviera el amor. Porque hogar no es un sitio. Es quien te espera. Quien te cuida sin pedir nada. Quien conoce tus manías y te quiere más por ellas.

Mastorrencito no es solo un refugio. Es un pedazo de libertad envuelto en cariño. Es lo más parecido que hay a un paraíso para quienes ya han sufrido bastante. Y si el futuro lo reconstruyera en otro rincón del universo… no importaría cuándo ni dónde. Mientras estén los que aman como Miguel y Mireia, mientras haya panza llena, mimos sinceros y campo donde correr… será hogar.

Y eso —eso de verdad— nunca se pierde, ni aunque pasen cien años.

Desde MasTorrencito te deseamos un buen día y que tus perros te acompañen!!!!

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