Crónica de una Reserva Fallida (o de cómo los perros tienen más sentido común que algunos humanos) 🐕🤷♂️
A veces me pregunto seriamente si el ser humano ha perdido la capacidad básica de leer… o simplemente le da pereza entender el mundo que lo rodea. Porque si no, no me explico lo que viví ayer. Y lo cuento porque, si no lo suelto, reviento.
Todo empieza bien. Una reserva directa desde nuestra web. Perfecto. Les envío su confirmación de reserva por correo, les llega la petición de check-in online, el WhatsApp con los códigos de entrada, y además las normas bien claritas, tanto para clientes como para perros. Todo como siempre. Todo mascadito. Todo facilito. 📩📱🐶
Las 4 de la tarde. El momento sagrado de cada día: la plancha. Sí, ese instante glorioso donde el calor del vapor y las camisas se convierten en mi terapia zen. Y justo ahí… suena el teléfono. 📞
—Sí, buenas tardes, Mastorrencito, ¿dígame?
—Hola… tenemos una reserva y estamos en la puerta.
—Perfecto. Os he enviado un WhatsApp con los códigos de entrada.
—¡Ufff! Ni los he visto.
(¿Cómo que no los has visto? ¡Si te lo envié hace tres horas!)
—Ok, no pasa nada. El código es XXYY.
—¿¿¿COOOOOMOOOO??? 😱
(Mira, ese grito lo escuchó hasta el gato del vecino. Yo desde la cocina di un respingo.)
—Te repito: XXYY, letra A de Antonio.
—Ahhh vale… ahora nos vemos.
Respiro hondo. Vuelvo a mi montaña de ropa para planchar. Pero no pasan ni cinco minutos y escucho gritos fuera. Gritos en mayúsculas. Alarmas humanas.
—¡¡EEEEEAAAAAA… QUÍTAAAAAAA!! 😱
Bajo en seco, casi a cámara lenta como en las pelis. ¿Qué ha pasado? ¿Un incendio? ¿Un oso salvaje? ¿Una invasión zombie? No… peor: ¡dos humanos asustados por tres perros curiosos! 🐕🐕🐕
Ahí están. Él y ella, moviendo los brazos como si espantaran avispas. Y mis perros, tan felices, solo se habían acercado a oler, a saludar… ¡a recibir a los nuevos! Pero claro, los señores estaban en modo drama total.
—¡Quita chucho! ¡¡Fueraaaaa!!
(Pegó un silbido. Los perros vinieron tranquilos, cada uno con su paso, uno se sentó, otro olisqueaba una flor… y el tercero ni se había enterado del show.)
—Buenas tardes, ¿todo bien?
—Bueno… ya ves… aquí siendo atacados por tus perros.
(¿ATACADOS? ¿En serio?)
—¿Perdona? ¿Atacados…?
—Bueno… que se nos han venido encima.
—¿Qué pasa, que no os gustan los perros?
—Sí, pero no que nos huelan…
(¿Perdón? ¿Qué queréis entonces, perros telepáticos?)
—Ahhh vale, o sea… los perros sí, pero a distancia emocional. Muy bien.

Les miro. Estoy entre la risa y el sarcasmo.
—Mira… con todos los hoteles que hay por aquí que NO aceptan mascotas… vais y reserváis el único donde los perros están sueltos, libres y felices por el jardín.
—Pero es que no sabíamos que estaban sueltos…
—¿Cómo que no? Si os envié un email, un mensaje, un WhatsApp…
—Es que la reserva la hizo nuestro hijo.
—Ahhhh… claro. Pues hablad con él.
—Es que este hijo nuestro… no sé en qué piensa…
(Ah, sí. Culpa del hijo. La excusa estrella.)
—Bueno, ¿qué queréis hacer? Porque sinceramente… si esto ya os parece un ataque canino, aquí no vais a estar a gusto. Tenemos más clientes con perros, y todos andan por el jardín sin problema.
(Él mira a ella. Ella pone cara de novela turca.)
—Yo aquí no me quedo.
—Perfecto. Sin problema. Pero comentadle a vuestro hijo, ¿vale?
—Sí, ahora mismo lo llamo… disculpa las molestias.
—Nada, buen día.
Voy de camino a recepción pensando: «Venga, fuera el mal rollo. Otro día más». Pero ¡de repente me silban! ¿¿ME SILBAN?? 😤
Yo no soy un perro, ni camarero de chiringuito. Que me silben o me chasqueen los dedos me revienta el alma. ¡SHIIIISSSSSS!
Me giro. El señor se acerca con cara de “ahora te voy a soltar otra”.
—Dime.
—Mi hijo dice que ya ha pagado…
—Sí, pagó una noche con desayuno en habitación doble, segunda planta, 69 euros. ¿Y?
—Pues… que nos devuelvas el dinero.
—¿Perdón? La habitación está lista. El servicio preparado. Si decidís no quedaros, es decisión vuestra, no mía.
(Se queda con cara de niño regañado.)
—Mira, hagamos esto: id al hotel Ana María, que está aquí al lado. Son colegas míos. Dile al recepcionista que vais de mi parte y que me llame. Os descuentan lo que habéis pagado y yo me apaño con ellos.
—Ahh… qué amable…
(En mi cabeza ya me veía ganando la partida: cuando vean el precio de Ana María, darán media vuelta. Jaque mate, pensaba yo…)
Pero ¡me equivoqué! 😱 No solo fueron… ¡se quedaron dos noches! Y yo, que ya me había comprometido con el recepcionista… tuve que tragarme el trato y cumplir.
Al final, me quedé tranquilo. Sin drama. Pero con una reflexión clara:
👉 ¿Tan difícil es LEER? ¿Tan complicado es entender lo que uno reserva antes de hacer click? ¿Dónde quedó el sentido común?
En fin… otro día más en la aventura rural. Los perros, mientras tanto, siguen saludando a los nuevos huéspedes con el mismo entusiasmo. Y yo… con el WhatsApp en modo copia-pega permanente. 📲🙃
Reflexión: No es falta de información, es falta de atención
Lo ocurrido no es un simple malentendido con un cliente. Es un síntoma de algo más profundo y cotidiano: la desconexión entre lo que las personas hacen y lo que realmente entienden. No es que no se les informe. Es que no prestan atención. Todo está escrito, explicado, enviado por correo, por WhatsApp, incluso simplificado al máximo… y aún así, muchos llegan sin saber lo más básico.
El problema no es la tecnología, ni la comunicación. El problema es la falta de responsabilidad al actuar. Reservar un alojamiento sin leer las condiciones, sin revisar los mensajes, sin preguntar a quien hizo la reserva… y luego exigir cambios, devoluciones o trato especial como si el fallo fuera externo, no tiene lógica.
Y cuando eso ocurre, lo peor no es la incomodidad del momento, sino la sensación de que el sentido común va en retroceso. Que cada vez más gente se mueve por impulso y luego culpa a los demás de sus propias omisiones.
Además, hay una contradicción muy clara: quieren entornos rurales, naturales, auténticos… pero sin el componente natural. Quieren casas rurales sin animales, campos sin insectos, montaña sin barro, naturaleza sin ruido. Todo filtrado, controlado y cómodo, como una postal sin realidad.
Y cuando algo rompe esa imagen idealizada, en vez de adaptarse o reconocer su parte de responsabilidad, se victimizan.
Por eso, lo que pasó no es anecdótico. Es una muestra de lo que pasa cuando se pierde la capacidad de leer, de escuchar, de razonar. Y no hablo de comprensión lectora. Hablo de conciencia y coherencia. Porque no es tan difícil leer un mensaje. Lo difícil, al parecer, es hacerse cargo de las propias decisiones.
Desde MasTorrencito te deseamos un buen día y que tus perros te acompañen!!!!
—–
Si quieres, puede ver nuestros bonos para fines de semana, bonos jubilados , a un precio increíble.. entra en www.mastorrencito.com o si quieres podéis leer más historia y anécdotas que nos han pasado en MasTorrencito…