El presagio del caos
Todo empezó como empiezan las peores tragedias: con un sexto sentido que me advertía que algo no iba a salir bien. “La clienta negativa”, la llamé mentalmente desde el primer momento. ¿Cómo lo sabía? Ah, esas cosas no se explican. Es como cuando hueles la tormenta antes de que caiga el primer trueno.
Me giré hacia Mire, que estaba organizando unas toallas en recepción, y solté:
—Esta nos va a dar problemas.
Ella, con ese optimismo casi insultante, levantó una ceja.
—¿Por qué dices eso? Ni siquiera ha llegado.
—Al tiempo. Ya lo verás. Y cuando lo veas, acuérdate de mí.
Apenas unas horas después, llegó ella, acompañada de su séquito. El marido, dos niños gritones, y dos perros que parecían haber desayunado café con Red Bull. Podría haberles puesto un cartel luminoso encima que dijera: «¡Cuidado! Alto riesgo de catástrofe». Pero decidí mantener la compostura. Por ahora.
El WhatsApp que no existió (o sí, pero no lo leyeron)
Seis de la mañana. ¿Qué hacía yo a esa hora? Mandarles un mensaje con todos los detalles de la llegada, por supuesto. Indicaciones claras, precisas, detalladas. Códigos, claves del wifi, la ruta más sencilla, las normas del alojamiento… Vamos, que sólo faltaba mandarles un PowerPoint con diapositivas animadas.
Fast forward a las 3 de la tarde. Mi móvil suena justo cuando estoy dando el primer mordisco a un bocadillo.
—MásTorrencito, dígame.
—Hola, soy María. Llevo dando vueltas como una loca, esto no lo encuentra ni el GPS.
Resoplé en silencio, mientras miraba de reojo a Mire, que ya estaba levantando una ceja en plan “te lo dije”.
—¿Seguiste las indicaciones que te mandé por WhatsApp?
—Es que… no las he leído.
Ahí estaba. Primer punto para la clienta negativa. ¡Claro que no las había leído! ¿Por qué molestarse en leer instrucciones cuando puedes llamar y echarle la culpa al GPS?
Finalmente, consiguieron llegar. Pero, claro, la odisea no había terminado.
—Estoy frente a la puerta, pero no se abre —dijo, con tono de indignación.
—¿Le pusiste el código que te mandé?
—No sé cuál es el código.
Por supuesto que no. Tras un suspiro profundo (y otro bocadillo abandonado), se lo repetí.
—Es 2580B. Entra y nos vemos en recepción.
—¿Y dónde está recepción?
¿En serio?
—Bajas el caminito y sigues la señal que pone «Recepción».
Colgué y me preparé mentalmente. Esto no ha hecho más que empezar, pensé.
Piscina, perros y el espectáculo matutino
Decidí darles cinco minutos para llegar a recepción. Pasaron diez. Quince. Nada. Salí fuera a buscarlos. No estaban ni en la puerta ni en el camino. Finalmente, los encontré… ¿dónde? Pues claro, en la piscina. Los niños corriendo y gritando, los perros nadando como si fueran delfines entrenados. Y María, tumbada en una hamaca con la tranquilidad de quien cree que el mundo gira a su alrededor.
—Hola, soy Miguel —me presenté con la mejor sonrisa que pude fingir.
—Hola, María. Es que hemos visto la piscina y nos hemos quedado.
Claro que sí. ¿Para qué molestarse en registrarse primero?
—Ah, muy bien. Bueno, yo os esperaba en recepción…
—Sí, luego vamos.
Decidí no insistir. Volví a recepción, me aseguré de que no se me notaba el tic nervioso en el ojo izquierdo, y seguí con mis tareas. Pero no pasó mucho tiempo antes de que sonara el teléfono de nuevo.
—Hola, ya estamos en recepción.
Suspiré. Bajé de nuevo. Cuando entré, allí estaban: los niños berreando, los perros empapados dejando charcos por todos lados, y María, como si nada.
—Bueno, os enseño todo. Si queréis, podéis dejar las maletas aquí.
Los perros, mientras tanto, decidieron que era el momento perfecto para inspeccionar cada rincón del edificio, dejando un rastro de agua y pelo a su paso. PACIENCIA, me repetí mentalmente como un mantra.
La habitación y las sábanas de la discordia
Finalmente, llegamos a la habitación. Les pedí amablemente que agarraran a los perros antes de entrar, porque las escaleras estaban recién fregadas.
—Bueno, que luego lo limpie alguien —respondió María, con una despreocupación que podría haber sido envidiable si no fuera tan irritante.
En cuanto abrí la puerta, los perros saltaron directamente a las camas. Mojaron las colchas, las sábanas y probablemente también el colchón.
—¿Todo bien? —pregunté, intentando mantener un tono neutral.
—Sí, todo perfecto —respondió María, como si no hubiera visto el desastre.
Volví a la cocina, dispuesto a desconectar, cuando sonó la puerta. Y ahí estaba otra vez.
—¿Puedes cambiar las sábanas? Es que los perros las han ensuciado.
Respiré hondo.
—Señora, acabo de entregaros la habitación. Les pedí que no subieran a los perros, y no han hecho nada para evitarlo.
—Bueno, pero no pensarás que durmamos en esas sábanas sucias, ¿no?
—No es mi responsabilidad, pero… cuando salgáis, las cambiaré.
Creía que con eso había acabado el tema. Pero, por supuesto, estaba equivocado….
La pelea de los perros y la batalla de excusas
Todo estaba tranquilo, o al menos tan tranquilo como podía estar después de un día lidiando con «la clienta negativa». El patio era un oasis de serenidad: algunos clientes charlaban animadamente, otros disfrutaban de sus cervezas mientras el sol comenzaba a esconderse. Pero claro, la paz es algo que dura poco cuando tienes a dos perros hiperactivos, dos niños incansables y una mujer que parecía pensar que las normas eran para los demás, no para ella.
Todo empezó con la pelota. Esa maldita pelota. María, en su infinita sabiduría, decidió que sería divertido lanzarles una pelota a sus perros justo en el patio común. Una, dos, tres veces. Al principio, sus perros corrían felices. Pero luego, otros perros de otros clientes se interesaron en el juego. Un pequeño perrito de una pareja alemana, que estaba tranquilamente tumbado bajo la mesa, se animó. Después, otro perro más grande se acercó. Y entonces, lo inevitable ocurrió.
Primero, un gruñido. Luego, un ladrido más fuerte. En un abrir y cerrar de ojos, la pelota pasó de ser un juguete inocente a convertirse en el detonante de una pelea perruna que parecía salida de una película de acción. Todos los perros estaban metidos en el caos: ladridos, gruñidos, y patas por todas partes. Los dueños intentaban separarlos mientras María, ¡atención!, seguía lanzando la pelota como si no estuviera ocurriendo absolutamente nada.
Me acerqué corriendo, casi resbalándome en una maceta que uno de los perros había tirado previamente, y grité:
—¡PARAD! ¡Basta ya!
Cogí la pelota y la escondí detrás de la espalda. Al instante, los perros se calmaron. Los clientes se relajaron, y pensé: Vale, se acabó. Crisis resuelta. Pero claro, eso era subestimar a María.
Apenas un minuto después, el marido de María, con una cara de circunstancias, se me acercó.
—Perdona, no queríamos que se liara todo esto.
—No pasa nada, pero por favor, no juguéis con pelotas aquí. Esto es un espacio común, hay más perros y estas cosas pasan. Id a la piscina o a la playa.
Él asintió y me dio la razón. Pero, ¿qué hizo a continuación? Nada. Absolutamente nada. Porque en ese momento, María hizo su gran entrada.
Llegó como un huracán, con el ceño fruncido y una actitud que podría haber encogido de miedo a cualquier otro. A mí, en cambio, me dio risa.
—¡Tus perros han atacado a los míos! —soltó, señalándome con el dedo como si yo fuera el cabecilla de una mafia perruna.
—Señora, no es así. Aquí hay varias personas que han visto lo que ocurrió. Su perro empezó a jugar con la pelota, otros se sumaron, y ya sabemos cómo son los perros cuando hay juguetes de por medio.
—¡Eso no es cierto! ¡Tus perros atacaron primero!
—Señora, yo estaba aquí. Y, además, tenemos cámaras de seguridad. Si quiere, podemos revisarlas juntos.
María parpadeó. Esa no se la esperaba. Por un momento, pensé que el tema terminaría ahí, pero no. Nunca subestimes el poder de la negación.
—¡Eso es mentira! Me lo dijeron mis niños.
—¿Sus niños? —pregunté, con una ceja levantada.
—Sí, mis niños vieron todo desde el saltimbanqui.
Ahora, pausa para aclarar algo: el saltimbanqui (también conocido como columpios) estaba a unos 50 metros del patio, separado por un seto. Desde ahí, era literalmente imposible que los niños vieran algo. Pero María no estaba dispuesta a ceder.
—Señora, con todo el respeto, sus niños estaban jugando en los columpios y no podían ver lo que pasó aquí. Pero, si quiere, podemos revisar las cámaras.
—¡Mis niños no mienten! —gritó, como si eso zanjara la discusión.
Mientras tanto, otros clientes, que habían sido testigos de todo, comenzaban a murmurar. Una señora mayor, que estaba sentada con su esposo, decidió intervenir:
—Disculpe, señora, pero yo vi lo que ocurrió. Su perro fue el que empezó. No pasó nada grave, pero no puede culpar a los demás.
María la miró como si acabara de insultar a toda su familia.
—¡Ah, claro, ahora todos contra mí! ¡Esto es una vergüenza! ¡Esto no es normal!
Ahí fue cuando ya no pude contenerme. Me crucé de brazos, la miré a los ojos y, con una sonrisa irónica, respondí:
—Tiene razón, señora. Esto no es normal. Nada de lo que ha pasado desde que ustedes llegaron es normal.
Esa frase pareció desconcertarla. Por un segundo, se quedó callada, procesando lo que acababa de decir. Pero, como siempre, decidió redoblar la apuesta.
—¡Exijo que se haga algo!
—Claro, señora. Ahora mismo voy a esconder la pelota y asegurarme de que esto no vuelva a ocurrir. Pero, por favor, colabore. Esto es un espacio compartido. No todo gira alrededor de usted.
Me giré y me alejé antes de que pudiera responder. Sabía que la conversación no iba a ninguna parte, y no pensaba perder más tiempo. Me dirigí a la barra, me serví una cerveza y me senté con otros clientes que estaban claramente disfrutando del espectáculo.
—¿Siempre es así? —preguntó uno de ellos, riéndose.
—No. Esto es un caso especial. Un «huracán María».
Los clientes se rieron, y por un momento, la tensión desapareció. Pero claro, con María nada desaparece del todo.
Cliffhanger: El teléfono inoportuno
A las 22:00, cuando ya estaba subiendo a mi cocina para cenar algo y dar por finalizado el día, sonó el teléfono. Miré el aparato como si fuera un enemigo jurado. Lo cogí, con una mezcla de resignación y curiosidad. ¿Qué será esta vez? Pero eso, amigos, lo dejamos para otro capítulo…
CONTINUARÁ…..
Desde MasTorrencito te deseamos un buen día y que tus perr@s te acompañen!!!!
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