Duermen en paz, sueñan con nada,
una caricia es su jornada.
Sin preocupaciones, solo el momento,
su lealtad, un puro sentimiento.
Nos siguen al baño, vigilan despacio,
en su mundo simple, todo es un abrazo.
Nos enseñan la vida, sin más ambición:
amor, compañía y un corazón.
Esa es la que llevan mis queridos perros… ¡Ay, qué envidia! Y no precisamente una envidia sana. Ellos viven una vida que muchos quisiéramos para nosotros mismos: llena de tranquilidad, amor y simple felicidad. La mala vida… ¡Qué envidia! by MasTorrencito
Una existencia libre de preocupaciones, de estrés, de alarmas al amanecer. Viven en su mundo perfecto, donde lo más importante es disfrutar cada momento, como si cada día fuera una fiesta.
Pasan el día… bueno, ya sabes, durmiendo plácidamente sobre el sofá, con esas posturas imposibles que solo ellos logran y que parecen sacadas de una comedia. Y si no están durmiendo, están comiendo, siempre con ese entusiasmo que parece decir: “¡Este es el mejor plato del mundo!” (aunque sea la misma croqueta que les das a diario). Y si no están comiendo, están jugando. Corriendo como locos por el jardín, persiguiendo pelotas, mordiendo sus juguetes favoritos o retándote con la mirada para que les persigas.
Y cuando no hacen nada de eso, buscan caricias.
Con esas miradas que te atraviesan el alma, esas patas que te tocan suavemente para pedir atención. Es como si te recordaran: “Oye, aquí estoy. No te olvides de mí.” Ponen su cabeza en tu pierna, te lamen la mano o se tumban panza arriba, con la esperanza de que no resistas la tentación de rascarles la barriga. ¿Cómo podría alguien resistirse? No hay nada como sentir la conexión pura y desinteresada que tienen contigo.
Por supuesto, hay momentos en los que parecen estar simplemente disfrutando de su propia existencia. Les ves rascándose una oreja con total concentración o mirando por la ventana, fascinados con algo que tú nunca lograrías notar: una hoja que cae, un pájaro que vuela, o incluso la nada. Y mientras tú corres de un lado a otro, con mil cosas en la cabeza, ellos están ahí, en su burbuja de calma, disfrutando de lo que para nosotros pasa desapercibido.
La vida de perros… ¿quién pudiera tenerla?
Porque estos perros, al menos los nuestros y los de nuestros clientes, viven como auténticos dioses. Queridos, mimados, rodeados de amor y cuidados. No conocen el estrés de pagar facturas, las preocupaciones laborales o los dramas emocionales. Pero, a pesar de eso, siempre están a tu lado. Incluso cuando no entienden tus problemas, los sienten. Ellos no necesitan comprender lo que estás pasando; les basta con saber que necesitas compañía, y ahí estarán. Siempre.
Siempre son felices.
Esa es su magia. No importa lo que pase a su alrededor, siempre encuentran la manera de sonreírte (sí, los perros sonríen). Sus colas se mueven como si fueran banderas ondeando al viento, demostrando que no necesitan grandes cosas para ser felices. Porque su felicidad eres tú. Eres su mundo entero.
Si te levantas por la noche a beber agua, ellos lo notan. Quizá te sigan al baño, como si estuvieras haciendo algo de vital importancia que no se quieren perder. O quizá se queden donde están, pero con un ojo entreabierto, atentos a que todo esté en orden. Son tus guardianes silenciosos, siempre presentes, siempre alertas, pero sin hacer ruido. No importa si estás ocupado, si tienes un mal día o si apenas les prestas atención. Para ellos, lo más importante es que estés cerca.
Esa lealtad es algo que no se puede explicar con palabras.
Es un agradecimiento profundo hacia nosotros, sus dueños, por el simple hecho de estar. Ellos no piden más que eso: tu presencia. No necesitan regalos caros, ni grandes aventuras. Les basta con una tarde en el sofá, sintiendo tu calor, mientras el mundo sigue girando afuera. Su vida es sencilla, sí, pero llena de sentido.
Ellos no juzgan tus errores. No critican tus decisiones. No se molestan por tonterías. Solo están ahí, contigo, pase lo que pase. Y eso nos da una lección de vida que muchos deberíamos aprender.
Tal vez la vida de perros no sea tan «mala» después de todo. Tal vez, son ellos los que tienen todo lo que realmente importa: amor, tranquilidad, y alguien a quien amar incondicionalmente. Y tal vez, la próxima vez que les veas dormidos en ese sofá, con la barriga al aire y las patas torcidas, deberías pensar: “Ojalá algún día yo pueda vivir con esa paz.”
Porque, al final del día, ellos nos enseñan que la felicidad está en las cosas más simples. Y eso, querido amigo, es algo que todos deberíamos envidiar.
¿Qué opinas? ¿Crees que es verdad? Por tu comentario… 😊
Desde MasTorrencito te deseamos un buen día y que tus perros te acompañen!!!!
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De alguna manera,ellos nos contagian su paz,siento una inmensa tranquilidad,cuando estoy en el sofá abrazada a mis tres perros.Que tengais un buen día