Manuela llegó a Mas Torrencito en un momento cualquiera, pero desde ese instante cambió para siempre la esencia de este lugar. Manuela omnipresente en Mas Torrencito
Ella no era una perra común; tenía una inteligencia en sus ojos que pocos humanos llegaban a comprender del todo. Desde el primer día, supo ganarse su sitio, y no solo como un animal más, sino como el alma misma de la casa, como el latido que unía a todos los que pasaban por allí.
Siempre en la llegada de los clientes… Manuela omnipresente en Mas Torrencito
A los ojos de cualquiera, Manuela era la primera en notarse, y no solo porque fuera visible, sino porque siempre sabía cómo llenar un espacio, cómo estar. Si alguien llegaba con el ánimo bajo, con la tristeza arrastrando los pies, Manuela lo sabía antes de que esa persona lo notara.
Con una ternura que solo ella poseía, se acercaba lentamente, casi como si le pidiera permiso. Y una vez junto a ellos, posaba su cabeza sobre sus rodillas, o simplemente se sentaba al lado, en un gesto de compañía absoluta.
Era como si dijera: “No estás solo, yo estoy aquí.” Y en esa cercanía callada, lograba algo que ningún humano podría: hacía sentir menos el peso de las penas y más la calidez de ser comprendido.
La vida de Manuela en Mas Torrencito no se medía en años, sino en momentos. Era esa amiga silenciosa que siempre estaba cuando la necesitabas, sin pedir nada a cambio. Ella conocía a cada uno de los miembros de la casa como nadie más.
Sabía con quién podía jugar libremente y a quién debía acercarse con suavidad. Reconocía las noches de lágrimas, los días de alegría, y siempre tenía una forma de adaptarse, de ser la perrita perfecta para cada ocasión. Manuela era sabia. Su presencia era un refugio, su mirada un consuelo y su compañía una paz.
En los paseos al río, Manuela se transformaba. Allí, en medio de la naturaleza, parecía que la tierra misma la reconocía como suya. Ella guiaba, y cualquiera que estuviera con ella se dejaba llevar, confiaba. Con un paso seguro y alegre, se adelantaba por los senderos, tomando las curvas y los recovecos como si los conociera desde siempre, como si en otra vida hubiera sido un espíritu del bosque. Y en esos paseos, cuando el viento soplaba y las hojas caían alrededor, Manuela giraba la cabeza y miraba a quienes la seguían, con esos ojos que parecían querer decir algo profundo, algo que no cabía en palabras humanas.
Siempre alegre… Manuela omnipresente en Mas Torrencito
Quienes paseaban con ella sentían que era una guía, alguien que los llevaba a descubrir algo más allá de los paisajes, algo dentro de sí mismos. Manuela tenía el poder de hacer que cualquiera se sintiera en casa en medio de la naturaleza, como si fueran parte de ella, como si el río, las piedras y los árboles los abrazaran. Era imposible no notar su entusiasmo al saltar al agua, al mojarse el pelaje y luego sacudirse, salpicando a todos alrededor. Era su forma de reír, de decir: “Vamos, vivamos este momento, juntos.” Con ella, cada paseo era una pequeña aventura, una ocasión de felicidad simple y pura, de esas que se atesoran en la memoria sin darnos cuenta.
Pero si había algo que definía a Manuela, era su capacidad para hacerse amar. En Mas Torrencito, por muchos otros perros que hubiera, por más simpáticos, graciosos o encantadores que fueran, ella siempre lograba ser la que dejaba una huella única. Había algo en su carácter, en su forma de mirar y de acercarse que la hacía inolvidable. Podían pasar días, meses, incluso años, y quienes la conocían no lograban olvidarla. Sus gestos, su manera de colocarse en el lugar que quisiera, su delicadeza para ganarse un rincón en el sofá o un bocado de la mesa, eran tan naturales en ella que nadie podía resistirse. Su presencia era inevitable, y su ausencia, ahora, insustituible.
La compañera ideal. Manuela omnipresente en Mas Torrencito
Manuela era más que una perra. Era una compañera fiel, una amiga silenciosa, una hija para aquellos que la amaban. Era, en cada sentido de la palabra, parte de la familia. Con su partida, Mas Torrencito se siente incompleto.
Se siente ese vacío, ese hueco que no puede llenarse, aunque ahora jueguen otros perros en el jardín, aunque corran y ladren y traigan alegría. Porque en la presencia de Manuela había algo que no se puede reemplazar.
Mastitwo, Maky, Masto y Mamas, así como los perros de los amigos, son maravillosos. Cada uno trae algo especial, un toque de vida, un soplo de alegría. Pero la ausencia de Manuela sigue ahí, flotando en cada rincón, recordándonos que, aunque haya otros perros, ninguno es ella. Ninguno tiene esa mirada que parecía entenderlo todo, ese instinto que sabía cuándo estar y cuándo marcharse, esa manera de llenar los silencios con su sola presencia.
Manuela omnipresente en Mas Torrencito
Manuela dejó una huella en el corazón de todos los que cruzaron su camino. Porque su esencia vive en cada árbol de Mas Torrencito, en cada piedra del río, en cada sendero que recorrió con quienes la amaban. No, Manuela no se ha ido del todo. Ella sigue allí, en el murmullo del río, en el eco de los pasos que resuenan en el bosque, en cada rincón de una casa que la recuerda como parte de su historia, de su espíritu.
Los que la conocieron saben que, aunque el tiempo pase, siempre habrá un lugar en su memoria reservado solo para ella. Un recuerdo eterno de una perra que fue más que eso; que fue amor, compañía y consuelo. Manuela vive en cada lágrima que se llora al recordarla, en cada sonrisa al pensar en sus juegos, en cada mirada al río que ella tanto amaba. Ella es ese vacío que duele y que, paradójicamente, llena, porque en su ausencia dejó un amor tan grande que ni siquiera la muerte puede borrar.
Que tentais un feliz comienzo de semana… FELIZ LUNES!!!
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