El otro día, un cliente me dijo con una sonrisa en la cara:
—¡Qué suerte tienes de vivir aquí!
Yo le devolví la sonrisa y asentí.
—Sí… la verdad es que tengo mucha suerte, no me puedo quejar… pero no es oro todo lo que reluce.
Él me miró con complicidad y respondió:
—¿Qué te voy a contar yo…?
Y ahí empezó su historia.
Me contó que había montado una franquicia de veterinarias y que llegó a tener más de 50 clínicas repartidas entre España, Andorra y Portugal. Todo iba sobre ruedas. Los números crecían, los clientes confiaban, el negocio prosperaba. Pero, de repente, sin saber muy bien cómo ni por qué, las cuentas empezaron a desplomarse en picado.
Yo no entendía nada.
—Pero… ¿cómo es posible? Si hay un cliente fiel, es el de un veterinario. Nosotros, los que amamos a nuestros peludos, no miramos ni comparamos precios. Cuando encontramos a nuestro veterinario, es sagrado.
Porque, seamos sinceros: ¿quién va de veterinario en veterinario buscando el más barato? En casi 20 años, yo solo he tenido dos. Fausto y Judith. Me fui de Fausto porque Judith abrió consulta en Báscara, a solo dos kilómetros de mi casa, mientras que él estaba en Banyoles. Cuestión de logística, no de confianza. Y eso es lo que pasa con los veterinarios de verdad: si encuentras uno que te convence, te quedas con él.
Pero mi cliente me contaba que en su caso, la lealtad de sus franquiciados no fue la misma.
Al parecer, varios de ellos dejaron de pagar sus cuotas. No un mes ni dos… sino casi seis meses. Como si se hubieran puesto de acuerdo, dejaron de abonar lo que debían. Y claro, la bola de deudas creció hasta niveles insostenibles. Medicamentos, accesorios, maquinaria… Se acumulaban facturas impagadas que lo arrastraron a la ruina.

Denunció. Pero las denuncias siguen ahí, en alguna carpeta olvidada, sepultadas bajo otras miles. Y cuando llegue el turno de revisarlas, ya dará lo mismo. Porque los responsables probablemente ya no estarán, pero la deuda seguirá pesando sobre él.
Lo más indignante llegó cuando decidió hacer su propia investigación. Se hizo pasar por un cliente más, llevó a su perro de consulta a varias de esas clínicas. Y descubrió que todas seguían en funcionamiento. Todas.
—¿Y los dueños? —le pregunté.
—Se habían traspasado las clínicas y ahora estaban a nombre de otros.
La única satisfacción que le quedaba era que, al menos, los animales seguían siendo atendidos.
Reflexión
Las apariencias engañan. A veces vemos el éxito de otros y creemos que todo en sus vidas es perfecto, pero detrás de cada historia de triunfo puede haber sacrificios, traiciones y desilusiones. Lo mismo ocurre con la confianza: en sectores donde uno esperaría lealtad, como la veterinaria, el dinero y la avaricia pueden romper incluso las relaciones más sólidas.
Sin embargo, esta historia también nos deja una lección valiosa: el verdadero éxito no siempre está en el dinero o en la cantidad de negocios que posees, sino en el impacto que dejas. Al final, este hombre perdió su empresa, pero su legado sigue en cada clínica donde los animales siguen siendo atendidos. Y quizás, aunque no sea consuelo suficiente, eso sea lo único que realmente importa.
Desde MasTorrencito te deseamos un buen día y que tus perros te acompañen!!!!
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Es lo que pasa con algunas franquicias de servicios, el franquiciado normalmente es el que hace «casi todo el trabajo» y pone el establecimiento y una vez que conoce el negocio (know how) cree que ya no necesita de la franquicia y pagar sus cuotas (Royalty). Al final las dos partes salen perjudicadas, pero el mal ya está hecho.
Para que un negocio como este pueda subsistir en el tiempo es necesario un número equilibrado entre franquicias y unidades en propiedad de la marca franquiciadora. Se nota que me he dedicado a esto, ¿no?
Un saludo a todos!!
Yo tampoco cambié jamás de veterinario.
Alfredo