Febrero ha empezado bien… o al menos no nos podemos quejar. ¿Qué será, será?

Ha llovido, que falta nos hacía, pero como no llueva más, este verano vamos a estar peor que un lagarto en una sartén. De momento, bien. Pero como esto siga así, ya me veo en agosto metiéndome en la nevera con los perros.

Y hablando de cosas que no se pueden evitar, este finde ha sido raro… pero en el buen sentido. Toda la gente ha sido maja, simpática, con buen rollo, sin caras largas ni quejas absurdas. ¡Como en los viejos tiempos! Porque últimamente siempre aparecía algún «rarillo» con la cara de haber mordido un limón caducado. Pero esta vez no. ¡Este finde ha sido guay!

Si no fuera porque mi cadera me está matando vivo.

No sé qué he hecho, pero el dolor me tiene frito. Al principio pensé que era una tontería, que se pasaría en un par de días… pero después de una semana caminando como un pato cojo, decidí rendirme e ir el viernes al CAP. Y ahí estaba la doctora, mirándome con cara de «te lo dije» sin siquiera haberme dicho nada antes.

—A ver, dime, ¿qué te pasa?

Le expliqué mi tragedia griega y ella, sin inmutarse, me recetó el combo ganador: Enantyum, Nolotil, Lyrica y descanso. Sí, descanso. La parte más complicada de la receta. Porque una cosa es tomarse la pastilla y otra muy distinta quedarse quieto cuando tienes un jardín que parece la selva del Amazonas y cuatro perros que creen que la casa es su parque de atracciones.

Y lo peor no fue eso. Lo peor vino cuando la doctora me miró con seriedad y soltó la frase que temía:

—Mira, esto ya no da más de sí. Te tienes que operar de esas dos hernias, sí o sí.

Mastitwo_MasTorrencito

Y ahí fue cuando me dieron ganas de pedirle a la doctora que en lugar de recetarme pastillas, me recetara una máquina del tiempo para volver a los años en los que podía hacer de todo sin acabar doblado como un churro.

Así que claro, con ese diagnóstico en la cabeza y los antiinflamatorios en el bolsillo, volví a casa dispuesto a «descansar».

Pero mis perros tenían otros planes.

Nada más llegar, Masto decidió que lo mejor para mi recuperación era cavar un agujero en el jardín. No sé qué intentaba buscar, pero conociéndolo, seguro que esperaba encontrar petróleo.

Maky, por otro lado, optó por la táctica de “aquí no ha pasado nada” y se tumbó justo donde yo acababa de limpiar. Como si fuera una estatua. Si hubiera una categoría olímpica de hacerse el loco, Maky se llevaba el oro.

Mastitwo, que es el más aventurero, decidió que una maceta no estaba bien en su sitio y se la llevó a pasear por toda la terraza, como si fuera un trofeo.

Y Mamas… ay, Mamas… simplemente me miró, con esa cara de «te lo dije» que, en combinación con la de la doctora, ya me estaba empezando a cabrear.

Aún así, intenté hacer algo en el jardín, porque claro, ¿qué puede salir mal? Pues todo.

A los diez minutos ya estaba más doblado que un acordeón, con Masto cavando zanjas, Maky tumbado en la única parte limpia del jardín, Mastitwo robando macetas y Mamas supervisando el caos.

Y yo, ahí, agarrándome la cadera como un viejo, con el móvil en la otra mano buscando en Google: «Cómo aceptar que ya no tienes 20 años sin morir en el intento».

Al final, tiré la toalla y me senté en la terraza con una cerveza en la mano. Masto se me acercó, me miró con esa expresión que decía «te lo advertí, humano», suspiró y se tumbó a mis pies.

Y en ese momento, con el dolor de cadera, la receta médica en la mesa y mis perros haciendo lo que les daba la gana, me hice la gran pregunta:

¿Será un buen mes de febrero?

Bueno… si sobrevivo a la operación y mis intentos de hacerme el joven, tal vez. 😆

Reflexión: El tiempo pasa, pero la esencia queda

A veces, nos cuesta aceptar que los años pasan y que el cuerpo nos va poniendo límites que antes ni imaginábamos. Queremos seguir haciendo lo mismo que hacíamos hace veinte años, con la misma energía y sin consecuencias… pero la realidad nos da un tirón en la cadera y nos recuerda que no es así.

Sin embargo, más allá de las molestias, los dolores o incluso las operaciones inevitables, hay algo que no cambia: la actitud. Podemos lamentarnos o podemos reírnos de la situación, aceptando con humor que el cuerpo se queja, pero la cabeza sigue soñando con aventuras.

Los perros, con su despreocupación y su capacidad para disfrutar cada momento, nos enseñan una gran lección: vive el presente sin pensar en lo que ya no puedes hacer, sino en lo que aún puedes disfrutar.

Sí, toca cuidarse, bajar el ritmo y aceptar que no somos inmortales. Pero mientras podamos reírnos de nuestras limitaciones y seguir adelante con buen humor, estaremos ganando la partida al tiempo.

Porque al final, lo que importa no es la edad en el DNI, sino la actitud con la que sigues enfrentando la vida. 💪😆🐾

Desde MasTorrencito te deseamos un buen día y que tus perros te acompañen!!!!

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