Bueno… ¿por dónde empiezo? Porque vaya finde de KK, así con todas las letras. De esos que te dejan con una mezcla rara de frustración y sonrisa tonta al recordarlo.

Porque ha sido un finde raro… muy raro. Por un lado, un desastre total. Por el otro, un regalo inesperado.

Vamos por partes.

Ni un cliente. Cero. Nada. Ni uno. Y no exagero. Parecía que estuviéramos otra vez en plena pandemia, con las puertas abiertas pero el silencio llenándolo todo. Y claro, una se queda con cara de… ¿pero esto qué es? ¿Dónde está la gente? ¿Dónde se han metido todos? Porque lo más curioso es que el finde anterior podríamos haber tenido cinco habitaciones más y aún así las habríamos llenado. Y el próximo… solo nos quedan dos libres. Pero este… este ha sido como una broma del destino.

Y claro, no te lo puedes tomar de otra forma que no sea con humor, porque si no, te tiras de los pelos. 😂

Pero mira, a pesar de eso —o quizás precisamente por eso— ha sido uno de esos fines de semana que, sin planearlo, se convierte en algo especial. Porque como no había nada que hacer, tuvimos toda la casa para nosotros y para los peques. Y eso, créeme, no pasa nunca.

Los peques estaban descolocados perdidos. No entendían nada. Nos miraban como diciendo: “¿Y los huéspedes? ¿Y el trajín de siempre? ¿Y los saludos, las mochilas, las maletas rodando por el suelo?” Nada de eso. Solo nosotros, el sonido de la lluvia cayendo sin piedad, y un montón de tiempo libre que ni sabíamos cómo manejar.

Y encima… ¡la que cayó! Madre mía, la lluvia fue de película de catástrofes. Agua, agua y más agua. En serio, hacía tiempo que no veíamos un cielo tan cargado. Pero bueno, como no teníamos que correr a preparar desayunos ni esperar check-ins, nos lo tomamos con calma. Sin prisas, sin estrés… hasta con gusto, te diría. Porque ya sabes lo que pasa: basta que salgas un momento para que algo se estropee, y basta que no estés para que ocurra cualquier cosa rara. Pero este finde no había nada que se pudiera torcer, porque directamente no había nada.

Así que aprovechamos y nos fuimos a l’Ametlla del Vallès, que como dice La Mire (y con razón): “Como el Vallès… res”. Fuimos a comer con sus padres, los cuñados, las sobrinas… un plan de sábado que hacía siglos que no repetíamos. Para que te hagas una idea: mi suegra cambió la cocina hace dos años… ¡y aún no la había visto! 😂 Sí, así de intensos han sido los últimos tiempos.

relax… fin de semana para disfrutar de nuestro mastorrencito

Y claro, llegamos allí y los peques se volvieron absolutamente locos. El Mastitwo (alias “el terremoto con patas”) decidió que era el momento perfecto para vaciar el cubo de la ropa y esparcirla por toda la casa. Por las escaleras, por las habitaciones… una pasarela textil en toda regla. Otro se dedicó a desorganizar todas las botas del recibidor, como si las estuviera clasificando para una exposición. ¿Y qué haces? Pues reírte. Porque eso es su manera de decirnos que no les ha gustado quedarse solos.

Porque sí, ellos también se comunican, a su manera. Solo hay que aprender a leer entre líneas (o entre montones de calcetines tirados). Y te digo una cosa: se expresan de maravilla. Uno no dice nada —Maky, el pobretón, es un santo—, pero los otros dos… ¡madre mía! Si no es una cosa, es otra. Se las saben todas. Y lo curioso es que, dentro de su locura, son super buenos. Nunca han roto nada, no destrozan nada, solo se dedican al transporte de ropa de un lugar a otro. Como si fuera su trabajo oficial.

Y ahí estuvimos, entre el caos doméstico, la nostalgia familiar, la lluvia torrencial y esa tranquilidad rara que te da un finde sin huéspedes, que no sabes si es descanso o desconcierto.

Pero, al final del día, estos fines de semana también valen oro. Porque sin quererlo, te dan lo que no sueles tener: tiempo. Tiempo para respirar, para estar, para mirar por la ventana sin reloj, para reírte del caos y no correr por todo. Tiempo para darte cuenta de que a veces, aunque el plan sea de “KK”, el regalo está en lo inesperado.

Reflexión: Cuando lo que no pasa… también pasa por algo

A veces la vida nos da justo lo contrario de lo que esperábamos. Un finde sin clientes, sin el ajetreo habitual, sin el ir y venir que tanto caracteriza nuestra rutina… puede parecer una decepción. Y en cierto modo, lo es. Porque sí, uno espera que todo fluya, que el trabajo no se detenga, que los esfuerzos den frutos inmediatos. Y cuando eso no ocurre, se hace inevitable sentir ese pequeño pinchazo de frustración.

Pero luego, cuando te detienes un momento y miras más allá del vacío aparente, te das cuenta de que la vida también te habla en esos silencios. Que el descanso inesperado es una pausa que no sabías que necesitabas. Que el ruido ausente deja espacio para escuchar otras cosas: el sonido de la lluvia, las risas de los peques, una conversación sin prisas con tu pareja, el reencuentro con la familia que siempre espera aunque pasen años.

A veces no tener nada que hacer… es justamente lo que hay que hacer. Y en medio del caos doméstico, los calcetines esparcidos y las botas desordenadas, se esconde una lección sencilla pero poderosa: la vida también se vive cuando no pasa nada extraordinario. Y justo ahí, en lo cotidiano, en lo no planeado, en lo que parece un “finde de KK”… también hay belleza, también hay descanso, y también hay gratitud.

Porque lo que parecía un mal fin de semana, quizás haya sido el único espacio real que la vida te regaló para simplemente estar. Y eso, a veces, vale más que llenar todas las habitaciones del mundo.


Desde MasTorrencito te deseamos un buen día y que tus perros te acompañen!!!!

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Un comentario

  1. Algo similar a una noche en el desierto!!! La belleza radica en la ausencia de todo, no hay árboles, no hay casas, no hay coches, no hay gente, solo arena y las estrellas…

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