El día que morí no hubo trompetas celestiales ni túneles de luz cegadora. Simplemente cerré los ojos en la cama de Mas Torrencito y, al abrirlos, estaba en otro lugar. Un paseo entre flores y nubes.. by MasTorrencito
Un prado inmenso, de esos que parecen pintados en los sueños, con una brisa suave que olía a recuerdos.
—Ya era hora, Miguel —escuché una voz familiar.
Me giré y ahí estaban. Markos, con su eterna sonrisa perruna; Manuela, mirándome con esa mezcla de ternura y autoridad que siempre tuvo; Mastín, imponente pero con los ojos brillantes de emoción. Me quedé sin palabras.
—¿Qué pasa, humano? —bromeó Markos, meneando la cola—. ¿No nos esperabas?
—Yo… —tragué saliva—. No sé qué esperaba. Pero no imaginé que estarían aquí.
Manuela ladeó la cabeza con curiosidad.
—¿Y dónde creías que íbamos a estar? Si siempre fuimos familia.
Reí, aunque sentí un nudo en la garganta. Familia. Sí, ellos siempre lo fueron. Me incliné para acariciar a cada uno, sintiendo sus cuerpos cálidos como si nunca se hubieran ido. Un escalofrío recorrió mi espalda cuando una nueva pregunta cruzó mi mente.
—¿Y ahora qué? —pregunté en voz baja.
Mastín alzó la cabeza y señaló con el hocico hacia abajo. Me acerqué al borde del prado y vi, como si estuviera viendo una película, Mas Torrencito en la Tierra. Pero no era solo una imagen estática, sino que la vida continuaba ahí.
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Las puertas de la casa seguían abiertas para nuevos huéspedes, los perros que aún quedaban corrían felices por el jardín, y las risas de los visitantes seguían llenando los espacios. La vida no se había detenido, aunque yo ya no estuviera.
—Parece que todo sigue adelante —susurré.
—Siempre sigue —dijo Markos, sentándose a mi lado—. Pero eso no significa que no nos recuerden.
Observé cómo algunas personas dejaban flores en mi rincón favorito del jardín, otros encendían velas o simplemente se sentaban a recordar. Me llegó un murmullo de voces que contaban historias sobre mí, sobre nosotros. Sobre Mas Torrencito y todo lo que habíamos construido juntos.
De repente, el sonido de carcajadas me llamó la atención. Un grupo de amigos había llegado, algunos de los más cercanos, aquellos que conocían mi esencia y el alma de este lugar. Encendieron la parrilla y comenzaron a preparar una comida en nuestro honor. Nos veíamos reflejados en sus sonrisas, en los brindis que hacían recordándonos, en las anécdotas que compartían con algunos clientes nuevos, narrando nuestras locuras y momentos inolvidables.
—Mira a Paco —dijo Manuela, señalándolo con la nariz—. No ha cambiado nada, sigue contando la historia de cuando Mastín se escapó y terminó en la boda del pueblo.
—¡Y cómo lo olvidaría! —reí, recordando la escena—. Aquella novia nunca había visto a un perro tan grande irrumpir en su gran día.
Nos quedamos observando, sintiendo la calidez de sus recuerdos, la conexión que aún nos mantenía unidos. La verdad es que la perspectiva del tiempo y el espacio te hace pensar de manera diferente. La muerte no es un final, solo un cambio de escenario. Y desde aquí, en este prado sin tiempo, seguíamos siendo parte de sus vidas, de sus historias, de su amor.
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—¿Nos quedaremos aquí para siempre? —pregunté al fin.
—Solo el tiempo que haga falta —dijo Mastín—. Hasta que estemos listos para la próxima aventura.
Y así, nos quedamos ahí, mirando la vida en la Tierra, sabiendo que aunque no estuviéramos físicamente, siempre seríamos parte de Mas Torrencito y de los corazones de quienes nos amaron.
Reflexión:
La muerte siempre ha sido vista como un punto final, un cierre definitivo en la historia de cada ser. Sin embargo, ¿y si no lo fuera? ¿Y si en lugar de un final abrupto, fuera solo una transición, un cambio de perspectiva? El relato nos invita a reflexionar sobre cómo el amor, los recuerdos y la esencia de quienes hemos sido permanecen, incluso cuando nuestro cuerpo ya no está presente.
Desde esa nueva dimensión en la que el protagonista observa la vida terrenal, comprendemos que el tiempo sigue su curso, pero el impacto de una vida bien vivida perdura. Los amigos recuerdan, los seres queridos honran y las historias se siguen contando. A través de la memoria de los demás, seguimos existiendo. La risa compartida, las anécdotas narradas en una comida en honor a los que partieron, son testigos de que la muerte no nos borra, sino que nos transforma en recuerdos vivos.
Además, el relato nos ofrece una mirada serena y reconfortante sobre el más allá. No es un lugar de juicio o separación, sino un espacio de reencuentro, donde los lazos construidos en vida siguen intactos. La idea de encontrarnos nuevamente con aquellos que amamos nos da consuelo, al igual que la certeza de que nuestras acciones y nuestra esencia seguirán resonando en la vida de quienes dejamos atrás.
Finalmente, la reflexión más profunda que nos deja esta historia es que la muerte no es el fin del amor. Mientras haya alguien que nos recuerde con cariño, mientras las historias se sigan contando y las sonrisas sean evocadas en nuestro nombre, seguiremos existiendo. No en la forma en que lo conocíamos, pero sí en la más importante: en la huella que dejamos en los corazones de quienes nos amaron.
Desde MasTorrencito te deseamos un buen día y que tus perros te acompañen!!!!
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Ojala fuera cierto,sería maravilloso ,volver a estar con todos mis peludos,que nuestra esencia perdurara