Hay días que empiezan tranquilos y terminan de manera que jamás podrías haber imaginado. vIVO DE mILAGRO… Te sientes invencible, inmune a los caprichos del destino, hasta que la naturaleza decide demostrarte lo contrario.

Mas Torrencito, ese refugio en medio de la naturaleza, parece tener un imán para los rayos. No sé por qué, pero en los últimos años me he visto, literalmente, a un suspiro de la muerte más de una vez. Tres veces, para ser exactos. Vivo de milagro.

La primera vez que sentí el aliento eléctrico de un rayo fue en uno de esos días de tormenta épica. El cielo se cerró de repente, y en cuestión de minutos empezó a caer un aguacero que te empapaba hasta los huesos. Todo el mundo se refugió dentro de la casa, la lluvia caía con tal fuerza que ni los parasoles podían protegernos. Estábamos todos seguros bajo techo, cuando un cliente se me acerca, con esa urgencia que sólo traen las malas noticias.

—Miguel, te has dejado el coche descapotado.
—¡No me jodas!

Sin pensarlo, me lancé hacia el coche. Dos segundos bastaron para quedar empapado. Llegué a cerrarlo, pero ya era tarde, el interior estaba tan mojado como yo. Caminé de regreso a la casa, esta vez con calma. No tenía sentido correr, ya estaba calado hasta los huesos. Desde la distancia, Mire me hacía señas frenéticas, diciéndome que me diera prisa, pero yo seguí a mi ritmo.

Entonces ocurrió. El rayo cayó en Mas torrencito

Un estruendo desgarrador rompió el aire, haciendo vibrar el suelo bajo mis pies. Pegué un brinco, como si el mismo infierno hubiese abierto sus puertas. Entré a la casa, más por instinto que por otra cosa, y al cruzar la puerta vi a Mire, blanca como un papel.

—¿Qué te pasa? —le pregunté, sin entender su expresión.
—Te acaba de caer un rayo, Miguel.

No le creí. Pero cuando revisamos las cámaras, ahí estaba la evidencia. El rayo había caído a menos de un milímetro de donde estaba. Un poco más cerca, y quizás no estaría aquí contando esto.

La segunda vez fue peor. Estábamos en la terraza, disfrutando de una tarde tranquila. El cielo, negro como una boca de lobo, amenazaba con romper en cualquier momento. Los perros estaban aterrados, excepto Manuela, la más valiente de todos, que permanecía a nuestro lado. De repente, un trueno ensordecedor rompió la tranquilidad, y vimos cómo un rayo caía exactamente en el mismo lugar de siempre. Pero esta vez, algo fue diferente. El rayo no se detuvo en el suelo; subió por los cables de luz y avanzó hacia la casa.

Lo vi todo como en cámara lenta. Mas Torrencito

La descarga avanzaba, serpenteando por los cables, acercándose peligrosamente a la casa. No lo pensé dos veces. Salté de la silla y corrí hacia el interruptor general.

Con un manotazo lo apagué justo un segundo antes de que la descarga llegara. Pero no fue suficiente. El rayo entró en la casa, y los cables se convirtieron en conductos de muerte. Llegó al cuadro eléctrico y explotó, sumiéndonos en la oscuridad total.

El olor a plástico quemado invadió el ambiente, y una nube de humo negro salió del cuadro eléctrico, como un presagio de lo que pudo haber sido. Tuvimos suerte, mucha suerte. Cuando el humo se disipó, abrimos el cuadro, y estaba completamente chamuscado.

La casa quedó a oscuras, iluminada solo por las luces de emergencia. Calmados, encendimos velas y linternas, y logré activar los generadores para recuperar algo de normalidad. Pero parte de la casa seguía sin electricidad.

Menos mal que tenemos al lampista. El rayo cayó en Mas torrencito

Esa misma noche llamé al lampista, Carlos. No era algo que hiciera a menudo, solo le llamaba en casos de extrema urgencia, y este lo era. Él tampoco se lo podía creer cuando le expliqué lo que había pasado. Al día siguiente llegó temprano.

Lo que encontró le dejó boquiabierto: el cuadro general estaba destruido, los cables que venían del exterior estaban completamente quemados, y el transformador a unos 60 metros de la casa había reventado. Un par de esas piezas de cerámica o cristal, que parecen setas, estaban destrozadas. Llamamos a Endesa para que vinieran a repararlo.

Y aunque parezca increíble, lo único que sufrimos fue un gran susto. Los clientes lo tomaron sorprendentemente bien. No hubo quejas, no hubo pánico, solo una buena anécdota que contar, un relato más de esos que parecen sacados de una película.

Pero en Mas Torrencito, todo puede suceder cuando menos te lo esperas. Especialmente si hay rayos de por medio.

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