Vivir en Mas Torrencito es un privilegio, eso nadie lo duda. Despertar cada mañana rodeado de naturaleza, con los pájaros cantando (o berreando, según el ánimo del día) y la compañía fiel de los perros, es una maravilla. Vivo sin vivir en mí by MasTorrencito

Aquí, el aire es más puro, la vida más tranquila y el estrés moderno parece cosa de otro planeta. Pero, ah, amigo, que no te engañe este idílico cuadro, porque detrás de cada amanecer bucólico hay una losa económica que pesa más que un camión de cemento.

Porque sí, tengo la suerte de tener un trabajo que me gusta, de invertir mi tiempo en algo que me apasiona, pero los impuestos nos están chupando la sangre como si fuéramos protagonistas de una película de vampiros fiscales. Cada mes, cuando toca hacer cuentas, el drama es el mismo: apenas queda liquidez para reinvertir, para mejorar, para cambiar ese colchón con forma de dinosaurio fosilizado. Todo se va en pagar, pagar y pagar. Y claro, uno va tirando, con la esperanza de no convertirse en experto en contorsionismo para llegar a fin de mes.

Aquí el año no se mide en meses, sino en temporadas. Durante nueve meses, vivimos en un constante estado de «ay Dios mío, que no llego», y luego, como por arte de magia (y por la llegada de turistas con ganas de desconectar), esos tres meses de Semana Santa, Sant Joan y verano nos dan una tregua. Son como ese oasis en el desierto, un pequeño respiro antes de volver a la guerra. Pero ojo, que no es que nos volvamos ricos, sino que simplemente dejamos de sentir que nos persigue Hacienda con una guadaña.

Es un tira y afloja constante. Por un lado, la fortuna de vivir en un sitio de postal, de compartir la vida con perros que siempre están de buen humor (a diferencia de mi cuenta bancaria), de disfrutar de la calma del campo. Pero por otro, el puñetero sistema, que no entiende de temporadas bajas y nos exprime sin piedad. Porque aquí no hay estabilidad económica, solo una montaña rusa con más bajadas que subidas.

Cada día, la cabeza está en números, en previsiones, en estrategias para sobrevivir hasta la próxima temporada alta sin tener que vender un riñón en Wallapop. Cada gasto se mide con más precisión que un reloj suizo, cada inversión se pospone con la esperanza de que «el año que viene irá mejor» (spoiler: nunca va mejor). Y mientras tanto, solo pensamos en ese faro en la oscuridad: Semana Santa. Porque si llegamos ahí sin que se nos caigan las pestañas del estrés, entonces ya podemos ir en piloto automático hasta verano.

Es una forma de vida que roza lo absurdo. No porque no queramos pagar lo que nos toca, sino porque el esfuerzo y el sacrificio nunca parecen suficientes. No se trata de vaguear ni de falta de ganas; se trata de un sistema que parece diseñado por alguien que nunca ha tenido que hacer malabares para pagar facturas. Y así, año tras año, repetimos el ciclo: nueve meses de susto, tres de tregua. Y vuelta a empezar.

Pero a pesar de todo, seguimos aquí. Porque hay cosas que el dinero no puede comprar: el placer de ver el sol esconderse tras los árboles, la felicidad de un perro corriendo como si le hubieran dado cuerda, el sonido del río en las noches de verano. Son esas pequeñas cosas las que nos recuerdan por qué seguimos en este barco, aunque tenga más agujeros que un queso suizo. Mientras haya esperanza (y turistas dispuestos a gastar), seguiremos resistiendo, buscando la manera de hacer que este caos financiero sea un poco más llevadero.

Porque si algo tenemos claro es que, a pesar de todo, Mas Torrencito sigue siendo nuestro pequeño paraíso. Y aunque los impuestos nos asfixien, aunque la incertidumbre nos haga sudar más que un político en un detector de mentiras, seguimos eligiendo este lugar. Porque Mas Torrencito no es solo un negocio, es nuestra casa, nuestro refugio, y el escenario de nuestra tragicomedia económica.

Y por encima de todo, si seguimos a flote es gracias a nuestros queridos clientes. Esos que también hacen esfuerzos, que ahorran, que priorizan venir aquí y nos eligen entre tantas opciones. A ellos les debemos todo. Porque sin su apoyo, sin su cariño y sin su decisión de hacer ese esfuerzo extra para venir, ni tres meses de respiro tendríamos. Son el alma de este lugar, los verdaderos protagonistas de esta historia. ¡Así que gracias, gracias y mil veces gracias por hacer que todo esto siga siendo posible!

Desde MasTorrencito te deseamos un buen día y que tus perros te acompañen!!!!

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