🐾 Contado por Manuela, fundadora peluda y alma eterna de Mastorrencito
Hola.
Soy Manuela. La Golden Retriever.
Sí, esa rubia que lo empezó todo. La que primero ladró, la que primero se tumbó al sol en el porche de Mastorrencito y pensó:
“Aquí, sí. Aquí se puede ser feliz.”
Hoy os hablo desde otro sitio. Uno tranquilo, lleno de sombra y césped blando, donde descansamos los perros buenos. Aquí estoy con Markos, Max, Macarena, Mastín Tirurí y Mato.
Y entre juego y juego, a veces nos asomamos a mirar qué pasa ahí abajo, donde sigue nuestro legado.
El otro día soñé algo horrible. Soñé que no estábamos.
Ni yo, ni Masto, ni Mastín TIRURI, ni Maky, ni Mamas, ni Mastitwo.
Ni nosotros, ni los amigos que vienen con sus familias, ni los que se quedan unos días, ni los que repiten verano tras verano.
Y lo que vi… no me lo quito de la cabeza.
Mastorrencito seguía ahí, sí.
Los árboles, el campo, el viento.
Todo en su sitio.
Pero estaba vacío.
Como una casa a la que se le han apagado las luces por dentro.
No se oían ladridos.
No había carreras ni juegos.
Los bebederos estaban limpios, sí… pero llenos.
Las camas hechas.
Las pelotas nuevas, sin una sola mordida.
Y los humanos… desubicados.
Uno de los cuidadores se sentó en una piedra con una pelota en la mano. Se quedó mirándola, quieto. Como esperando que alguien viniera a quitársela. Pero no vino nadie.
No había movimiento.
No había alegría.
Solo rutinas. Solo silencio.
Sin nosotros, Mastorrencito no era Mastorrencito.
Era una casa rural más.
Bonita, sí. Correcta.
Pero sin alma.
Porque el alma somos nosotros.
Nosotros damos la bienvenida, marcamos el ritmo del día, convertimos los pasillos en autopistas de felicidad, llenamos los rincones de vida (y de pelos, vale, también de pelos 🐾).
Y entonces lo entendí:
No somos un añadido.
No somos un servicio extra.
Somos el corazón.
Aquí arriba lo hablamos muchas veces.
Markos dice que sin él, nadie se pelea de broma por una rama.
Macarena asegura que los cojines del sofá están demasiado ordenados.
Max dice que sin sus siestas roncando, el silencio es molesto.
Mato solo quiere una pelota, pero también echa de menos el jaleo.
Y yo…
Yo pienso en Masto, en Maky, en Mamas, en Mastitwo.
Los que siguen ahí abajo.
Los que ahora sostienen ese lugar.
Y me alegro de que estén.
Porque sin ellos, no sería un hogar.
Sería solo un sitio bonito.
Y eso no basta.
Por eso, si estás leyendo esto, y tienes la suerte de estar allí con uno de ellos, o de pasar unos días con tu perro en Mastorrencito…
Míralo.
Acarícialo aunque tenga barro.
Déjale subirse al sofá si le apetece.
Aguanta el ladrido.
Y sonríe cuando encuentres pelos en la ropa.
Porque eso significa que estamos.
Y mientras estemos, todo sigue teniendo sentido.
Con cariño, desde siempre,
Manuela
Golden, fundadora, jefa de mimos, y guardiana invisible de ese lugar al que llamamos hogar 🐶❤️
ReFleXióN
¿Y si viviéramos sin pelos… ni perros?
La casa estaría limpia.
Los sofás impecables.
Las alfombras sin huellas.
Y el coche, por fin, sin ese manto de pelo que parece parte del tapizado.
Sí, todo estaría en orden.
Pero faltaría lo esencial.
Nadie saldría corriendo a saludarte como si volvieras de una guerra, aunque solo hayas ido a por el pan.
Nadie se tumbaría a tus pies sin pedir nada.
Nadie te miraría como si fueras, literalmente, su mundo entero.
Sin perros, tendríamos más tiempo…
pero menos motivos para salir de casa.
Más espacio…
pero menos ganas de llenarlo.
Más silencio…
pero menos consuelo.
Sin esos pelos que se te pegan en la ropa, no habría rastro de nadie que te acompañe sin condiciones.
Sin ese lamento tras la puerta, no habría quien notara cuando estás triste.
Sin ese compañero de cuatro patas, la rutina sería eso: rutina. Sin pausas, sin sorpresas, sin esa alegría tonta de ver mover una cola.
Podemos aspirar la casa.
Podemos quitarnos los pelos de la ropa.
Pero no deberíamos aspirar una vida sin ellos.
Porque vivir sin pelos es posible.
Pero vivir sin perros…
es otra cosa.
Una más limpia, sí.
Pero también más vacía.
Desde MasTorrencito te deseamos un buen día y que tus perros te acompañen!!!!
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