Porque, seamos sinceros, todos sabemos cómo acaba esta película. Todos. No importa cuánto éxito acumulemos, cuánto ruido hagamos o cuánto intentemos ignorar el tema, el final es inamovible. Sí, amigos: antes o después, todos terminamos en una caja de madera, transformados en cenizas o con un “chalet eterno” con vistas, digamos… no muy panorámicas. Porque, claro, el inframundo no es famoso por su decoración. Jajajaja… TODOS, sin excepción.

Eso sí, el camino hasta ese destino final varía mucho. Algunos habrán vivido con más pena que gloria, como secundarios en su propia vida; otros, con más gloria que penas, dejando una estela de aplausos detrás. Están los que pasan sin hacer ruido, como una brisa suave, y los que llegan como un huracán, armando escándalo allá por donde pisan. Pero no nos engañemos, porque, por muy distinta que sea la ruta, todos acabamos en el mismo sitio. TODOS.

Reflexion de MasTorrencito

Y cuando llegamos allí, ¿qué queda de nosotros? Bueno, eso también depende. Algunos serán recordados con cariño, con anécdotas que arrancan sonrisas; otros serán llorados, con lágrimas que parecen no terminar nunca. Y otros… bueno, simplemente olvidados. Como ese calcetín que desaparece en la lavadora: nadie sabe dónde fue, ni le dedica mucho tiempo a pensarlo. Pero, a pesar de esas diferencias, el desenlace es siempre igual. La misma línea de meta.

Ahora, vamos a hacer una pausa y hablar de nuestros adorados perros. Porque ellos, oh, ellos son otra historia. Mientras nosotros gastamos media vida en cosas banales y la otra mitad en preocuparnos por esas mismas banalidades, ellos saben exactamente lo que importa. Ellos, a diferencia de nosotros, SIEMPRE serán recordados, llorados, añorados. Y sí, cuando se van, nos dejan un vacío que no hay terapia, sofá nuevo ni kilo de helado que pueda llenar.

¿Y por qué nos marcan tanto? Porque ellos lo dan todo. TODO. Son fieles hasta la médula. No necesitan explicaciones, ni razones complicadas para querernos. Nos miran como si fuéramos la razón misma de su existencia, y, en cierto modo, lo somos. Viven para nosotros, por nosotros, con una devoción que nosotros, los “racionales”, apenas podemos comprender. ELLOS SÍ QUE SABEN VIVIR.

Y mientras tanto, nosotros nos complicamos la vida. Que si los likes en Instagram, que si el número de seguidores, que si las peleas absurdas, que si los miedos que nos inventamos. El 50% de nuestra vida se nos va en gilipolleces, y el otro 50%, probablemente, en arrepentirnos de las gilipolleces que hicimos. Una obra maestra de la estupidez humana, ¿no crees?

Pero ellos, no. Ellos están aquí para lo esencial: hacernos sentir bien. Algunos, claro, con más travesuras que otros (y con el recibo de los zapatos mordidos como testigo). Otros, más tranquilos, convirtiéndose en una especie de terapeuta silencioso. Y luego están los intensos, esos que parecen tener una batería infinita y te obligan a salir al parque aunque tú solo quieras hundirte en el sofá. Pero todos, absolutamente todos, saben disfrutar de su corta vida como si cada segundo fuera un regalo.

Porque para ellos, lo es. No se preocupan por el mañana ni por el “qué dirán”. Viven el presente de una manera que debería avergonzarnos. Nosotros, los supuestamente inteligentes, nos perdemos en nuestras propias tonterías. Ellos, en cambio, nos enseñan lo que significa vivir de verdad.

Así que, quizá deberíamos aprender algo de ellos. No solo mirarlos con ternura, sino imitar su filosofía sencilla y honesta. A veces, lo más complicado no es llegar al final; es aprender a disfrutar del camino. ¿Tú qué opinas? ¿Te apuntas a vivir con menos ruido y más ladridos? 🐾


Desde MasTorrencito le deseamos un buen día y que sus perros le acompañe!!!!

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