No hay nada más frustrante que querer dormir y no poder. Es desesperante, sobre todo cuando tienes todo el tiempo del mundo para descansar, sin la presión de tener que madrugar. Cuando las preocupaciones no te dejan dormir… y tampoco La Mamas
Pero ahí estoy yo, a las tres de la madrugada, con los ojos como platos, la mente funcionando a mil por hora, y una sensación de cansancio que no sirve de nada porque el sueño simplemente no aparece. Y, por si eso fuera poco, hay una protagonista especial que nunca falla para empeorar las noches de tormenta o tramontana: La Mamas.
La Mamas, mi perrita, tiene un miedo visceral a las tormentas. Basta con que empiece a soplar el viento o suene un trueno para que su pánico se apodere de toda la casa. Primero vienen los aullidos, como si quisiera advertirnos a todos del peligro inminente. Después, sube corriendo a nuestra cama, aunque “subir” no describe del todo su entrada triunfal. Es más bien un salto torpe y desesperado, seguido de un “caminito de guerra” en el que pisa todo lo que encuentra a su paso: mi cabeza, mis riñones y cualquier parte de mi cuerpo que pueda soportar su peso.
Cuando finalmente logra acomodarse, la situación no mejora. Llora, trepa hasta la almohada, me pisa la cara, y cuando decide dejarse caer, lo hace con la delicadeza de un saco de patatas, directo sobre mi costilla. Pero, por supuesto, la que llora sigue siendo ella. Porque todo gira en torno a La Mamas. Y ahí estoy yo, en medio de la noche, haciéndole caricias y hablándole bajito para que se calme. Y lo consigo, claro. Al rato, ella duerme profundamente. Ella duerme plácidamente. Yo, mientras tanto, sigo despierto, luchando por no caerme de una cama de 2,50 metros, relegado a una esquina con el culo al aire.

A esas alturas, el cansancio ya debería ganarle la partida a mi cerebro, pero no. Es entonces cuando empiezan los números a rondar en mi cabeza, como si la tormenta fuera interna. Facturas por pagar, préstamos, proveedores. Me atormenta pensar cómo hacer para que venga más gente, qué campañas de publicidad podríamos probar, qué estamos haciendo bien y qué estamos haciendo mal. Mi mente pasa de un pensamiento a otro, haciendo cálculos imposibles y tratando de planificar estrategias que ya no tienen sentido a esas horas. Todo lo necesario para no volver a dormir en lo que queda de noche.
Y mientras yo estoy inmerso en ese mar de preocupaciones, La Mamas sigue dormida como si nada hubiera pasado. En ese momento, la ironía me golpea: ella vino a la cama para que la tranquilizáramos y ahora el que no puede dormir soy yo.
Mire, mi pareja, tampoco se salva del caos, pero al menos ella consigue, de alguna forma, recuperar algo de espacio y dormir un poco. Yo, en cambio, no tengo tanta suerte. Observo a La Mamas, que duerme entre los dos como si fuera la reina de la cama. Me pregunto cómo es posible que una cama tan grande se convierta en un lugar tan pequeño cuando ella está en ella. Parece un misterio digno de un documental: el fenómeno de la cama que encoge.
Y así, entre preocupaciones, números y el cuerpo dolorido por los pisotones de La Mamas, llego a la mañana. El amanecer trae consigo una mezcla de alivio y resignación, porque sé que esto volverá a pasar. Cada tormenta, cada noche de tramontana, se repetirá el ritual. Y yo seguiré despertando agotado, pero sin poder enfadarme, porque en el fondo entiendo que su miedo es real. Y porque, a pesar de todo, ¿cómo no voy a querer a esta pequeña dictadora que confía en mí para protegerla?
Desde MasTorrencito te deseamos un buen día y que tus perros te acompañen!!!!
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Cuando hay tormenta,hasta los gatos se meten dentro de mi cama,y. contandome a mi y a los perros somos seis…imaginate la noche.Que tengas un buen día