No sé si alguna vez han oído eso de «un lobo con piel de cordero», pero lo que jamás imaginaría es que alguien acusara a Maky de semejante cosa. De cuando Maky se comió un rebaño by MasTorrencito

Maky, el perro más tranquilo del mundo, casi un filósofo peludo… ¡Maky, el más manso de todos los mastines de la zona!

Pero ahí estaba yo, frente a un pastor con cara de tragedia griega, jurando y perjurando que Maky había acabado con todo su rebaño. «Señor, se lo juro por mi vida, su perro me mató a dos ovejas», me espetó con tono grave. ¡Y vaya susto que me llevé! Porque, claro, la primera vez que pasa algo así, uno no sabe si creer o no. Así que, para evitar problemas, decidí pagar. Total, 40 o 50 euros no son para arruinar a nadie, y lo último que quería era líos con los pastores del pueblo.

Aunque, siendo sincero, algo no cuadraba… Quiero decir, si me hubieran dicho que el culpable era Mastitwo, Mamas o incluso Mastín, pues vale, tal vez lo hubiera creído. ¡Pero Maky! ¡Por Dios, si Maky no mata ni una mosca! Bueno, salvo que vaya con sus primos de Zumosol, ahí sí se pone valiente… pero solo, nunca. Lo dudaba muchísimo.

Pues bien, el otro día, otra llamada del pastor. Esta vez con más drama:
—¡Tu perro ha matado a dos de mis ovejas esta tarde!

Me quedé helado. ¿Maky? ¿Mi Maky? El mismo perro que se asustaba con su propio reflejo en el agua y corría a esconderse si un gato le siseaba. No podía ser. Pensé que Casimiro se equivocaba, pero su tono no admitía dudas.

—¿Está seguro que fue él? —pregunté, sintiendo cómo mi incredulidad comenzaba a tambalearse.
—¡Claro que estoy seguro! —respondió, con una determinación que casi me convenció de que mi pobre Maky era un lobo disfrazado de cordero.

Suspiré, intentando calmar el agua antes de que se desbordara.
—Mire, venga a casa. Si realmente es Maky, le pago en el momento. Pero tiene que estar seguro, ¿de acuerdo?

Don Casimiro aceptó, y en menos de media hora, llegó a la puerta de mi casa. Su silueta se recortaba contra el atardecer como la de un sheriff en un duelo. Vestía su habitual sombrero de ala ancha y llevaba un bastón de madera que parecía un cetro de autoridad. Le abrí la puerta, lo saludé con una sonrisa nerviosa, y le dije que esperara mientras sacaba a los perros al patio.

—Vamos a aclarar esto de una vez por todas —dije, con más confianza de la que realmente sentía.

Cuando abrí la puerta trasera, mis cuatro perros salieron disparados. Eran un escuadrón de ladridos y energía desbocada. Maky iba a la cabeza, moviendo la cola como si no hubiera mañana. En cuanto vieron al pastor, ocurrió algo que jamás había presenciado: los cuatro se lanzaron hacia él, ladrando como si quisieran comérselo. Mi esposa y yo empezamos a gritar como locos.

—¡Maky! ¡Mastitwo! ¡Quietos! —bramé, pero fue inútil.

Los perros parecían poseídos, y por un instante, temí lo peor. Casimiro, sin embargo, no se inmutó. En medio del caos, levantó una mano, hizo un gesto simple y rotundo, y como si fuera magia, los perros se detuvieron. ¡Se detuvieron! No solo eso: se sentaron, callados, como alumnos obedientes esperando instrucciones.

—¿Qué… cómo…? —balbuceé, incapaz de comprender lo que acababa de suceder.

El pastor sonrió con un aire de misterio, como si acabara de realizar un truco que no tenía intención de explicar. Mientras yo intentaba cerrar la boca, que aún tenía abierta del asombro, él señaló a los perros.

Maky, el asesino de ovejas de Mastorrencito
Maky, el asesino de ovejas de Mastorrencito

—Vamos a ver cuál es el culpable —dijo, acercándose a ellos.

Inspeccionó a cada uno con ojos de halcón, y finalmente se detuvo frente a Maky.
—Se parece al que vi, pero este es más pequeño. Y, bueno… más gordo.

Reí nervioso.
—Pues es el único que tengo. No hay más.

El pastor frunció el ceño y se rascó la barbilla.
—El año pasado ya me pasó algo parecido. Un perro como este me mató una oveja. Pero ahora que lo veo bien, no puede ser el mismo.

De repente, sacó un billete de 50 euros de su bolsillo y me lo tendió.
—Esto es lo que me pagaste el año pasado por una oveja. Y viendo que no fue tu perro, no es justo que te lo cobre.

Intenté devolverle el dinero.
—No, no, quédese con eso. Cómprense otra oveja. Yo voy a averiguar quién puede ser el culpable.

El pastor asintió, pero antes de marcharse, no pude contener mi curiosidad.
—Don Casimiro, una cosa más. ¿Cómo hizo para calmarlos así?

Se giró, sonriendo con esa expresión de sabiduría ancestral que solo tienen los viejos pastores.
—Respeto, autoridad, y sobre todo, que sepan quién manda. Si les tienes miedo, lo notan.

Esas palabras se quedaron grabadas en mi mente. Desde ese día, Maky recuperó su reputación, pero la pregunta de si alguna vez pudo haberse comido un rebaño quedó flotando en el aire. Después de todo, en este pueblo, cada perro tiene un poco de lobo… o al menos eso es lo que decimos cuando queremos que una historia sea divertida.

Y así quedó el misterio: ¿Quién fue realmente el culpable? Nadie lo sabe, pero cada vez que Maky se cruza con un vecino, no falta quien lo mire con una ceja levantada, como si esperara verlo aullar a la luna. ¿Injusto? Tal vez. ¿Divertido? Sin duda.


Desde MasTorrencito te deseamos un buen día y que tus perros te acompañen!!!!

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