Había pocas noches como aquella en el Empordà, con un invierno decidido a colarse en cada rincón. El Misterio de los Olores y las Apariciones en Mas Torrencito

La niebla lo cubría todo de tal manera que la carretera hasta la masía parecía más un túnel de película de terror que una simple pista rural. La Mas Torrencito, nuestra masía de 1412, tenía el aspecto de un castillo de leyenda en medio del paisaje. Las chimeneas estaban encendidas, y dentro, todo parecía un cuadro de calma y comodidad… o eso creía yo.

Algunos clientes estaban en el chill out, esa zona de la casa donde una pantalla de 100 pulgadas emitía el programa de «Pasapalabra» como si fuera un espectáculo en directo. Otros clientes, menos interesados en acertar palabras, charlaban en el salón o cenaban tranquilamente en el comedor, cada uno en compañía de sus queridas mascotas. Nuestros perros, Masto, Maky, Mastitwo y Mamas, correteaban entre las estancias, dejando clara su autoridad territorial, aunque con la paz habitual. Hasta ahora, la noche era perfecta para que la masía diera una cálida bienvenida a todos.

Pero, como siempre en la Mas Torrencito, la calma tiene un tiempo limitado.

Blanca y Ramón. El Misterio de los Olores y las Apariciones en Mas Torrencito

—Miguel, ¿ya te has olvidado de Blanca y Ramon? —me recordó Mireia, apareciendo desde la cocina con un ceño que solo reservaba para las ocasiones en que me despistaba. Blanca y Ramon eran nuestros amigos y clientes de confianza, que llegaban religiosamente a pasar unos días, y siempre los recogíamos en la estación de tren de Camallera, el pueblo vecino.

Suspiré y agarré las llaves del coche. Para qué mentir, el trayecto bajo la lluvia y la niebla no era lo más apetecible, pero el pensamiento de regresar pronto a la calidez de la masía me motivaba lo suficiente. Mireia me despidió con una sonrisa de esas que llevan un “hazlo rápido y vuelve” implícito.

Mientras atravesaba el túnel de niebla, pensé que en la Mas Torrencito ya había visto de todo: perros con disfraces de superhéroes, gatos haciendo yoga en cojines, hasta hurones que se comportaban como los dueños del lugar. Pero nada me preparó para lo que encontraría esa noche.

En cuanto llegué a la estación, reconocí la silueta de Blanca y Ramon bajo la marquesina. Nos saludamos entre risas y abrazos, como siempre. Blanca era alegre y habladora, mientras que Ramon mantenía esa calma que parecía esconder secretos. Ayudé a cargar el equipaje y, en cuanto nos subimos al coche, Blanca rompió el silencio con una frase que me dejó extrañado:

—Miguel, ¿has notado algo raro en el ambiente? Como… ¿un olor extraño?

—¿Un olor? —repetí, dudando.

No había nada fuera de lo normal en el coche, o al menos eso pensaba yo. Pero en cuanto entramos en la masía, entendí a qué se refería.

Un aroma inquietante.

Nada más cruzar la puerta, nos golpeó una mezcla de olores extraña, como una especie de azufre mezclado con chistorra quemada. No era desagradable, pero sí… desconcertante. Mireia estaba en el chill out con un par de clientes, y al verme entrar con Blanca y Ramon, se acercó arrugando la nariz.

—¿Has olido eso, Miguel? Parece que alguien haya intentado hacer un asado con huevo podrido —dijo, mirándome con una mezcla de repulsión y curiosidad.

Blanca y Ramon se unieron a los comentarios, y en pocos minutos, el aroma fue el tema principal de conversación entre los huéspedes. No podíamos encontrar su origen. De vez en cuando parecía intensificarse en el chill out, luego desaparecía, y reaparecía en el comedor, como si fuera un fantasma culinario.

—Isa y Vicent están a punto de llegar también, ¿no? —murmuró Mireia.

Justo en ese momento, escuché el ruido de un coche acercándose y me asomé a la entrada. Era Vicent con Isa, y, por supuesto, su perro, un bóxer enorme que más bien parecía un toro en sus mejores días. El bóxer entró olfateando el ambiente y enseguida hizo una mueca rara, como si hubiera captado el aroma misterioso.

—¿Qué es ese hedor? —preguntó Isa, en cuanto cruzó la puerta.

Nos encogimos de hombros. Los perros, incluido el bóxer, olisqueaban cada rincón de la entrada. Yo intenté relajarme, pensando que, como en muchas casas viejas, los olores extraños a veces aparecían de la nada.

La velada continuó, y tras un rato, todos empezamos a olvidarnos del misterio. Pero no pasaría mucho tiempo hasta que el siguiente incidente nos volviera a poner a todos en alerta.


El primer susto. El Misterio de los Olores y las Apariciones en Mas Torrencito

Mientras intentábamos que el extraño aroma desapareciera de nuestras mentes, un grito agudo resonó desde el comedor, helándonos la sangre. Nos lanzamos hacia el lugar, y al llegar, encontramos al señor Gutiérrez, un hombre de unos sesenta años, petrificado y señalando la esquina del comedor.

—¡Lo vi! ¡Una sombra! Pasó justo ahí… con un gorro. Tenía un gorro.

Nos miramos unos a otros, algunos ocultando una risa nerviosa y otros intentando no parecer demasiado asustados. Aunque el señor Gutiérrez seguía temblando, no había rastro alguno de la “sombra con gorro” que decía haber visto.

Para tranquilizarlo, dije algo que ni yo mismo me creía del todo:

—Seguro que fue un reflejo, señor Gutiérrez. Las sombras en una casa tan antigua pueden jugar malas pasadas.

—No, no fue una sombra cualquiera. Esto… era alguien —insistió.

Los clientes regresaron a sus actividades, aunque la tensión se palpaba en el ambiente. Mireia y yo nos miramos, intercambiando una mirada que decía “esto se está saliendo de control”, pero intentamos mantener la calma. Nuestros perros, por su parte, no parecían muy dispuestos a ignorar la situación; de hecho, todos miraban en la misma dirección que el señor Gutiérrez había señalado, gruñendo bajo y con una intensidad inusual.

Intentamos distraerlos, pero sus ojos seguían fijos en la esquina vacía del comedor, como si algo estuviera ahí. Algo que solo ellos podían ver.


Una búsqueda frustrante. El Misterio de los Olores y las Apariciones en Mas Torrencito

En medio de la incertidumbre, otro cliente, una mujer llamada Lourdes, apareció en la entrada del comedor con la cara completamente desencajada.

—¡Mi perro! ¡Mi perro Lolo ha desaparecido! —gritó, mirando a todos como si sospechara que alguno tenía la culpa.

Lourdes era una asidua visitante de la masía y su perro chiguagua Lolo, era casi tan famoso como la casa misma. Se trataba de un perro arrogante, de esos que te miran como si te hicieran un favor al dejarse acariciar. No se separaba nunca de ella, y jamás se aventuraba fuera de la casa, así que su desaparición era tan extraña como inesperada.

Nos dispusimos a buscar a Lolo en cada rincón, pero tras revisar habitaciones, salones, e incluso el jardín bajo la niebla, no encontramos rastro alguno del perro. Era como si se hubiera esfumado, dejando solo un eco de su presencia, y una ligera mancha de pelos en su almohadón favorito.

Con cada nuevo evento, el ambiente se hacía más pesado, y los murmullos de los clientes empezaban a mezclarse con las teorías más disparatadas. Que si era un fantasma, que si la casa estaba encantada, que si Lolo había sido abducido por extraterrestres.

Mientras regresábamos al comedor, noté que Blanca y Ramon, con esa calma que los caracteriza, estaban demasiado callados, como si hubieran comprendido algo que el resto de nosotros no alcanzábamos a ver.


CONTINUARÁ…..

Desde Mas Torrencito os deseamos un buen día y que vuestro perr@ os acompañe!!!!

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