En el corazón del Empordà, un pequeño empresario de hostelería enciende las luces de su establecimiento con la misma rutina de siempre. Su negocio, un modesto restaurante familiar, sobrevive con esfuerzo y dedicación. No es una gran firma de abogados ni una multinacional con presupuestos millonarios, sino un proyecto construido con sudor, sacrificios y amor por la gastronomía. Y, sin embargo, cada día que pasa, siente que está más ahogado, más atrapado en un sistema que no le permite salir adelante.

Recientemente, se ha hablado mucho sobre la reducción de jornada y la conciliación laboral. En teoría, una idea excelente: menos horas de trabajo y una mejor calidad de vida para los empleados. Sin embargo, cuando se traslada a la realidad de un pequeño empresario que apenas llega a fin de mes, las cuentas empiezan a tambalearse.

Este empresario tiene dos trabajadoras esenciales para su negocio: una empleada en cocina y una camarera, ambas con jornada completa. Su salario no es desorbitado, pero es justo y digno. Sin embargo, además de ese sueldo, él debe afrontar un coste adicional de 700 euros en cotizaciones por cada una de ellas. Es decir, por cada salario neto de 1.200 o 1.300 euros, el coste real para la empresa asciende a casi 2.000 euros. Y a esto hay que sumarle los préstamos, los ICOs que solicitó para sobrevivir a la pandemia, las inversiones en mejoras para el local, los impuestos que nunca dejan de subir.

la reduccion de jornada...

Y si todo esto ya es complicado, ¿qué ocurre cuando una de sus trabajadoras coge una baja? En una gran empresa, una baja es solo un contratiempo. En un pequeño negocio de un pueblo donde la mano de obra eficiente escasea, una baja es un microinfarto asegurado. No hay margen para sustituir a nadie sin generar un gasto inasumible, ni trabajadores en la puerta esperando para entrar. A veces, el empresario debe cubrir él mismo el puesto, trabajando horas interminables sin descanso, sacrificando su vida personal y su salud para no perder lo poco que tiene.

«¿Es esto lógico?» se pregunta mientras revisa las cuentas a final de mes, con la angustia de saber que, si un mes las cosas no van bien, no habrá manera de cubrir gastos. No es que no valore el trabajo de sus empleadas, al contrario. Sabe que lo merecen, y probablemente más. Pero la carga fiscal y social es tan alta que contratar a más personal es prácticamente impensable. ¿Y si esa proporción fuera diferente? ¿Y si en lugar de pagar 700 euros a la Seguridad Social, pudiera pagar 300 y el resto se destinara al sueldo de sus empleadas? Con un coste menor para el empresario y un salario mayor para ellas, ¿no habría más contrataciones? ¿No se reduciría el empleo sumergido?

El pequeño empresario siente que está atrapado en un sistema que lo asfixia. Mientras tanto, grandes corporaciones encuentran maneras de optimizar su carga fiscal, diversifican sus recursos y operan con márgenes que para él son inalcanzables. A fin de mes, cuando llega el momento de pagar nóminas, impuestos y Seguridad Social, la preocupación lo consume. «Si yo con dos empleadas estoy así, ¿cómo lo hace quien tiene cinco o más?»

La reducción de jornada es un derecho y un avance social, sí, pero la pregunta sigue en el aire: ¿quién sostiene el peso de estas medidas? Un pequeño empresario no tiene la estructura de una gran firma ni el margen de una multinacional. La presión fiscal y laboral no se mide con la misma vara, aunque las obligaciones sean similares.

Así, el dueño del pequeño restaurante sigue adelante, con la incertidumbre como compañera de viaje. Quiere ofrecer buenas condiciones, desea crecer, pero el sistema le pone trabas. Mientras tanto, se pregunta si alguien, en los altos despachos donde se toman decisiones, alguna vez se ha puesto en su lugar. Porque él no es un gran empresario, ni un especulador. Es un trabajador más, luchando por no perderlo todo.

¿De verdad merece la pena…?

¿Cuántos compañeros han pasado de tener su propio negocio a formar parte de una plantilla?
¿Cuántos emprendedores de restaurantes, casas rurales, pequeños negocios, lampistas… han dejado atrás su empresa, donde no solo se ganaban la vida, sino que también contrataban aprendices, para convertirse en empleados y librarse de la angustia mensual de llegar a fin de mes?

¿Cuántos…?

Yo conozco varios.

Yo en mi caso, si este sistema no fuera inviable, posiblemente en vez de una persona tendría tres. Si el sistema para poder tener empleados no fuera tan asfixiante, de verdad que todo podría cambiar. Si al posible trabajador no le machacaran por tener varios contratos, es más, si se le apremiara y gratificara por trabajar en vez de que cada año en su declaración de la renta, por tener dos pagadores, literalmente lo castigaran, entonces se preguntaría lo mismo que todos: «Para esto, ¿realmente merece la pena?».


Desde MasTorrencito te deseamos un buen día y que tus perros te acompañen!!!!

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Un comentario

  1. Estoy de acuerdo,está muy bien reducir la jornada laboral,pero eso acabará de hundir al pequeño empresario y en Cataluña hay muchos.Que tengas un feliz día

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