Hubo un tiempo, no tan lejano, en que los viajeros del mundo sabían usar un teléfono para algo más que subir selfies. Querías un hotel, ¿qué hacías? La tiranía invisible de Booking.com

Llamabas directamente a MasTorrencito, hablabas conmigo, que te contaba qué habitaciones estaban disponibles, y hasta te ofrecía un descuento si eras simpático. ¿Resultado? Una experiencia directa, humana y sin intermediarios chupasangres. Pero esa era otra era, casi mítica, porque ahora vivimos bajo el yugo implacable de Booking.com, el emperador absoluto del alojamiento global.

Booking no es simplemente una plataforma; es un dios todopoderoso, hambriento de comisiones y bendecido por la desidia colectiva. Nadie busca ya hoteles en Google. Nadie llama directamente. Todos, como borregos con tarjeta de crédito en mano, nos dejamos guiar al redil de Booking, donde, con un clic, compramos no solo la habitación, sino también una buena dosis de explotación corporativa. ¿Y sabes qué es lo peor? Que lo hacemos felices. Como dijo alguna vez un sabio contemporáneo: “La esclavitud que más duele es aquella que disfrutas”.

¿Cómo llegamos aquí? Bueno, la estrategia de Booking es tan magistralmente desleal que debería enseñarse en escuelas de negocios. Comisiones del 17%, lo llaman. Pero ojo, esto es solo la punta del iceberg. Operando desde Irlanda, un paraíso fiscal disfrazado de país europeo, Booking evita pagar impuestos que sí nos crujen a los demás. Este truquito les permite embolsarse otro 10% que ni tú, ni yo, ni el pobre hotel podemos desgravar. Así que, en realidad, se llevan más del 27% de lo que pagas por noche. Más a más, si quieres estar arriba debes ponerte en oferta para moviles, otro 10%, y si quieres más… o estar en los primeros resultados, Reservas de última hora, Ofertas de principio o final de año, otro 10 o 20% de dto,… Sí, querido lector, más de una cuarta parte de tu dinero desaparece en las arcas de un gigante digital que no limpia habitaciones, no cambia sábanas y no te pone ni un mísero chocolatito en la almohada.

Pero ahí no termina el abuso. No, eso sería demasiado simple. Booking, como buen déspota, ha perfeccionado su maquinaria de control: los comentarios de los clientes. Ah, los comentarios… Ese agujero negro donde la objetividad y la justicia van a morir. Aquí tienes la jugada: te hacen preguntas tan específicas que hasta el cliente más feliz encuentra algo que criticar. ¿Que el agua de la ducha no salía a la temperatura exacta de sus sueños? Comentario negativo. ¿Que el vecino roncaba? También culpa tuya. ¿Que no les gustó el color del césped? Pues nada, un 7.

Y así, tu puntuación baja como una piedra en el agua. Tienes un 8,8 con 20 dieces seguidos, pero basta con un solitario 7, como una puñalada traicionera, para que caigas al 8,7. ¿Subir de nuevo? Imposible. Más fácil sería que te toque la lotería o que encuentres un unicornio desayunando croissants en tu jardín. Booking no premia la excelencia; Booking premia la dependencia. Porque, claro, si no estás en su plataforma, no existes. Es como el algoritmo de Google, pero más cruel, porque aquí hablamos de negocios que sangran euros con cada reserva.

La tiranía invisible de Booking.com

Hablemos ahora del “intento de resistencia”, esa patética batalla que intentamos librar. Nosotros, los pobres mortales que tenemos hoteles, nos decimos: “¡Vamos a copiar su sistema!”. Creamos nuestras webs, invertimos en plataformas rápidas, con un clic para reservar. Ofrecemos descuentos, fidelizamos clientes, ponemos fotos bonitas… Y, ¿qué pasa? Nadie entra. Porque cuando buscas tu hotel en Google, ¿qué aparece primero? Booking. Siempre Booking. Aunque el dominio sea tuyo, aunque el cliente busque específicamente tu nombre, ahí están ellos, apropiándose del tráfico y cobrando peaje por algo que debería ser tuyo. Es como si fueras el dueño de tu casa, pero alguien pusiera un guardia en la puerta diciendo: “Para entrar, págame a mí primero”.

Y mientras tanto, ellos siguen creciendo. Tienen el dinero, los datos, el control del mercado. Son como el villano de una película de Marvel, pero sin el carisma de Thanos. ¿El resultado? Los hoteles pequeños luchamos por sobrevivir mientras ellos nadan en dinero y reprograman el algoritmo para mantenernos enganchados. Porque si algún día decides rebelarte y dejar la plataforma, te encuentras con un vacío existencial: no reservas. No reservas, no tienes clientes. No tienes clientes, no existes. Es el círculo vicioso más perfecto que jamás haya diseñado una multinacional.

Y aquí estamos. Sus prisioneros. Intentando compensar ese 27% que se llevan con estrategias creativas: vendiendo desayunos caros, cobrando el parking, poniendo mini bares con precios de aeropuerto… Porque al final, alguien tiene que pagar. ¿Y sabes quién lo hace? Exacto, tú, el usuario, que sigues creyendo que Booking es tu mejor amigo porque te deja reservar rápido.

La moraleja de esta historia es clara: vivimos en un mundo donde el que tiene el control del algoritmo tiene el poder. Booking es más que un intermediario; es un tirano digital disfrazado de facilitador. Y mientras sigamos alimentando esta bestia con nuestros clics, sus tentáculos se extenderán más y más, hasta que no quede nadie fuera de su red.

Así que la próxima vez que reserves una habitación, piénsalo dos veces. Tal vez sea hora de marcar un número de teléfono, hablar con Paco o Carmen y, por un breve momento, recordar cómo era la vida antes de vender nuestra autonomía por un clic rápido.


Desde MasTorrencito te deseamos un buen día y que tus perr@s te acompañen!!!!

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