Era una gélida mañana de diciembre en l’Empordà. La escarcha cubría los campos, y el aire helado parecía congelar cada respiro. Lucky, el cachorro que encontró su hogar en Mastorrencito

Como cada día, salí a las ocho de la mañana para buscar a Maribel, nuestra querida empleada, en la parada del bus que estaba a unos minutos caminando desde Mastorrencito, nuestra casa rural, donde mi mujer Mireia y yo acogemos a huéspedes… y, cómo no, a sus fieles compañeros de cuatro patas.

Al abrir el portón de madera para salir al camino de grava, noté algo que no estaba allí la noche anterior. Era un bulto pequeño, oscuro, que temblaba junto a uno de los postes de la entrada. Me acerqué, curioso, y allí lo vi: un cachorro, delgadito y lleno de tierra, con las orejas gachas y los ojos más tristes que jamás había visto. Su mirada, sin embargo, reflejaba algo que me rompió el alma: confianza, esperanza. Junto a él, un papel arrugado sujetado con una piedra. Lo desaté suavemente y recogí el papel. Con manos temblorosas por el frío —o quizá por la emoción—, leí las palabras que contenía: «Lo siento… no puedo mantenerlo.»

El nudo en mi garganta fue inmediato. Aquel pequeño había sido abandonado, pero quien lo había dejado lo hizo con dolor, sabiendo, quizá, que Mastorrencito era un lugar donde nunca le negaríamos ayuda a un animal en apuros. Lo envolví en mi bufanda y, sin pensarlo dos veces, me lo llevé a casa.

Lucky, el cachorro que encontró su hogar en Mastorrencito

El recibimiento de la manada

Cuando entré por la puerta, Mireia estaba en la cocina preparando el café. Al verme con el cachorro en brazos, alzó una ceja, pero antes de que pudiera decir nada, los auténticos reyes de Mastorrencito entraron en escena: nuestros perros.

Mastín, Markos, Manuela, Mamas, Maky y Masto, nuestros seis grandullones, siempre habían sido el alma de la casa rural. Cada uno tenía su propia personalidad, pero todos compartían algo: un corazón enorme y un instinto natural para acoger a quien lo necesitara. Antes de que pudiera soltar una palabra, los seis se acercaron al pequeño, oliéndolo con curiosidad y meneando la cola con entusiasmo. Lucky, como luego lo llamamos, no se mostró tímido. Se dejó oler, moviendo la colita con timidez al principio, pero pronto relajándose y hasta lamiendo a Manuela, quien le devolvió el gesto con un cariñoso empujón de su hocico. Había pasado apenas un minuto, y ya era uno más de la manada.

Mireia sonrió desde la cocina. “Creo que este pequeñajo acaba de encontrar su hogar”, dijo mientras dejaba lo que estaba haciendo para ayudarme a cuidarlo.

Limpieza, comida y un poco de amor

El resto de la mañana lo dedicamos a Lucky. Lo bañamos con agua calentita, quitándole la suciedad que cubría su pelaje, que resultó ser de un precioso color caramelo. Lo alimentamos con comida húmeda, que devoró como si no hubiera comido en días. Mastín y Mamas, nuestros mastines más veteranos, lo seguían de cerca, como si quisieran asegurarse de que estuviera bien en todo momento. Al terminar, le preparamos una camita junto a la chimenea, pero no pasó mucho tiempo antes de que Lucky se acurrucara entre los demás perros, quienes lo arropaban con sus grandes cuerpos como si fuera su propio cachorro.

Desde el primer segundo, fue aceptado. Lucky se adaptó con una facilidad asombrosa, correteando detrás de Markos por el patio y jugando con Maky, quien parecía disfrutar enseñándole cómo destrozar ramas de olivo. Aunque había llegado con una nota de tristeza, el pequeño empezaba a irradiar alegría, y su colita no dejaba de moverse.

El día de Navidad

Una semana después, llegó la Navidad, y Mastorrencito estaba lleno de vida. Teníamos huéspedes internacionales: Sarah, Tom y sus dos hijos, una familia inglesa que siempre viajaba con su perro labrador, Daisy; y una pareja francesa, Pierre y Amélie, quienes traían a su dóberman, Hugo. Lucky, como era de esperar, se había convertido en el centro de atención. Corría detrás de los niños ingleses, jugaba con Daisy y Hugo, y hasta los franceses, normalmente más reservados, se quedaban sonriendo al verlo.

Durante la comida navideña, con la chimenea encendida y todos disfrutando de la calidez del hogar, Sarah y Tom comenzaron a hablar conmigo y Mireia sobre Lucky. “No podemos dejar de mirarlo”, confesó Sarah. “Es un cachorro maravilloso… y Daisy parece adorarlo. Siempre quisimos otro perro, pero nunca encontramos el momento adecuado… hasta ahora.”

Tom intervino con una sonrisa: “¿Crees que podríamos adoptarlo? Tenemos una casa en el campo, con un gran jardín, y nuestros hijos están enamorados de él. Prometemos cuidarlo como se merece.”

Mireia y yo nos miramos. Sabíamos que nos habíamos encariñado con Lucky, pero también sabíamos que Sarah y Tom podían ofrecerle una vida maravillosa. Así que, con el corazón lleno de emoción y un poco de tristeza, aceptamos.

Lucky, el cachorro que encontró su hogar en Mastorrencito
Lucky, el cachorro que encontró su hogar en Mastorrencito

Fotos junto a la chimenea

Esa misma noche, Lucky se marchó con Sarah, Tom, sus hijos y Daisy. Antes de salir, lo acomodaron en el coche con una manta nueva y una correa con su nombre. Nos prometieron enviar fotos y noticias sobre él, y cumplieron su palabra. Apenas unas semanas después, recibimos un correo con una foto de Lucky frente a una gran chimenea, rodeado de regalos y con una enorme sonrisa perruna. “Es el mejor regalo de Navidad que jamás hemos tenido”, escribieron.

Desde entonces, cada Navidad recibimos un mensaje de Sarah y Tom con fotos de Lucky en su hogar: jugando con Daisy, corriendo por el jardín, o descansando frente al fuego rodeado de juguetes y cariño. Su historia, que comenzó con una nota triste, se convirtió en un cuento de esperanza y felicidad.

Lucky nos enseñó algo valioso: que Mastorrencito no solo es un refugio para quienes buscan tranquilidad en la naturaleza, sino también un lugar donde los corazones rotos —sean humanos o animales— pueden sanar. Y cada vez que pensamos en él, con su carita sonriente junto a la chimenea, sabemos que el pequeño cachorro que llegó temblando aquella fría mañana encontró, finalmente, el hogar que siempre mereció.

Desde MasTorrencito te deseamos un buen día y que tus perr@s te acompañen!!!!

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