Fue un día de locos, pero locos de verdad. De esos que ni en sueños podrías imaginar. Todo empezó de forma normal: me levanté a las cinco de la mañana, como casi todos los días, puse lavadoras y secadoras, compruebé que funcienasen bien las calderas y que no hubiera saltado ningun diferencial, comprobé que los depositos de agua estubieran correcto, abrí a los perros para que salieran a hacer sus cositas mañaneras, revisé correos, contesté algunos mensajes y, por supuesto, me tomé varias dosis de café. Preparé un par de bizcochos para los huéspedes que iban a desayunar. Todo bien, todo en orden.
La mañana transcurrió tranquila, los clientes se fueron marchando poco a poco, salvo uno que se quedaba un par de noches más. Así que recogí los desayunos, puse las mesas, y luego me fui a duchar. Todo seguía un guion perfecto, sin sobresaltos.
Tenía cita con el barbero a las 12:00, así que me encaminé hacia allí. Al salir de casa, todo parecía normal. Pero llegando a Báscara, en la cuneta, veo algo que llama mi atención: una bolsa de cuero, demasiado nueva como para ser simple basura. Me quedé con la intriga. ¿Qué hago? ¿Doy la vuelta? No lo sé, pero no puedo quitármela de la cabeza. Eran las 11:55, todavía tenía tiempo de sobra. Venga, va… doy la vuelta.
Regreso al lugar donde la vi. Ahí estaba, esperándome. Me paro al lado, miro a ambos lados de la carretera (porque ya sabéis, en estas situaciones siempre sientes como si estuvieras haciendo algo malo) y bajo del coche. La recojo y la meto en el asiento del copiloto. Bueno, ya está. Arranco y me dirijo a la barbería de Aitor.
Al llegar al cruce, ¡zas! Me topo con un despliegue de luces azules que corta la carretera en ambos sentidos. ¡JODER! Casi me da un infarto.
¿Qué hago ahora? Mi cabeza iba a mil por hora. Miraba la dichosa bolsa y pensaba: ¿La tiro? ¿Sigo como si nada? Decido avanzar, poner el intermitente y girar. Quizá me libré… Pero no. Justo en ese momento, un Mosso d’Esquadra me detiene.
Se acerca a mi ventanilla y me dice:
— Para el motor.
— ¿Qué motor? Si es eléctrico.
— Bueno, pues páralo.
— Bon dia, dígame agente.
— ¿A dónde vas?
— A la barbería de ahí enfrente, con Aitor.
— ¿De dónde vienes?
— De mi casa.
— ¿Dónde vives?
— En Parets d’Empordà, tengo una casa rural, Mas Torrencito.
— ¡Ostia! ¿Tú eres el de los cuentos por internet?
— ¡SÍÍÍ! Ese mismo.
— Venga, pasa, pasa… Y que sepas que mi mujer es superfán tuya, los lee todos los días.
— ¡Qué guay! Pues dile que mañana escribiré sobre ti.
— ¿De verdad?
— Seguro, ¡léelo mañana!
El Mosso se ríe, me deja pasar, y aparco en la plaza. La bolsa sigue en el suelo del copiloto. Para disimular un poco, cojo mi chaqueta y la pongo encima. Porque claro, como nunca cierro el coche y dejo las llaves dentro, si lo cierro canta demasiado.
llego a la puerta de la barbería como si nada. Me paro a terminar de fumarme el cigarrillo, me saludan, todo tranquilo… Hasta que de repente, ¡BUM! Empiezan a sonar disparos.
— ¡Miguel! —grita Aitor—. ¡Métete dentro!
— ¡Una leche! ¡Yo miro!
Mientras Aitor seguía gritando desde dentro, yo me quedé en la puerta de la barbería, con el corazón desbocado. Los disparos seguían sonando a lo lejos, y de repente, un coche negro irrumpió en la plaza. Pasó a toda velocidad, derrapando en la esquina, levantando polvo y dejando un ruido ensordecedor tras de sí. Apenas unos segundos después, otros dos coches de policía, con las sirenas a todo volumen, entraron en el pueblo como una tormenta.
Las luces azules iluminaban todo a su paso mientras los coches perseguían al primero, zigzagueando entre las calles estrechas. Por un instante, el coche negro casi choca contra una de las mesas de la terraza de un bar, pero logró esquivarla en el último momento. Los policías no se quedaban atrás: sus coches también derrapaban en cada curva, levantando pequeñas explosiones de grava y dejando un eco ensordecedor que rebotaba entre las casas del pueblo.
Los vecinos empezaban a salir a sus ventanas, asomándose con caras de incredulidad. Todo el pueblo parecía paralizado, menos yo, que seguía allí, de pie, mirando como si estuviera dentro de una película de acción.
— ¡Miguel, métete dentro de una vez! —volvió a gritar Aitor, pero yo no podía apartar la vista de lo que estaba ocurriendo. ¿Qué diablos está pasando aquí?
Y mientras los coches se perdían en una de las calles más estrechas del pueblo, un silencio extraño lo cubrió todo por un instante. Pero yo sabía que esto no había terminado. Todo lo contrario: estaba a punto de ponerse peor.
Miré hacia mi coche. La bolsa seguía allí, oculta bajo la chaqueta. Y en ese momento, entendí que quizá… todo esto tenía algo que ver conmigo.
Los coches seguían derrapando por las calles del pueblo, creando un caos que parecía sacado de una película. El coche negro trataba de perder a los dos coches de los Mossos d’Esquadra, que lo perseguían a toda pastilla. Se escuchaban frenazos, gritos y sirenas que rompían la tranquilidad habitual del pueblo.
Yo, mientras tanto, me mantenía en la puerta de la barbería. Aitor seguía gritando:
— ¡Miguel, métete dentro!
Pero ya me conocéis. ¿Cómo iba a perderme esto? Ni loco.
El coche negro tomó una curva demasiado cerrada y perdió el control. En un abrir y cerrar de ojos, se volcó en medio de una callejuela estrecha, quedando patas arriba. Los Mossos no tardaron ni un segundo en rodearlo. Se bajaron de sus coches con armas en mano, gritando órdenes a los ocupantes del vehículo volcado.
— ¡Manos a la vista! ¡Salid del coche lentamente!
El conductor y el acompañante, desorientados y cubiertos de pequeños cortes, no tuvieron más remedio que obedecer. Uno a uno, fueron arrastrados fuera del coche y esposados en el acto. Era una escena digna de un thriller, y yo, desde la barbería, observaba todo como si estuviera en primera fila de un espectáculo.
Cuando la tensión empezó a calmarse, Aitor salió de la barbería y me miró, riéndose:
— ¿Ahora qué, Miguel? ¿Te afeitas o quieres seguir de espectador?
— Vamos a lo que venía, que ya he tenido bastante acción por hoy —respondí.
Me senté en la silla mientras Aitor hacía su magia. Como si no hubiera pasado nada, me relajé y dejé que me arreglara la barba. Para cuando salí, el revuelo en el pueblo ya estaba bajando, pero todos tenían un único tema de conversación: la persecución, los tiros y el misterio de qué habría pasado.
Me reuní con unos amigos en la terraza del bar y nos tomamos unas cervezas. Por supuesto, la conversación giró en torno a lo mismo. ¿Qué llevaban en el coche? ¿Por qué los perseguían? ¿Qué habían hecho? Las respuestas eran un misterio, y yo tampoco iba a aportar nada. La investigación era cosa de los Mossos, no mía.
Pero mientras los demás especulaban, mi cabeza estaba en otro sitio. La bolsa de cuero. ¿Qué demonios habría en su interior? Desde que la vi en la cuneta, no había dejado de preguntármelo.
Cuando volví a casa, el silencio era absoluto. Todos los huéspedes se habían marchado, salvo uno, que estaba encerrado en su habitación. Era el momento perfecto. Bajé la bolsa del coche y entré al salón, más nervioso que nunca. Masto, Maky, Mamas y Mastitwo, mis perros, me miraban con curiosidad, como si ellos también quisieran saber qué había dentro.
La coloqué sobre la mesa, y por un momento, dudé. ¿Y si es una bomba? ¿O drogas? ¿O muchísimo dinero? El corazón me latía a mil.
Con manos temblorosas, abrí la cremallera de la bolsa, esperando lo peor.
Y entonces lo vi.
— ¡OSTIAAAAAAASSSSSSS!
Al abrir la bolsa, mi cabeza empezó a dar vueltas. Lo primero que vi fueron dos bolsas de plástico transparente, llenas de lo que claramente parecía cocaína. Junto a ellas, dos pistolas de aspecto intimidante. Pero lo que realmente me dejó sin aliento fueron los billetes: montones y montones de billetes. Los saqué con cuidado, y al colocarlos sobre la mesa, me di cuenta de que había, como mínimo, 100.000 euros. ¡Cien mil euros! Y por si eso no fuera suficiente, al fondo de la bolsa había algo que parecía una granada.
Me quedé helado. Mi mente no paraba de repetirme: ¿Qué demonios es esto? Era como si de repente me hubiera convertido en el protagonista de una serie de narcos. Si alguien me hubiera hecho una foto en ese momento, entre las drogas, el dinero y las armas, me habría parecido a cualquier capo del cártel. Pero aquello no era ninguna broma.
Los perros, Masto, Maky, Mamas y Mastitwo, seguían observando con curiosidad. Como si ellos también estuvieran preguntándose qué haría con todo aquello. Estaba nervioso, muy nervioso. Esto no puede haberse perdido sin más, pensé. Alguien lo va a buscar. Y cuando lo hagan… ¿qué hago yo?
Mientras me hundía en mis pensamientos, escuché un coche acercándose. Mi corazón dio un vuelco. Me levanté rápidamente y miré por la ventana. Pero al ver quién era, respiré aliviado. Solo podía ser alguien conocido, porque para entrar hacía falta el código. Y efectivamente, era Moisés, el antiguo dueño del bar de la plaza de Báscara. Bajó del coche con su típica calma, pero al entrar en la terraza y ver lo que había sobre la mesa, sus ojos se abrieron como platos.
— ¡Ostias! ¿Qué es esto? —dijo, señalando la mesa con incredulidad.
— Pues debe tener que ver con lo de esta mañana… Imagino.
Se acercó lentamente, mirando todo con detalle. Las pistolas, los billetes, las bolsas con cocaína, incluso la supuesta granada. Después, se giró hacia mí y me miró directamente a los ojos.
— ¿Y qué vas a hacer?
— Ni idea —respondí, pasándome la mano por la cara, intentando calmarme. — Tú, ¿qué harías?
Moisés se cruzó de brazos, pensativo.
— Hmm… ¿Quieres que te sea sincero?
— Claro.
— Mira, en tu situación económica… —hizo una pausa, como midiendo sus palabras— …te lo digo más claro: yo me quedaba con la pasta. El resto lo escondería o lo tiraría por ahí.
Su respuesta me dejó en silencio. Tenía sentido. En casa rural las cosas no siempre iban bien. Y ese dinero… ese dinero podría cambiar muchas cosas. Pero, al mismo tiempo, sabía que aquello no era un simple hallazgo. Alguien lo buscaría. Quizá no hoy, quizá no mañana, pero tarde o temprano alguien vendría a reclamarlo.
— Ya… pero… —intenté responder, aunque las palabras no salían claras.
— Miguel, esto no va a desaparecer solo. La pasta puede salvarte, pero todo lo demás te va a traer problemas si lo dejas aquí. Tienes que decidir. Y rápido.
Respiré hondo. Miré los billetes. Miré las pistolas. Miré a Moisés, que esperaba mi respuesta con calma. Y luego miré a los perros, que seguían con esa mirada curiosa, como si ellos también esperaran mi decisión.
Finalmente, tomé aire y dije:
— Vale. Esto es lo que vamos a hacer.
Le expliqué mi plan. Guardé los billetes en una caja fuerte que tenía en el sótano, bien escondida. Era lo único que podía aprovechar. El resto —las armas, la cocaína y la granada— lo metimos en un saco y lo llevamos en el coche de Moisés. Nos dirigimos a un lugar apartado, lejos de la casa y del pueblo, y lo escondimos bien, enterrándolo bajo unos arbustos en un camino que casi nadie usaba.
— ¿Y si vienen a buscarlo? —preguntó Moisés mientras volvíamos en su coche.
— Que lo busquen —dije, tratando de sonar seguro, aunque por dentro estaba temblando.
Esa noche apenas pude dormir. Tenía un montón de preguntas en la cabeza. ¿Quién dejó esa bolsa en la cuneta? ¿Por qué? ¿Cómo iba a manejar todo esto si alguien venía a buscarlo? Pero sobre todo, había una pregunta que me rondaba sin parar: ¿Había hecho bien en quedarme el dinero?
Pasaron los días, y aunque la vida en la casa rural volvió a la normalidad, no podía evitar mirar por encima del hombro. Cada coche que pasaba, cada cliente nuevo que llegaba, me hacía pensar que alguien estaba cerca. Que alguien sabía.
Y entonces, una mañana, me desperté con un mensaje en el móvil. Era de un número desconocido. El mensaje decía:
“Sabemos que tienes lo nuestro. Habla antes de que sea tarde.”
El corazón me dio un vuelco. La tranquilidad había terminado. Esto… acababa de empezar.
Me quedé mirando la pantalla del móvil durante un rato, como si así pudiera hacer que el mensaje desapareciera o, mejor aún, que todo aquello no hubiera pasado nunca. Pero no. Era real. Alguien sabía. Y ese alguien no estaba bromeando.
Respiré hondo, intentando calmarme, pero el nudo en el estómago no desaparecía. ¿Qué debía hacer? ¿Responder? ¿Ignorarlo? ¿Llamar a la policía? Todas las opciones me parecían igual de peligrosas. Opté por no contestar, al menos por el momento. Necesitaba tiempo para pensar.
La mañana siguió como cualquier otra. Preparé desayunos para el único huésped que quedaba en la casa rural, un alemán que estaba de vacaciones con su perro. Pero mi cabeza no estaba allí. Apenas podía concentrarme. Cada vez que sonaba un coche acercándose, me asomaba por la ventana, temiendo que fuera alguien buscándome. Cada sombra parecía más alargada de lo normal, cada ruido más amenazante.
En eso que apareció Moisés, como si tuviera un radar para saber cuándo pasaba algo.
— ¿Qué pasa ahora? —preguntó al verme tan serio.
No le dije nada, solo le mostré el mensaje en el móvil. Lo leyó en silencio, y luego levantó la vista hacia mí.
— Bueno… te dije que alguien lo iba a buscar. Esto no se pierde porque sí.
— ¿Y ahora qué hacemos? —pregunté, como si él tuviera todas las respuestas.
Moisés se encogió de hombros.
— Tienes que jugar tus cartas, pero con cabeza. ¿Sabes quiénes son? ¿Has visto algo raro últimamente?
— Nada. Solo los de esta mañana con el coche volcado, pero no tengo ni idea de si están relacionados.
Pasamos un rato discutiendo opciones. Moisés era práctico: “Quédate con el dinero y finge que no sabes nada de lo demás”, decía. Pero yo no estaba tan seguro. Esto no era un juego. Si estas personas ya sabían que yo tenía la bolsa, ¿cuánto tiempo pasaría hasta que aparecieran por aquí?
Por la tarde, el huésped alemán se marchó. Finalmente, estaba solo en la casa. Me senté en la terraza con los perros, tratando de pensar con claridad. El sol empezaba a ponerse, y aunque el paisaje era hermoso, yo no podía disfrutarlo. La bolsa había cambiado todo. ¿Y si vienen de noche? ¿Y si no vienen a hablar, sino a buscar directamente lo que es suyo?
A eso de las 8 de la noche, volvió a sonar el móvil. Esta vez, era una llamada. El mismo número desconocido. Lo miré, dejando que sonara durante unos segundos. Finalmente, decidí contestar.
— ¿Sí?
Al otro lado, una voz masculina, tranquila pero firme, habló:
— Sabemos que tienes la bolsa. Esto no tiene por qué ir a peor. Habla con nosotros, y lo arreglamos.
— Yo… yo no sé de qué me hablas —mentí, aunque mi voz temblaba.
— Miguel, no nos hagas perder el tiempo. Sabemos dónde estás. Y sabemos lo que tienes. Si cooperas, podemos olvidarnos de todo esto.
El sudor frío me corría por la frente. Mi nombre. Sabían mi nombre. Y claramente sabían dónde estaba. Antes de que pudiera responder, la llamada se cortó. Me quedé mirando el móvil, paralizado. Esto iba mucho más en serio de lo que pensaba.
Esa noche no pude dormir. Cada ruido me parecía sospechoso, cada sombra en el exterior me hacía saltar de la cama. Los perros también parecían nerviosos, como si sintieran que algo no iba bien. A las 3 de la madrugada, escuché algo. Un coche. Se acercaba despacio, deteniéndose frente a la casa.
Me levanté de un salto y miré por la ventana. Un sedán negro estaba estacionado justo en la entrada. No había luces, ni movimiento. Solo el coche, allí, como una amenaza silenciosa. Agarré una linterna y me armé de valor. Bajé las escaleras, con los perros siguiéndome de cerca. Abrí la puerta principal y encendí la luz del porche.
El coche arrancó de golpe y se marchó, desapareciendo en la oscuridad.
Volví a entrar, cerré con llave (algo que nunca hacía) y me senté en el sofá, incapaz de relajarme. Esto no podía seguir así. Tenía que hacer algo. Al día siguiente, hablé con Moisés y le expliqué todo. Decidimos deshacernos de las armas y la cocaína de inmediato. Las enterramos en un lugar aún más remoto, lejos de cualquier camino. El dinero… el dinero lo escondí en el lugar más seguro que pude encontrar.
CONTINUARÁ…..
¿Qué habría pasado si no hubiera recogido esa bolsa?
¿Que pensais vosotros que podria haber pasado si no hubiera dado la vuelta o que puede pasar a partir de ahora????????
Desde MasTorrencito te deseamos un buen día y que tus perr@s te acompañen!!!!
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Una pista, por favor una pista..
Juerrr!!! Ahora me tengo que ir ha dormir con la intriga🤦 quien duerme así,
Ahora me monto yo mi peli, esperando el final tuyo… Bona nit para mi, ha los madrugadores, Bon día.