Esa frase nos la hemos dicho muchos, mirando a nuestro perro mientras duerme a los pies del sofá, o cuando nos recibe como si volviéramos de una guerra… después de solo bajar la basura.

Y la respuesta no tiene misterio, ni poesía rebuscada.
Es simple, directa, y brutalmente cierta:
Porque como te quiere un perro, no te va a querer nadie.

Un perro no tiene doble fondo. No miente. No juega con segundas intenciones.
No te da cariño solo si te portas bien. Te lo da porque sí. Porque eres su persona.

Lo das por hecho al principio, pero con el tiempo te das cuenta:
Ese amor que no pide nada, que está siempre, que no se va ni aunque tengas un mal día, ni aunque no tengas ganas, ni aunque la vida te esté dando la vuelta…
ese amor vale oro. Y no lo encuentras fácilmente entre humanos.

A veces, mientras vemos pasar historias en Mastorrencito, nos reímos (por no llorar) de lo contradictorio que puede llegar a ser el ser humano.
Gente que tiene perros y les tiene miedo.
Dueños que los traen como si fueran un mueble decorativo.
Otros que dicen quererlos, pero no saben ni cómo se llama el suyo.

Masto en MasTorrencito

Y sin embargo, ahí están ellos. Los perros. Fieles, nobles, aguantando nuestras neuras, nuestras ausencias, nuestras torpezas.
Muchos saben más de emociones humanas que los propios humanos.

Y si no, que le pregunten a Manuela.

Ahhh… Manuela.
Esa perra tenía un radar que ni la CIA.
Era increíble.
Tú la veías en la recepción y sabías, solo por cómo miraba a un cliente que acababa de llegar, si la cosa iba bien… o si mejor preparar el botón de “cancelar reserva”.

—¿Conoces a ese?
—No. Primera vez que viene. Pero casi seguro que también será la última.
—¿Y cómo lo sabes?
—Porque Manuela ha pasado de él como de comer barro.

Y al final, ¡zas!, todo encajaba. No fallaba nunca.
Era como si dijera: «con este, no quiero trato», y al poco rato ya sabíamos por qué.
Y es que ellos, los perros, lo huelen. Lo notan.
Ven cosas que nosotros tardamos semanas en detectar.
Y no lo hacen con odio, ni con prejuicios. Lo hacen con instinto. Con esa sabiduría peluda que tienen los que no hablan, pero lo dicen todo.

Y es por eso, justamente por eso, que nos duelen tanto las pérdidas, que nos marcan los recuerdos, que seguimos hablando de ellos años después como si acabaran de salir por la puerta.
Porque dejaron huella. De la buena. De la que no se va.
Porque su amor no tiene fecha de caducidad.


Reflexión final

Tener un perro no es una moda, ni un capricho. Es un compromiso emocional de los de verdad.
Es un vínculo puro que solo te exige una cosa: estar.

Así que si tienes la suerte de compartir tu vida con uno, valóralo.
No como un «animal», sino como ese ser que eligió quererte sin condiciones, aunque tú no siempre estés a la altura.

Y si no lo has tenido aún, no te compres uno.
Gánate uno.

Porque cuando un perro te da su corazón…
te lo estás jugando todo.
Y créeme: vale la pena.


Desde MasTorrencito te deseamos un buen día y que tus perros te acompañen!!!!

—–
Si quieres, puede ver nuestros bonos para fines de semana, bonos jubilados , a un precio increíble.. entra en www.mastorrencito.com o si quieres podéis leer más historia y anécdotas que nos han pasado en MasTorrencito…

COMPARTIR

Un comentario

Deja un comentario