Es difícil expresar la mezcla de sentimientos que tengo cuando veo las noticias. Me siento estafado, traicionado por quienes se supone que deberían protegernos. Resistencia en la Oscuridad: Reflexiones….

Los miro, tan bien vestidos, tan seguros de sí mismos, hablando desde sus cómodos despachos, y me pregunto si alguna vez han tenido que pasar una noche en vela pensando en cómo van a pagar la hipoteca o la siguiente factura. Me pregunto si han sentido el nudo en el estómago, ese peso en el pecho que aparece cuando sabes que estás al borde del abismo y que solo te sostienes por pura terquedad.

Desde que ocurrió lo de Valencia, he estado siguiendo de cerca la situación. Ver las imágenes de esas personas, las casas destrozadas, el dolor en los rostros de quienes lo han perdido todo… Es desgarrador. ¿Y la respuesta? Una promesa de 6.000 euros. 6.000 miserables euros para alguien que ha perdido todo lo que tenía, que probablemente aún deba 200.000 en su hipoteca y que no sabe siquiera dónde va a dormir mañana. Me imagino a una familia, un padre o una madre, viendo esa cifra y dándose cuenta de que no es ni siquiera una gota en el océano de sus problemas. ¿Y qué pueden hacer? Tragarse el dolor y seguir adelante, porque la vida no da tregua.

Es la misma historia que viví con el COVID. Como muchos, yo tenía un pequeño negocio, mi proyecto, mi vida. Llegó la pandemia, y con ella las promesas de ayuda, las palabras bonitas de «no dejaremos que nadie caiga.» Y yo me lo creí. Pedí un préstamo ICO en abril, pensando que sería suficiente para salvar el negocio, para no tener que despedir a mis empleados, para no cerrar las puertas de un lugar que había levantado con tanto esfuerzo. Pero cuando llegó noviembre, los números ya no cuadraban, y tuve que pedir otro préstamo. Y aquí estoy, con dos préstamos que pesan como una losa sobre mí, esperando que llegue el 2027 para ver si, después de todo esto, aún tendré algo que valga la pena. ¿Y la ayuda? Nunca llegó de verdad. Solo llegaron más deudas, más facturas, y un agotamiento que se ha convertido en mi compañero diario.

Es agotador ver cómo quienes nos gobiernan convierten la tragedia en un juego de marketing.

Ahora veo a una política dando gracias a Dios y a Franco, como si esas palabras, absurdas y vacías, tuvieran algún sentido. Veo a otros que, con una falta de respeto increíble, dicen que las ayudas irán a quienes tengan más «likes» en Instagram, como si la desgracia de alguien se pudiera medir en una red social. Cada vez me siento más dentro de un teatro de lo absurdo, y la impotencia se convierte en rabia, una rabia amarga que va llenándome por dentro, día tras día.

Y ahí está el dilema: ¿qué nos queda por hacer? ¿A quién creer? La gente está tan harta de promesas vacías y mentiras que incluso empieza a ver con buenos ojos a figuras como Trump, alguien que representa la antítesis de lo que debería ser un líder. Y aunque me da escalofríos ver esa tendencia, lo entiendo. Lo entiendo porque, cuando has sido traicionado tantas veces, te da igual que quien venga sea un corrupto, un racista, un misógino. Solo quieres que alguien destruya este sistema que parece diseñado para aplastarnos y dejarnos vacíos.

Cada día, me levanto con esa misma pregunta. ¿Hasta cuándo voy a aguantar? ¿Cuántas facturas más voy a poder pagar antes de que todo se venga abajo? Me miro en el espejo y veo las líneas de preocupación en mi rostro, el cansancio en mis ojos. Y me duele, porque detrás de cada una de esas líneas está el esfuerzo de años, la angustia de noches sin dormir, el peso de una responsabilidad que parece imposible de llevar. Y, sin embargo, aquí sigo, luchando, sosteniéndome en algo que apenas ya puedo llamar esperanza.

Escribir esto, al menos, me da un poco de alivio. Me ayuda a recordar que aún tengo voz, que aunque el sistema parezca empeñado en quitarnos nuestra humanidad, yo no he perdido la mía. Y mientras tenga esta rabia, mientras tenga esta verdad que me quema por dentro, seguiré adelante. Porque sé que no soy el único que se siente así, sé que hay otros como yo, que también luchan contra la desesperanza, que también buscan una chispa de dignidad en medio de esta oscuridad. Y mientras tenga esa pequeña llama, seguiré, porque aunque todo parezca perdido, al menos aún tengo mi dignidad. Y eso, en este mundo de mentiras, es lo único que de verdad vale.


Desde Mas Torrencito os deseamos un FELIZ FINDE!!! y que vuestr@s perr@s os acompañe!!!!

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